9/11/2009

Bufonadas....


En México, las bufonerías ya salieron de su cauce para invadir el espacio público
en una metamorfosis que deja de ser graciosa y se vuelve, en cambio, cada vez
más ominosa.

De la China milenaria viene la figura del bufón, cuyo oficio era distraer y hacer
reír a la corte y susurrarle al poderoso, de cuando en cuando, alguna crítica
talentosa a sus decisiones; en el horizonte cultural islámico también existía esta
tradición y hasta Atila cargaba a alguno en sus correrías. Los señores del
occidente medieval le añadieron el gusto por los seres deformes ya que, si el
bufón perdía la gracia, al menos entretenían con sus defectos.

México tiene bufones autóctonos. Del PRI podría citar los festejados refranes del
Tlacuache Garizurieta o los albures y leperadas de los diputados del Bronx. En el
PRD, la senadora Irma Serrano destazaba políticos con su lengua viperina y con
esas perlas de las letras vernáculas: A calzón amarrado, Sin pelos en la lengua y
Una loca en la polaca. ¿Y qué decir de los desfiguros del panista Pancho
Cachondo quien, en un sacrílego arrebato se tapó, con el escudo del PAN, sus
“desos” subido en la barra de una cantina?

El país resistió eso y más, pero aunque sus bufones siguen intentándolo pierden
gracia. A Vicente Fox ya lo rebasó Juanito por la izquierda. Este último nos tiene
embrujados por el morboso deseo de conocer el desenlace de sus dubitaciones
hamletianas: ¿Renunciar o permanecer en el cargo? He ahí el dilema. En un tono
más sombrío, Juanito condensa los ingredientes de la descomposición de una
izquierda empobrecida en sus programas y en su ética. No divierte que Juanito
exija, “para renunciar”, que “Clara Brugada se comprometa a dejar [a Juanito] el
50 por ciento [de las plazas de la Delegación] y que acepte firmando, que mi
estructura va a trabajar los tres años” (Jonás López, Reforma, 5 de septiembre de
2009). ¡Como vamos a celebrarle que pida repartirse, a partes iguales, el
presupuesto de Iztapalapa!

Las otras fuerzas políticas ven regocijadas el espectáculo sin darse cuenta de que
las campanas de la historia también doblan por ellos. Basta ver cómo escenifican
una multitudinaria bufonería en el Congreso de la Unión. Nada más tomar
posesión, ocho diputadas y dos diputados presentaron sus respectivas renuncias
para dar paso a suplentes y burlarse, de entrada, con la exigencia legal de destinar
un porcentaje de candidaturas a las mujeres. En la maniobra participaron el PRD,
el PRI y el PT, pero los sobrepasa a todos el Verde Ecologista, que debería
recibir el Premio Nacional de la Simulación. Si en el 2009 renunciaron del Verde
seis mujeres de sus veintiún diputados, en el 2006 fueron ocho las arrepentidas
(seis diputadas y dos senadoras).

Reconozcamos la capacidad de innovación en ese terreno. Hasta donde pude
averiguar, no existe registro histórico de bufonas. Eso se acabó, ¡los Verdes
mexicanos derribaron las murallas de género! Siendo justos, las renunciantes son,
más bien, parte de la escenografía porque las bufonadas estuvieron a cargo de la
clase política. Imposible tomarse en serio la solemnidad del Grupo Parlamentario
del PAN que tachó el espectáculo de “¡simulación!” o las declaraciones de
Manlio Fabio Beltrones o los llamados de todos y todas “a reformar la ley”.
Imposible porque, después de vociferar su desacuerdo, la mayoría entornó los
ojos para reconocer que aún no hay forma legal de impedirles renunciar.

Algo parecido ocurre en Iztapalapa, que se convierte ya en una pesada losa para
la izquierda. Jesús Ortega podrá anunciar con bombo y platillo la refundación del
PRD y Andrés Manuel López Obrador, denunciar las maldades de la mafia pero,
¿cómo tomarlos en serio cuando aceptan tácitamente el regateo que les impone
de manera pública un bufón popular quien, con sus exigencias, desnuda los
resortes del burdo reparto por cuotas? Parece, a ratos, que lo único que se busca
es sacarle un buen descuento al tal Juanito.

La corrupción está tan normalizada que nadie repara en que el jaloneo público
por la distribución de los cargos en Iztapalapa es un ilícito y que la renuncia a las
diputaciones es una agresión a la cultura democrática. Tan embotada está la ética,
que los árbitros —el Instituto Electoral del Distrito Federal y el Instituto Federal
Electoral— se las han arreglado para escurrir el bulto cuando uno esperaría algún
tipo de condena a la epidemia de Juanitas y Juanitos.

A medida que se acerca el final del texto me doy cuenta de la solemnidad que lo
ha ido invadiendo. Sé que no todos los políticos son iguales y alienta observar la
energía desplegada por el Instituto Nacional de las Mujeres para denunciar el
hecho. Sin embargo, hoy es uno de esos días en que me gana el desaliento por la
forma en que se van generalizando las bufonerías mientras la clase política
observa, impávida, cómo se pudre una transición. No se da cuenta de que sus
desfiguros ya dejaron de entretener: sus bufonadas ya sólo provocan arrebatos de
náusea.

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