4/06/2025

El postfascismo francés y sus secuaces mundiales

  Héctor Alejandro Quintanar

A las extremas derechas les resulta imposible pensar al mundo sin fantasmas amenazantes y sin una presunta alianza mundial que quiere acosarles.

sinembargo.mx

El 31 de marzo pasado, un Tribunal francés declaró culpable a Marine Le Pen por el cargo de malversación de fondos europeos para favorecer a su partido político, llamado Agrupación Nacional, y que es un engendro de la ultraderecha posmoderna en Francia. Hija del líder post-fascista Jean Marie Le Pen, fallecido el año pasado, y heredera del grupúsculo “Frente Nacional”, fundado en 1973, la política condenada representa a una corriente de pensamiento enmarcada en la frustración de una Francia poscolonial, que se tomó como agravio el derecho a la independencia de países que tenía subyugados, como Argelia, y que añora a una Patria blanca y cristiana, como si el reloj del mundo se volviera al siglo XVIII.

Marine Le Pen encabezaba hasta hace unos días a un partido que, peligrosamente, ha avanzado demasiado en el escenario político francés desde 2002, cuando su desorbitado padre, de manera inédita, llegó a la segunda ronda electoral frente a Jacques Chirac, personaje que, en esa coyuntura peligrosa, recibió el apoyo tanto de las derechas moderadas como de las izquierdas para evitar el triunfo del post-fascismo.

La historia hacia hoy es distinta. Marine le Pen representa a ese sector político de valores retardatarios, supremacistas y antidemocráticos, que, sin embargo, ha sabido jugar con las reglas electorales. Como dicen los historiadores Enzo Traverso y Federico Finchelstein, si antes el fascismo se abría paso mediante la violencia y le era esencial la construcción de una dictadura, las extremas derechas posteriores a 1945 han sabido adaptarse al terreno de la competencia comicial, donde, destacadamente, en la geografía europea han tenido un éxito alarmante en el Siglo XXI. El grupúsculo político de Marine le Pen es un caso notorio en este sentido.

La condena a Le Pen implica la posibilidad, con la salvedad de que se revise su caso, de que no pueda competir por ningún cargo público en Francia en los próximos cinco años, y está vigente la posibilidad de que purgue sanción en prisión. En este proceso, sobresale el hecho de que eso parece un freno momentáneo al ascenso post-fascista francés. Y las reacciones de las estridentes voces de la extrema derecha mundial son dignas de exhibir.

Le Pen, tal como lo hizo Javier Milei en las semanas recientes con su estafa piramidal que afectó a miles de argentinos, es una muestra de que en las derechas la corrupción es una indigna moneda corriente. Muy propia de las visiones para quienes la política y el Estado son una plataforma economicista, o sea de negocios personales a costa de lo público, donde sobrevive el más apto, o sea el que menos escrúpulos tenga.

Pero más allá de eso, la solidaridad que recibió es reveladora. Salvo el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania, el post-fascismo europeo se volcó en favor de Le Pen, acusando que la condena por esta corruptela es un ataque a la democracia. En esa tesitura hablaron el líder húngaro Víktor Orbán, la musoliniana Giorgia Meloni, o el partido franquista y negacionista español Vox, con Santiago Abascal a la cabeza. Resulta curioso que los supremacistas que desprecian las diferencias y que no pueden ganar sin recurrir a campañas tramposas, como hizo Vox al acusar al partido Podemos de recibir financiamiento venezolano, a sabiendas de que era falso, hoy aleguen la necesidad de un entramado competitivo limpio en la democracia. Entramado que, al parecer, sólo ellos tienen el derecho a enturbiar, pero que cualquier refreno a sus excesos y corruptelas se interpretará como un obstáculo ilegítimo. Nada nuevo hasta aquí: si algo caracteriza a las derechas más rancias es su propensión a ser victimarios con discurso de víctimas.

En este coro de apoyo a Le Pen, destaca el recibido desde América, donde Trump, un delincuente condenado que se salió impune, compara el caso francés con el suyo, mientras acusa una injusticia. Lapsus grave del mandatario norteamericano, porque de ser casos similares, ello implicaría que la politicastra francesa es culpable, como en efecto, se determinó en Estados Unidos que Trump lo era.

En el colmo del delirio, el señor Elon Musk afirmó que lo ocurrido en Francia es una muestra de que “cuando la izquierda radical no gana con votaciones democráticas, abusan del sistema legal para encarcelar oponentes”. No se sabe qué entienda el señor Musk por izquierdas y derechas o radicalismos ahí. De hecho no se sabe qué entienda bien a bien el señor Musk del mundo. Pero su dicho es un espantajo sin pies ni cabeza. Al menos en América Latina, y solamente con mirar lo ocurrido en el Siglo XXI, todas las interrupciones ilegítimas de mandatos, golpes de estado suaves o tradicionales, y otras formas de ejercer la antidemocracia, son patrimonio exclusivo de las derechas. Ocurrió en Brasil en 2016, con la destitución ilegal de Dilma Roussef; ocurrió en Paraguay con la destitución ilegítima de Fernando Lugo; ocurrió en Honduras en 2009, con el golpe de Estado técnico contra Manuel Zelaya; ocurrió en Ecuador contra el Presidente Rafael Correa; ocurrió en Perú contra Pedro Castillo en años recientes y ocurrió en Bolivia contra Evo Morales en 2019.

Así, mientras en este siglo no hay ningún caso de algún Presidente de derechas depuesto por “la izquierda radical”, todas las defenestraciones autoritarias han perjudicado a presidentes de alguna gradación a la izquierda. La frase del señor Musk, así, no sólo es alarmantemente estúpida sino negacionista. O, quizá, se trata de un subterfugio manipulador de un petimetre como Musk, quien, con todo el cinismo de las figuras fascistoides, y ante la acusación de que Estados Unidos contribuyó al golpe de Estado en Bolivia en 2019 para robar el litio de esa Nación; señaló abril de 2020, en su cuenta de tuíter que ellos “harían golpes de Estado a quien quisieran”. ¿Quién es, pues, la amenaza a la democracia?

Para las extremas derechas, el panorama geopolítico es un asunto crucial. Porque no pueden entender el mundo sin la idea de una amenaza externa global que vulnera un orden local, tradición heredada del fanatismo religioso organicista del Siglo XVIII, y consolidada en el albor del Siglo XX con la simultaneidad de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial. En esa tesitura, a las extremas derechas les resulta imposible pensar al mundo sin fantasmas amenazantes y sin una presunta alianza mundial que quiere acosarles.

Los respingos colectivos para defender las corruptelas de Le Pen, y las bocazas que se han abierto para señalar que sancionar esa corrupción es sancionar la democracia, hablan de que esta alianza global y amenazante, al menos en el plano ideológico, es patrimonio de la extrema derecha, que una vez más, proyecta en sus adversarios lo que en realidad son sus propios defectos.

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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