Se celebran 214 años que la madrugada del 16 de septiembre de 1810 Miguel Hidalgo y Costilla, realizó el mítico grito de independencia, donde llamó al pueblo a levantarse en armas y expulsar a la fuerza española del territorio, pero este no es el clímax de la rebeldía anticolonial; ese ya lo habían alcanzado las mujeres hasta una década antes.
Las mujeres participaron: envenenado tortillas para favorecer alguna causa, siendo espías, vistiéndose de charros para aterrorizar a los españoles, liderando tropas, seduciendo con coquetería para después traicionar, afilando sus machetes, cuidando heridos y poniendo cuerpo por la independencia, que hasta nuestros días, aún trastoca a sus herederas; las mujeres rebeldes que siguen haciendo revolución.
En todos los frentes de lucha por la independencia de México, las mujeres pusieron cuerpo y academia; algunas volcaron toda su fortuna por la causa, otras se unieron a los convoyes de lucha y algunas más, erosionaron el sistema de la élite desde adentro, siendo espías, mensajeras, pero también, cabezas fundadoras de sociedades secretas en la -ahora- capital mexicana. Esto lo documenta Celia del Palacio Montiel en el capítulo III contenido en La participación femenina en la Independencia, publicado por el INEHRM en 2015.
Muchas mujeres murieron en combate, otras fueron torturadas, desaparecidas, violentadas y condenadas a vivir en el exilio al ser descubiertas, por ello, más allá de nombrar sólo el trabajo –valeroso– de algunas mujeres por separado, debe entenderse el fenómeno independentista como una colectividad que apareció desde diferentes trincheras y que, gracias a esta coerción, más allá del colonialismo y la clase social, las mujeres fueron pieza clave en articular la libertad de la nación.
La élite femenina: Primera franja de lucha
Manuela Herrera, una hacendada muy rica, fue capturada luego de prenderle fuego a su propiedad para evitar darles, siquiera, el más mínimo recurso al ejército realista. Torturada y abusada, Manuela Herrera nunca delató a sus cómplices a quienes apoyaba con sus recursos; fue exiliada y perseguida por el Estado durante toda su vida. Vivió en el corazón de un bosque como ermitaña, esperando nunca ser encontrada y aguardando a que el movimiento independentista hiciera patria.
Con esta primera historia, se nombra el poder de las mujeres pertenecientes a la élite novohispana, su poderío económico como hijas, esposas o viudas, fueron eje rector del movimiento. Conquistaron y se rebelaron al mundo que las rodeaba; aún con las limitaciones patriarcales que ello implicaba.
Las mujeres criollas pertenecientes a las clases más acomodadas del país, favorecieron la lucha independentista brindando recursos, protección, refugio y cuidados a las causas insurgentes.
Doña María Teresa Medina, utilizaba sus propiedades como punto de reunión para el ejército de la insurgencia, ahí, hacían ofensivas de conspiración para el Golpe de Estado y cuando fue delatada, logró huir y no ser aprehendida gracias a su esposo, Manuel de la Sota Riva que tenía un cargo castrense en Xalapa.
La señorita Avilés, desde el interior de la industria de la imprenta, apoyó para que saliera el periódico El mejicano independiente que contenía información de la resistencia independentista y llamaba a levantarse en armas.
En las carreteras, la poderosa María Catalina Gómez de Larrondo, sabía bien que por Acámbaro pasarían los convoyes que llevaban refuerzos al ejército realista, por ello, lideró una lucha junto a sus trabajadores para no permitirles pasar; les impidió el paso y peleó para que esos recursos no llegaran a su destino.
En la actual Ciudad de México, Margarita Peinbert, Antonia Peña, María Camila Ganancia y Luisa de Orellana y Pozo, cabezas y miembros importantes de la sociedad secreta Los Guadalupes, ejercieron importantes roles como mensajeras y espías, gracias a ellas, se sacó a la luz el periódico El Ilustrador Americano.
Su compañera, Petra Teruel, perteneciente a este mismo grupo, fue apodada «el ángel protector», pues gracias a sus influencias en la -ahora capital mexicana- y su valentía, logró que muchos presos políticos fueran liberados de las cárceles inquisitorias y pudiesen huir a otros poblados del país. Además, es conocida por visitar y cuidar de aquellos reos independentistas.
En la línea de fuego: El terror del ejército realista
Con machetes, algunas disfrazadas de hombres y con un poder en el campo de batalla que les hacía convertirse en leyendas de terror para el ejército realista, la independencia también se abordó desde la lucha cuerpo a cuerpo, el sacrificio, la sangre y el duelo.
Hombro a hombro, las mujeres, en compañía de sus colegas, soportaron hambrunas, climas inhóspitos, hachazos y el desdén de las fuerzas militares cuando las sorprendían como mujeres.
Las tropas de Nicolás Braco, en la sierra de Jaleaca estaban cerca de desertar; el frío y el hambre eran insostenibles. Los hombres estaban por rendirse, el cuerpo no podía más y ante la desesperación, las dos mujeres del grupo, Catalina González y Antonia «La Generala» Nava, hablaron con la tropa.
Pidieron ser asesinadas y comidas por sus compañeros en nombre de la patria. En este pasaje de la historia que resulta escabroso, se demuestra también el compromiso exacerbado que tenían las mujeres con la lucha; eran aguerridas, sin temor a la muerte, a la tortura y capaces de sacrificar todo por la causa independentista.
Y es que, muchas de ellas, habían sido despojadas de todo; sus esposos fusilados, sus hijos también, sin tierras, ni patria, su única opción, siempre fue luchar contra el Estado y ajusticiarse.
Los hombres miraron atónitos a Catalina y a la Generala y rechazaron hacer algo como eso, al día siguiente, se dio una batalla y las dos mujeres fueron al frente armadas con su machete.
En Texcoco, Manuela Medina «La capitana» formó un ejército y peleó en siete combates; murió a causa de las heridas que le dejó este último en 1822.
A cinco horas de ahí, en Veracruz, Orizaba, se corría la leyenda de un hombre cruento que aterrorizaba a los rancheros del pueblo. Pasaba por las casas cobrando tributo para la causa insurgentes y las personas le temían por las aterradoras leyendas que habían sobre este personaje; se trataba de María Josefa Martínez, quien se disfrazaba de hombre.
Conocida por sus habilidades de combate, la viuda sólo se ponía ropa de mujer cuando la ocasión lo ameritaba, como por ejemplo, cuando viajaba a Puebla para espiar a las tropas realistas y averiguar sus rutas.
Pero este trabajo de espionaje y golpes al ejército realista, lo realizaron también otras mujeres a través de sus medios: Juana y Feliciana, dos tortilleras que se encargaban de envenenar sus productos y darlos a los realistas en Teotitlán del Camino en Oaxaca; su trabajo produjo varias deserciones y bajas. Fueron fusiladas por el ejército al descubrirse responsables.
En Michoacán. María «La fina» Francisca, era conocida en los pueblos por, según los relatos de la época «ser una embaucadora de los hombres», pues se le conocía por sus amoríos con varios líderes independentistas del Estado como Manuel Muñiz o José María Marroquín.
Por lo «inmoral» de su comportamiento fue azotada en el centro de Tacámbaro, sin embargo, La Fina era más que esa fama machista, en realidad, los registros apuntan a que desde su posición como amante, disponía de los presupuestos del ejército, daba órdenes, mangoneaba a los hombres y se apropió de varias tropas para luchar por la causa independentista.
Esto último lleva al siguiente punto: Las seductoras de tropa.
El guiño, la falda, ¡independencia!
«Las seductoras de tropa» como nombra la historiadora Celia del Palacio Montiel, consistió de un poderoso grupo de mujeres que lograron inmiscuirse, espiar y enamorar a los hombres de las tropas con el objetivo de sabotear sus planes, convencerlos, traicionarlos y llevar el movimiento independentista a la victoria.
La Friné Mexicana, María Tomasa Estévez, descrita como una de las mujeres más hermosas, fue fusilada en 1814, luego de saberse que convencía a los soldados de cambiarse de bando; les manipulaba y obligaba a prometer que servirían al independentismo.
Su colega, Carmen Camacho fue otra de las seductoras más canónicas; rebelde y valiente, la mujer tenía bien planteadas sus estrategias para convencer a los hombres de unirse a su causa. Se dejaba invitar algunos tragos, coqueteaba y una vez entablada una relación sexoafectiva les convencía de desertar para después, abandonarles. Un hombre la denunció por estas prácticas, fue perseguida, aprehendida y condenada a la horca.
Por todo el país, docenas de mujeres convencían a los miembros del ejército realista de enviar cartas o hacerles favores de causa independentista. Pero también, fungieron estas tareas postales por propia mano, como la señora Marcela, quien, a pesar de ser de la tercera edad, transportaba cartas con alertas o noticias importantes, así como víveres; los peligros que tenía que enfrentar en Silao y Puerto Espino fueron muchos, pero Marcela apodada «La madre de los desvalidos» nunca flanqueó.
Esposas e hijas, tomando el bastión independentista
Recordemos que esta lucha duró más de una década (11 años) y en este tiempo, se gestó el rompimiento de miles de familias en toda la nación. Aquí, las mujeres -esposas, hijas- tomaron las riendas del hogar, pero también, de la lucha; fueron acompañantas del movimiento y se mantuvieron al pie de la lucha junto a sus padres y hermanos.
Francisca Marquina de Ocampo se vestía de charro, luchaba y amedrentaba por la causa independentista; acompañó a Antonio Pineda en todos los combates y junto a él, resistió los embates de la violencia.
Félix Trespalacios era esposo de Ana García, una mujer que se mantuvo firme en la lucha, recorrió junto a él 160 kilómetros y lo rescató en dos ocasiones de la sentencia de muerte.
Las mujeres que tomaron la palabra independentista y «las otras»
El régimen inquisitivo y lo cruento del ejército realista, seguía una línea puramente punitivista, pero también extremadamente patriarcal. A ello, las mujeres fueron quienes tuvieron que hacerse de valor y fuerza para utilizar su voz en nombre de la liberación del país.
Aquellas que se atrevían a pronunciarse a favor de la ambiciosa independencia, serían perseguidas, castigadas severamente y encerradas, como el caso de María Ignacia Morentín y María Josefa Notera, quienes fueron condenadas a vivir en un convento y a ser vetadas de volver a hablar.
Bernarda Espinoza también fue recluida por su trabajo de difusión de la palabra a favor de la causa, sin embargo, intentó escapar de este espacio en reiteradas ocasiones, una de ellas, seduciendo a la rectora de la cárcel.
Del otro lado de la moneda, se debe hacer un ejercicio de desafanarse de las causas y mirar con transparencia lo que este movimiento implicó; un cambio absoluto en la nación que acarreaba el beneficio y para otros, el temor del porvenir.
Las mujeres simpatizantes al ejército realista también existieron, pelearon e hicieron todo lo que pudieron para contener la independencia; no hay que olvidarse de ellas que, más allá de todo, también resistieron al sistema patriarcal, se afianzaron de su fe, sus creencias políticas y construyeron su propia revolución.
Como por ejemplo, Las Marianas, un ejército de 2 mil 500 mujeres, lideradas por la ilustrada Ana Yraeta, muchas de ellas, viudas, hermanas o madres de miembros del ejército realista, quienes también tomaron su lugar para pelear a favor de su causa como espías, delatoras, brindando recursos económicos, enviando víveres, agua y siendo el sostén de sus comunidades.
¡Viva la matria!
*Información extraída de La participación femenina en la Independencia, capítulo III escrito por Celia del Palacio Montiel
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