En los recién clausurados Juegos Olímpicos de París hemos podido apreciar múltiples gestos de solidaridad, deportividad y empatía de mujeres hacia otras mujeres, ya sea por darse apoyo mutuo en momentos difíciles, celebrar los logros de las demás reconociendo el talento de las compañeras y contendoras, o ayudando a las competidoras lesionadas o a las que le faltan palabras de aliento, demostrando respeto y admiración mutuos. El caso más mediático ha sido la simpática reverencia que la gran Simone Biles y Jordan Chiles le hicieron a su colega brasileña Rebeca Andrade durante la premiación de la prueba por ejercicios de suelo de la gimnasia, al lograr ésta la medalla de oro que a aquéllas les fue esquiva.
Sin embargo, el gesto más significativo de solidaridad, valentía y compromiso hacia las mujeres ha sido, sin duda, el protagonizado por las atletas afganas Manizha Talash y Kimia Yousofi, manifestando su apoyo a las mujeres de su país, que sufren una brutal represión misógina por el ilegítimo gobierno talibán.
No obstante, la grandeza e importancia de este gesto ha pasado casi inadvertido, mostrándolo casi como una cuestión anecdótica. Y lo que es peor, el Comité Olímpico no sólo no lo ha apoyado, sino que lo ha reprimido, mostrando una vez su poco compromiso con los derechos de las mujeres y niñas, el espíritu de paz que dice que inspira el Movimiento Olímpico, y con la inclusión de las personas que, por razón de sus desfavorables circunstancias, viven en condiciones de desventaja social, política, económica, cultural y demás aspectos jurídicamente relevantes.
El COI castigó la libertad de expresión de las atletas afganas en los JJOO
El caso de Manizha Talash, una bailarina de break dance (breaker) refugiada de Afganistán, es un triste reflejo de cómo la libertad de expresión de las mujeres sigue siendo censurada, incluso en el escenario más importante del deporte mundial. Lejos de ser una cuestión menor, es otra decisión muy cuestionable jurídicamente por parte del COI, al haber descalificado a una atleta refugiada sólo por expresar un inocente mensaje de apoyo a las mujeres de su país, brutalmente oprimidas bajo el aterrador régimen talibán.
Manizha Talash, actualmente residente en Madrid tras huir de Afganistán, aprovechó su participación en los Juegos Olímpicos bajo la bandera del Equipo Olímpico de Refugiados (EOR) para alzar la voz por las mujeres de su tierra natal. Durante su competición, Talash portó una capa con el mensaje «Free Afghan Women» (Liberen a las Mujeres Afganas), una declaración que, más allá de ser una manifestación política en el sentido convencional, fue un grito de auxilio y solidaridad con sus compatriotas que viven bajo un régimen que les niega los derechos humanos más fundamentales, desde la dignidad, hasta la educación y la libertad de movimiento o cualquier expresión.
El COI justificó la descalificación de Talash invocando el artículo 50 de la Carta Olímpica, que prohíbe cualquier tipo de manifestación política, religiosa o racial en las instalaciones olímpicas. Aunque la regla fue aplicada de manera literal, la medida pone de manifiesto la parcialidad, incoherencia y falta de equidad del COI en la aplicación de sus propias normas, porque aplicó este precepto de manera desproporcionada y muy severa, anulando las posibilidades de Talash, silenciándola a ella, y disuadiendo a las demás mujeres y hombres refugiados a hacer valer su libertad de expresión, so pena de represión y sanciones por parte del COI. Y adoptó esta decisión mientras permitió impunemente la infracción del mismo precepto en la ceremonia inaugural, cuando consintió y validó el esperpéntico show drag que violó los derechos de las mujeres y menores y los sentimientos religiosos, bajo el misógino y débil pretexto de la libertad artística.
El COI no ha hecho valer los DDHH de las mujeres afganas
Es de destacar también el noble y loable testimonio de sacrificio que hizo por los derechos de las mujeres afganas, la atleta Kimia Yousofi, la mujer afgana que, representando a su país en los Juegos Olímpicos, realizó un gesto de profunda valentía. Tras finalizar en último lugar en su serie de los 100 metros, Yousofi giró su dorsal para mostrar a la cámara un mensaje reivindicativo: «Educación, deporte, nuestros derechos«.
Aunque no fue descalificada, este acto de resistencia ha tenido graves consecuencias para ella, pues Kimia no podrá regresar a su país, donde le esperan severas represalias. Si participa en futuros Juegos Olímpicos, será bajo la bandera del Equipo Olímpico de Refugiados, un equipo al que el COI no les permite ejercer pacíficamente su libertad de expresión.
Es imperativo que el COI respete y promueva los principios establecidos en la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y la Carta Olímpica y que defienda los derechos de atletas como Manizha Talash y Kimia Yousofi. El COI no sólo debe proteger la integridad, dignidad y libertad de expresión de las mujeres, sino que también debe demostrar que no es un ente que sigue despreciando a las mujeres, como en su momento hizo Pierre de Coubertin, al negar a las mujeres el derecho al deporte olímpico, y ahora ha hecho Thomas Bach, al propiciar el desmantelamiento de la categoría femenina en los deportes para dar paso a los hombres diversos.
Honraría su compromiso con la dignidad, igualdad, libertad y respeto de los derechos humanos que debe garantizar el espíritu olímpico de solidaridad e inclusión, el proteger debidamente a las mujeres afganas. Este es realmente el significado de la inclusión y la diversidad, que consiste en integrar debidamente a las personas que por sus características o circunstancias personales, por razón de salud, nacionalidad, origen, ideología, sexo, orientación sexual, tienen menos oportunidades y reciben peor trato. De ninguna manera la inclusión y la diversidad estaba pensada para otorgar más privilegios a los hombres, en detrimento de los derechos de las mujeres y niñas.
La violación extrema de los DDHH de las mujeres y niñas afganas
El heroico gesto de Manizha Talash y Kimia Yousofi hacia las mujeres y niñas de su país merece ser recompensado y valorado, pues las mujeres y niñas afganas viven bajo un feroz régimen de opresión y violencia extrema desde el retorno al poder de los talibanes en 2022. Ante la indiferencia de la ONU, la Unión Europea, los EEUU, el COI y la práctica totalidad de la comunidad internacional y la sociedad mundial, los talibanes se han hecho nuevamente con el control de Afganistán y han vuelto a imponer sobre las mujeres y niñas el atroz régimen de represión que ya habían impuesto desde su arribo al poder en los noventa.
Las mujeres afganas no tienen derechos, ni autonomía para tomar decisiones personales fundamentales, pues no pueden elegir las decisiones más básicas y vitales de su vida, ni su pareja, ni decidir si tener descendencia y cuántos, o si desean mantener relaciones sexuales. Según estimaciones de la ONU, el 28% de las mujeres afganas se casan antes de alcanzar la mayoría de edad, y en las zonas rurales este porcentaje es aún mayor, evidenciando la falta de protección de los derechos de las niñas, a quienes se les impone matrimonios forzados con hombres adultos, legitimando las agresiones sexuales en la infancia. Estas decisiones vitales están dictadas por las normas impuestas por los talibanes y ejecutadas por los hombres de su entorno familiar.
Este control se extiende a su movilidad, pues no pueden salir de sus casas sin la compañía de un pariente masculino cercano, ya sea el padre, hermano o marido. Incluso el simple hecho de desplazarse en un autobús o taxi requiere la segregación, lo que limita aún más su libertad de movimiento.
El código de vestimenta impuesto es otro mecanismo de control patriarcal, pues las mujeres deben estar completamente cubiertas desde la cabeza hasta los pies, sin espacio para la expresión individual o cultural, bajo una cárcel textil conocida como burka, privándolas de contacto sensorial con el exterior.
Las mujeres de Afganistán tienen prohibido acceder a la educación, lo que les niega la posibilidad de formarse y participar en la vida cultural, profesional y pública. Además, están vetadas del trabajo fuera del hogar, lo que las empuja a una dependencia económica total y las margina socialmente.
La participación en actividades deportivas está prohibida para las mujeres, negando su derecho a la salud, a la práctica de actividad física y al esparcimiento y la diversión. Además de todas estas restricciones, las mujeres afganas carecen completamente de libertad de expresión. No pueden protestar, ser vistas fuera de sus hogares, ni ser fotografiadas, sin arriesgarse a severos castigos.
En este contexto de profunda injusticia, no podemos sino reconocer el inmenso sufrimiento que enfrentan las mujeres y niñas afganas, tanto dentro de su país como fuera de él. Aquellas que viven bajo el régimen talibán soportan una represión brutal que les niega su dignidad y los derechos humanos básicos, mientras que quienes alzan la voz en escenarios internacionales, como Manizha Talash, enfrentan la censura y el castigo por parte de organismos que deberían proteger y amplificar sus mensajes de libertad, protegiéndolas.
El reconocimiento de la labor humanitaria de la Relatora Especial de la ONU
Es fundamental reconocer la comprometida y tenaz labor humanitaria de la Relatora Especial de la ONU sobre violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias, quien ha sido una incansable defensora de los derechos de las mujeres y, particularmente, de las más vulnerables, entre las que destacan las mujeres afganas y sus hijas e hijos, que viven en extrema represión y violencia; así como de las mujeres palestinas y sus hijos e hijas que sufren un brutal genocidio, ante la indiferencia de la ONU, el COI y la comunidad internacional.
A pesar de la soledad con la que realiza su misión, la Relatora Reem Alsalem ha alzado la voz contra las atrocidades cometidas por el régimen talibán. Su trabajo ha sido determinante para mantener el foco internacional en la crisis de derechos humanos que sufren las mujeres y niñas en Afganistán, a menudo silenciada y deliberadamente ignorada en las agendas diplomáticas y de DDHH globales. La valentía y determinación de la Relatora Especial son un faro de esperanza en medio de la oscuridad que envuelve a las mujeres afganas, y su labor merece no solo nuestro reconocimiento, sino también un apoyo más sólido y comprometido por parte de la comunidad internacional.
Homenaje a la dignidad y grandeza de las mujeres afganas
No podemos terminar este escrito sin expresar nuestro afecto, reconocimiento y apoyo a todas las mujeres afganas en su lucha por recuperar sus derechos y dignidad, para que puedan vivir sin miedo, sin violencia, sin opresión y con el respeto que toda persona merece. Nuestro cariño especial para las atletas olímpicas Manizha Talash y Kimia Yousofi, así como para las juezas refugiadas en España Gulalai Hotak, Safia Jan Mohamed, Friba Quraishi, Nazima Nezrabi y Helena Hofiany y todas las afganas que viven en España.
¡Libertad para las mujeres afganas! Free Afghan Women!
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