9/17/2010

La Guía cultural de las fuerzas especiales de EU

Gilberto López y Rivas

Por medio del excelente artículo del antropólogo David Price: “Anthropologies: the Army’s take on culture”. (AnthroNow 3/8/10: 57-63), fue posible dar lectura a un documento recientemente filtrado por el ejército de Estados Unidos, Special forces advisor guide (Guía para el asesor de las fuerzas especiales) que refleja, por un lado, los alcances de dominio global injerencista de ese país operando en la guerra sucia –versión Obama– ya en 75 naciones y, por el otro, la renovada influencia de conceptos y conocimientos antropológicos –previamente adecuados y depurados a las mentalidades castrenses– como un instrumento más al servicio del complejo militar imperialista. Con toda razón, Price considera la Guía..., sarcásticamente y parafraseando a Emily Post, como un manual de etiqueta de la contrainsurgencia que, ¡oh sorpresa¡, advierte al personal militar que el mundo entero no es como Estados Unidos.

Al igual que sus colegas de la academia estadunidense que han denunciado el involucramiento de antropólogos –encabezados por Montgomery McFate– como accesorios útiles, o mercenarios intelectuales, en todas las unidades de combate de las guerras de ocupación neocolonial en Irak y Afganistán, Price señala que el principal propósito de la Guía... es instruir a los militares a interactuar mejor con otras culturas como asesores, ocupantes o visitantes. El documento está elaborado, asimismo, para evitar el shock cultural de frágiles boinas verdes, quienes paradójicamente tienen el lema “De oppreso liber” (Para liberar a los oprimidos), y que han sido denunciados por más de medio siglo por practicar y enseñar técnicas de tortura, asesinatos selectivos de prisioneros y combatientes, contribuir en la matanzas de indígenas, entrenar grupos paramilitares, etcétera, en los países llamados eufemísticamente naciones huéspedes; esto es, regímenes represivos en los que prestan sus servicios estos singulares asesores.

Price especifica que la Guía... se basa en la ya antigua, criticada y superada corriente antropológica denominada cultura y personalidad, que tuvo mucha influencia en los años de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, cuando antropólogos como Ruth Benedict y Margaret Mead se involucraron en estudios de carácter nacional para contribuir en los esfuerzos bélicos de su país, reduciendo la complejidad de naciones a rasgos simplificados y seudosicológicos, que ignoraban las variantes significativas entre individuos y sociedades. La Guía... se fundamenta también en el modelo de orientación de valores creado por el antropólogo Florence Kluckhohn y el sicólogo Fred Strodtbeck en los años 50 del siglo XX y basado en acartonadas representaciones de estereotipos regionales culturales, a partir de un supuesto núcleo básico de valores. Así, la compleja y heterogénea realidad étnica, lingüística y cultural del mundo es reducida en dicho documento a siete regiones culturales: Norteamérica y Europa (incluyendo Australia y Nueva Zelanda), Asia suroeste y norte de África, América Central y Sudamérica (incluyendo México), África subsahariana, el borde del Pacífico (excluyendo las Américas), Rusia y las repúblicas independientes, y Oceanía (las islas del Pacífico).

La hipótesis de Price es que los militares adoptan modelos culturales inadecuados y criticados por la academia debido a que éstos hacen eco confortablemente de sus propias visiones del mundo. “Desde la Segunda Guerra Mundial –afirma Price– observamos que los militares tienden a ignorar la investigación de la academia independiente en favor de perspectivas racialmente esencializadas ad hoc, tales como el modelo de orientación de valores de Kluckhohn (…) Los militares reconocen sus limitaciones en la comprensión antropológica de la cultura, pero sus propias reticencias, incluyendo su predilección de apoyar misiones neocoloniales, dificultan su habilidad para incorporar análisis antropológicos rigurosos”.

No obstante, poco importaría si los militares adoptaran los más acuciosos marcos conceptuales de la antropología, en lugar del reduccionismo sicologista, pletórico de estereotipos etnocéntricos que se encuentran en toda la extensión de la Guía..., ya que la finalidad de Estados Unidos y sus fuerzas armadas como potencia hegemónica de los países imperialistas sería exactamente la misma: proteger sus intereses geoestratégicos y los de sus corporaciones trasnacionales por medio de la intervención militar, policiaca y de inteligencia permanente en todas las regiones del mundo; apoyar a dictadores o gobernantes afines, formar contrapartes golpistas en sus escuelas de contrainsurgencia, continuar especializando a los ejércitos nacionales como fuerzas de ocupación a su servicio y en el control de insurgencias y disidencias de todo tipo; torturar, desaparecer, secuestrar, ejecutar, infiltrar, cooptar en operaciones transculturales de terrorismo global de Estado llevadas a cabo por los rambos de las fuerzas especiales que chapucean palabras de cortesía en español o árabe, mientras el esperanto de sus picotas cercena cuerpos y sus armas de destrucción universal aniquilan pueblos enteros.

El mensaje básico y crudo de la Guía... no requiere de interpretaciones antropológicas: “Los asesores (de las fuerzas especiales) deben tener en mente que su principal objetivo es seguir la política de Estados Unidos (…) las mayores responsabilidades incluyen el área de defensa, la contrainsurgencia, la procuración y el empleo del apoyo de Estados Unidos (…) mantener relación con la policía y con las agencias de inteligencia responsables de la contrasubversión (…) Asistir en el establecimiento de un adecuado programa de seguridad para salvaguarda contra la subversión, el espionaje y el sabotaje”.

Por cierto, México corresponde al área de responsabilidad compartida entre el 7 y el 20 grupos de fuerzas especiales en servicio activo (SFG), listos para liberar a los oprimidos mexicanos.

México insurgente

Jorge Camil

Las recientes declaraciones de Hillary Clinton, que le valieron críticas de tirios y troyanos dentro y fuera de Estados Unidos, no son un tema nuevo. El 25 de enero de 2008, cuando la guerra contra el crimen organizado comenzaba apenas a tomar fuerza, Time publicó un reportaje titulado “La narcoinsurgencia mexicana”. En él se comentaban los alarmantes niveles de violencia, y se describía a los sicarios arrestados en los operativos del gobierno como soldados de un Estado enemigo; la publicación los narra erguidos frente a los medios, con chalecos antibalas y posando detrás de los arsenales confiscados; filas interminables de armas cuidadosamente ordenadas, para mostrar que sus propietarios formaban parte de unidades militares: rifles de alto poder, pistolas, lanzagranadas y chalecos antibalas. Hoy el gobierno, que los ha caracterizado en cierto modo como fuerzas de oposición, se duele de las declaraciones de Hillary. Felipe Calderón las consideró descuidadas y poco serias.

No obstante, un alto funcionario de la DEA advirtió desde 2008 que la guerra había tomado un curso totalmente diferente: ahora se trata de matanzas indiscriminadas, para advertirle al gobierno que no interfiera y mostrar quién tiene el control. Time describió la formación de Los Zetas como una unidad paramilitar entrenada en el manejo de armamento sofisticado y equipos de comunicaciones: una estrategia que pronto sería imitada por el cártel de Sinaloa, confirmando la tesis de que se había desatado una narcoinsurgencia contra el Estado mexicano. Tres años y 28 mil muertos después, además de la inesperada aparición de coches bomba, el reto al gobierno mexicano continúa fortaleciéndose. Por eso Hillary expresó en el Foreign Affairs Council lo que todos sabemos: que “los cárteles mexicanos constituyen una insurgencia con poder para retar al gobierno en amplios espacios de su propio territorio”.

Y aunque en Univisión y CNN Calderón se vanaglorió de que Obama y el subsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, hubiesen intentado matizar las declaraciones de Hillary, asegurando que México no es la Colombia de los 80, y que gozamos de un gobierno estable y democrático, la realidad es que un día después el gobierno de Estados Unidos ordenó la salida inmediata de las familias de funcionarios consulares en las zonas de conflicto.

Alejandro Poiré, secretario del Consejo de Seguridad Nacional, y la canciller Patricia Espinosa defendieron, como era su deber, la tesis de que México no es un Estado fallido (el verdadero fantasma escondido tras las declaraciones de Hillary), aunque el propio Calderón haya reconocido en un par de ocasiones (la primera en Madrid en 2008) que el narco había comenzado a oponer su propia fuerza a la fuerza del Estado, a oponer su propia ley a la ley del Estado, e incluso a recaudar impuestos contra la recaudación oficial. Perdón, señor Presidente: si ese fenómeno no es el embrión de un Estado fallido, ni tampoco evidencia flagrante de una fuerza insurgente, ¿qué es?

Estoy en desacuerdo total con las aclaraciones diplomáticas del subsecretario Valenzuela: de lo que estamos hablando es de una escalada de violencia por las organizaciones criminales: no de una insurgencia (¿recuerda al cómico que imitaba al vocero de Fox y salía en televisión aclararando los disparates presidenciales?: “lo que Chente quiso decir…”) En todas partes se cuecen habas, sólo que Hillary es demasiado inteligente y bien informada para decir disparates (estoy seguro de que ella misma ordenó la salida de los familiares de funcionarios consulares en las zonas de riesgo, ¿o deberíamos hablar de zonas de insurgencia?).

“Lo de México –aclaró Valenzuela– no es una insurrección de un grupo militarizado (…) que está intentando tomar el Estado por razones políticas”. La frase contiene tres juicios de valor equivocados: si el embate contra el gobierno mexicano no es una insurrección, ¿cómo podríamos calificarlo? Y si cárteles armados con poder de fuego superior al del Ejército no son grupos militarizados, ¿qué son? Valenzuela también se equivoca en lo concerniente a la ausencia de motivos políticos. Los cárteles van más allá de una simple toma del poder: ¡están creando un Estado paralelo!

Hace cinco meses publiqué en La Jornada (16/04/10) un artículo titulado precisamente así: “El narco, un Estado paralelo”. Ahí reconocí que el narco se prepara: “armado hasta los dientes y apoyado por ex militares, asesores legales y financieros, conocimiento de los mercados, y con decenas de millones de dólares que ingresan a sus arcas diariamente (…) los capos parecen preparados para dar la batalla final”. Reconocí que lo sucedido hasta hoy eran meros escarceos, y que los cárteles solamente miden el poder de fuego, el calibre de las armas, la estrategia, la organización y la resolución de combatir de las fuerzas armadas.

En 1913 el periodista estadunidense John Reed publicó México insurgente, su famoso reportaje sobre los orígenes de la Revolución Mexicana. Parece que 100 años después pudiésemos estar a punto de repetir la historia.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario