Fabrizio Mejía Madrid
Recuerdo que, ante la magnitud numérica –un millón de personas–, los que asistimos a la concentración en la que una multitud le mentaba la madre a los diputados, jueces y Vicente Fox, vimos una diferencia con otras protestas de esos años. Las frases que la gente escribió en cartulinas, en los parabrisas de sus coches, en mantas eran de una contundencia pocas veces vista. Incluso el arreglo entre la indignación y la broma dio paso a una teatralidad súbita: un caballo hecho con huacales por algunos comerciantes de un mercado se juntó por la dinámica de la marcha con un joven disfrazado de Quijote. Había ahí, además de la indignación contra Fox, representado por Javier Vega Memije –todavía me acuerdo de su nombre–; Juan de Dios Castro, de Acción Nacional, casi en representación de Manlio Fabio Beltrones, del PRI, y la SCJN de Mariano Azuela, una comprobación de la propia fuerza de la respuesta multitudinaria.
Al mitin convocado el 24 de abril se le llamó originalmente marcha del silencio
,
como la del 13 de septiembre de 1968 en repudio a la represión, pero
fue todo menos eso, porque brotó de ella la felicidad de que éramos
mucho más de lo calculado y casi seguros de que podíamos ganar. Lo
hicimos a mediano plazo: el entonces jefe de Gobierno de la capital del
país fue desaforado, pero Fox se desistió de meterlo a la cárcel. Optó
por el fraude electoral que llevaría a Felipe Calderón a tomar posesión
en 2006 y que desataría la cruenta guerra contra el crimen
que,
en realidad, intentó ser una limpieza social. El movimiento no triunfó
hasta 2018, pero se transformó y creció en las sucesivas presidencias de
la izquierda. Aunque muy parecido a sus orígenes, hoy el obradorismo es
mucho más rico.
Revisando textos de esos años, me encontré con un pequeño cuaderno
que publicamos en 2006 varios fotógrafos coordinados por Frida Hartz.
Rosa Albina Garavito recopiló las frases de la gente que asistió y yo
traté de escribir un primer acercamiento a lo que era, sin duda, un
movimiento político nuevo: el obradorismo. De las frases que se
recopilaron de los manifestantes y que leo ahora, después de 20 años, me
quedo con estas: Vamos a triunfar desaforadamente
; “ Peje El Toro será Presidente”; Todos ellos tienen fuero, lo que no tienen es vergüenza
; Fox, baja ya el telón, la farsa ha terminado
; Prefiero ser labrador que Fox terrier
; Todos somos López, hasta Jennifer
; A ustedes les da más miedo emitir la sentencia que a mí escucharla
; La facultad de decidir es nuestro derecho
.
De las imágenes resuenan, después de dos décadas, las de Omar
Meneses, de las mujeres en la valla viendo el desempeño de la sesión en
la Cámara de Diputados, enjugando una lágrima para, segundos más tarde,
levantar el puño; las de Cecilia Candelaria, de un dibujo en una
pancarta que dice: ¿Cuál cambio?
, en la que al derecho se ve la
cara de Salinas de Gortari y al revés la de Fox; la de Ernesto Ramírez,
de un cartel con el rostro de López Obrador al que le pusieron un
sombrero de verdad, y otra, también de Candelaria, en la que un hombre
lleva un retrato de Felipe Ángeles con la frase No se puede privar a
los demás de la libertad sin perderla uno mismo. No se puede impartir el
terror sin estar poseído por el terror
. La frase del general, que
muchos años después sería el nombre del aeropuerto de López Obrador,
casi presagia lo que sería esa época hasta 2018.
De mi texto, recupero algunos párrafos que hoy me parece que tienen ecos: “‘ Peje El Toro es inocente’ es la fórmula por todo Reforma cuando el Nosotros los pobres encuentra continuidad en ‘Primero los pobres’, y el hecho de que los perseguidores de Andrés Manuel lo disminuyan con ‘el señor López’, sólo lo refuerza como un hombre común, el ciudadano en el que la gente ve un signo de identidad: ‘Todos somos López’, dice una hoja de papel pegada a la carriola de un bebé. Los López son los que esperan en la antesala del Ministerio Público, que hacen filas en las ventanillas de jubilación o se apretujan en el subterráneo que nacionaliza el término ‘metrosexual’”.
Otra que recupero al vuelo: El lopezobradorismo surge como una
forma de defender el derecho del personaje a participar en la elección
de 2006. Es el derecho de todos. De ese lado de la nación, la ciudadanía
es algo que se ejerce desde las calles; la política no se termina en
los políticos, ha llegado la hora de los siempre esperanzados. Y surge
toda una respuesta cultural al desafuero: las sentencias de la gente, no
las de los jueces. Llenas de humor y desparpajo, las frases que la
gente va escribiendo a mano en un diario colectivo de la afrenta son
legión, pero sobre todo son significativas de un ánimo esperanzado en el
poder de la palabra escrita sostenida en pancartas improvisadas por la
ciudadanía. Hay agravio, pero todavúa más esperanza
.
Y finalmente: “Desde algo tan lejano como 2004, el lopezobradorismo había hecho visible a un país que estaba llegando a su límite de hartazgo por la falta de resultados de la política y los políticos. Ahí seguían los miles esperando un cambio, no sólo en los derechos sociales, sino sobre todo en lo cultural: donde los pobres, los morenos, los viejos, las mujeres no fueran nacos, invisibles, los nunca escuchados y jamás atendidos. Un nuevo lugar donde el chiste de moda –¿por qué a AMLO le dicen el Whiskas? Porque ocho de cada 10 gatos lo prefieren– no dé risa, sino convoque a la incomodidad. El obradorismo es, desde las jornadas contra el desafuero, ese malestar. Un recelo necesario”.
Todavía se escuchan los ecos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario