4/12/2025

31 años del genocidio en Ruanda. La violencia sexual como arma de guerra

 Escrito por Arantza Díaz 

.-Ciudad de México.- En abril de 1994, el avión donde viajaba el presidente de Ruanda, Juvénai Habyarimana y su par, Cyprien Ntaryamira fue derribado; un ataque político orquestado por grupos rebeldes que mantenían tensiones étnicas -hutus vs tutsis-, herencia del propio sistema de castas. El hecho terminó por convertirse en un genocidio étnico sin precedentes; uno de los episodios más cruentos en la historia contemporánea donde en medio, las mujeres y las infancias, lucharon por resistir.

Con el asesinato del presidente, los grupos radicales de los hutus subieron al poder; tomaron Ruanda con una extrema violencia y soltaron las primeras instrucciones en su nuevo gobierno: Extinguir a los tutsis. Una minoría ética del país que era demonizada por sus pares, los hutus, por ello, con la llegada de estos grupos radicales al poder, se orquestaron una serie de acciones que instaban a la población hutu a exterminarlos, como resultado, en tan sólo 100 días se asesinaron a 800 mil personas tutsis, aproximadamente el 75% de su población, de acuerdo con Amnistía Internacional.

El genocidio no tuvo precedentes; la crueldad de los asesinatos, la violencia contra las mujeres y el homicidio de bebés e infancias tutsis se convierte en una de las huellas más imborrables de la memoria colectiva. El régimen extremista cayó sólo 3 meses después, en julio de 1994, sin embargo, sólo bastaron esos 100 días para llevar -casi- a la extinción al pueblo tutsi a manos de la mayoría del pueblo hutu, pues participaron personas civiles, soldados y policías.

Tras una lucha por el poder, el Frente Patriótico Ruandés y su cabeza, Paul Kagame derrocó a los hutus, estableciéndose así, un episodio de paz y unidad nacional que se mantiene hasta nuestros días. Sin embargo, es importante señalar que, aunque Kagame fue pieza clave en la liberación de los tutsis, el presidente se ha adherido con fuerza a su posición de poder, renovando su mandato por cuatro ocasiones y tirando todas las leyes que le impiden continuar su mandato. El pasado julio aplazó su gobierno y quedará como presidente hasta 2034.

La violencia sexual como arma de guerra

Según documenta Amnistía Internacional, una de las herramientas de control y guerra más comunes durante el genocidio del pueblo tutsis, fue la violación y el abuso sexual de las mujeres /adolescentes.

Según un relator especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, se calcula que, durante los 100 días del genocidio, se cometieron hasta 500 mil violaciones; 5 mil violaciones diarias. La mayoría, eran multitudinarias y manejaban un modus operandi donde las milicias de hutus secuestraban a las adolescentes y mujeres para abusarlas de manera reiterada para posteriormente, asesinarlas. Asimismo, como arma de control y dominio, muchas de las adolescentes y mujeres eran puestas en libertad cuando se aseguraba que estaban embarazadas; eran forzadas a tener a hijas e hijos hutus como símbolo de vergüenza para su propia etnia. Se calcula que nacieron aproximadamente 5 mil bebés de estos actos.

Derivado de estas violaciones, la Asociación de Viudas del Genocidio, calcula que 7 de cada 10 mujeres fue contagiada con VIH, además, de que el 80% de las sobrevivientes enfrentó secuelas graves y traumas psicológicos imborrables.

En 2004, Amnistía Internacional publicó «Marcadas para morir: Sobrevivientes de violación afectadas de VIH Sida«, un informe que nació en el marco de los 10 años del genocidio tutsi y que evidencia los problemas estructurales para erradicar el VIH; las mujeres víctimas de violación enfrentaron una serie de condicionantes que recrudecen los hechos, como la pobreza, la vulnerabilidad al no contar con atención médica y la indigencia.

Luego de una década del genocidio, se calcula que hay hasta 100 mil personas que necesitan agentes antirretrovirales para mejorar su expectativa de vida con VIH, sin embargo, sólo 2 mil tienen acceso al tratamiento, por lo tanto, se calcula que anualmente 50 mil personas fallecen a causa del VIH.

El informe documenta algunos de los testimonios de sobrevivientes, como el de Angele, quien narra cómo, mientras viajaba en un taxi hacia la ciudad de Gisenyt, su auto fue emboscado por el ejército hutu y a pesar de intentar huir entre la multitud y refugiarse en una montaña de cuerpos, Angele fue descubierta y llevada a un bosque donde sería violada por distintos soldados cada noche.

«Los soldados de la milicia venían todas las noches a violarme, hasta que una noche uno de ellos anunció que yo era suya, que él era mi “esposo”. Yo sólo pensaba en escapar para reunirme con mi familia […] Teníamos que huir constantemente, porque el ejército ruandés iba tras ellos. Durante una gran ofensiva de los soldados del gobierno en el bosque de Gishwati, conseguí huir cuando todos se dispersaron […] y volví a casa […] Unos años después, un soldado del RPF [Frente Patriótico Ruandés] vino a mi casa y quiso tener relaciones sexuales conmigo. Traté de convencerle de que era seropositiva y de que no podía tener relaciones sexuales. Aquello fue como una violación. Como era un soldado, me sentí incapaz de gritar. Quería casarse conmigo y, como era un soldado, pensé que no tenía otra opción. Le obligué a hacerse la prueba el día después de la violación, y resultó que ya era seropositivo. Me casé con él contra mi voluntad. Mis sueños se han hecho añicos. He terminado mis estudios. Me amarga pensar que mi familia había puesto todas sus esperanzas en mí; se sacrificaron para que yo recibiera una educación, pero temo que no tardaré en morir y que mis familiares no sacarán ningún provecho de su sacrificio» (Angele, testimonio extraído del informe Marcadas para morir: Sobrevivientes de violación afectadas de VIH Sida de Amnistía Internacional)

La violencia en razón de género que vivieron las niñas, mujeres y adultas mayores de la etnia tutsi no sólo quedó en el margen sexual, sino además, se registraron casos de mujeres que fueron víctimas de mutilación genital, amputación de senos, esclavitud sexual, matrimonio y abortos forzados. Además, existe un subregistro de mujeres que murieron derivado de las heridas internas que les provocaban los hombres hutus, quienes les introducían vaginalmente flechas y otras armas.
Se ha documentado que los hutus exhibian los genitales de las mujeres, pero también, otros miembros como los dedos o las narices afiladas, rasgos presuntamente característicos de los tutsis. Esto último, implicó violencia en contra de las niñas, hijas de matrimonios hutus – tutsis, pues la mezcla de los rasgos implicó una cacería para los militares hutus quienes las buscaban para cometer homicidio. Paralelamente, muchas de las madres hutus, quienes defendieron a sus hijas e hijos tutsis fueron víctimas de actos de violencia sexual y asesinatos.

Con la caída de los grupos radicales, se aprendió al alcalde de la comuna de Taba, uno de los gobernantes que instó al genocidio entre la población. Jean Paul Akayesu fue sentenciado internacionalmente por genocidio, pero también, sería la primera vez que se reconocería la violencia sexual como parte de los hechos; el genocidio se articuló con las violaciones sexuales a manos de los hutus, para constituir actos de lesa humanidad que pretendían exterminar a un grupo étnico.

La vida de las mujeres en Ruanda antes del genocidio

El documento «La participación de las mujeres en el genocidio de Ruanda: ¿madres o monstruos?» refiere que, en la sociedad ruandesa tradicional -y como en muchas otras donde el patriarcado es el eje primordial-, el papel de la mujer es educar a los hijos y administrar el hogar. Desde los ojos de la sociedad, la ruandesa debe ser idóneamente débil y fértil, mientras el hombre debe ser fuerte, proteger y la cabeza de su hogar; el único responsable de tomar las decisiones importantes.

A los niños se les enseñaba a perseguir los valores de la familia y el nacionalismo exacerbado, lo que derivaba a que se les mostraran técnicas de combate, mientras las niñas, eran enseñadas a construir un hogar, realizar tareas domésticas, ordeñar vacas, preparar alimentos y proteger su casa. La sumisión era bien vista en Ruanda, según las tradiciones, la mujer siempre debe aceptar la violencia física y la violencia sexual como parte de sus castigos cuando hacen algo mal.
Antes del genocidio, las mujeres cargaban con el 70% del trabajo agrícola del país, tendían a tener las tasas de analfabetismo más altas y su futuro era la cosecha o en su defecto, desempeñarse en las granjas.

Con el estallido del genocidio, resulta importante hablar de la otra cara; ¿qué acontecía con las mujeres hutus? Según documenta «La participación de las mujeres en el genocidio de Ruanda: ¿madres o monstruos?» del International Review of the Red Cross, derivado de la sumisión y devoción a sus maridos, las hutus también vivían con miedo; declararon haber sido obligadas por los soldados a cometer delitos como delatar a los tutsis o entregar a aquellas personas que ocultaban, pues las hutus, también fueron pieza clave en la protección de las familias tutsis; las escondían en sus casas, incluso, de su propio marido.

Así lo rescata uno de los testimonios del informe, donde se narra cuando una mujer hutu encontró a un niño tutsi en su plantación. Se hizo un alboroto y todos señalaban en dónde se encontraba el menor, sin embargo, la mujer lo escondió entre sus faldas y cuando el ejército hutu arribó, ella se negó a entregarlo; desfundaron sus armas e intentaron golpearla. La mujer, terminó por entregar al niño: «decían que si descubrían que alguien ocultaba a un tutsi la matarían».

Otras de las historias que documenta el informe son las disyuntivas que enfrentaron muchas mujeres; defender a sus hijos de las manos violentas de los hutus. En uno de los testimonios, se habla de una mujer que era perseguida, pues sus cuatro hijos eran tutsis por parte del padre y si los encontraban, serían brutalmente asesinados con machetes, por ello, pidió ayuda a su familia hutu, sin embargo, todos rechazaron apoyarlo. La mujer decidió colocar veneno en la comida de sus hijos y posteriormente, ingerirla ella, sin embargo, sobrevivió a la intoxicación:

«Amé a mis hijos, no quería matarlos, por las noches no puedo dormir», refiere el testimonio.

Se cumplen 31 años del genocidio en Ruanda, y con estos testimonios, se nombra a las mujeres hutus y tutsis que quedaron atrapadas en un fenómeno político de genocidio y que, desde el sacrificio, hicieron todo lo posible por sobrevivir y defender a los suyos.

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