9/16/2010

Cuando los malos ganan


Plan B | Lydia Cacho

Estoy con una vendedora, su pequeño de ocho años se acerca con sonrisa traviesa. Anuncia a su madre que pasó una mañana estupenda con papá. “No te va a gustar lo que hicimos”, le dice el pequeño con mirada seductora y voz chiqueada. La madre se derrite: “¿Qué hicieron?”, le pregunta con una alegría inocultable. Mi pá me bajó los videojuegos, esos que no te gustan. La madre cambia la sonrisa por una mueca. “¿Los de los narcos?”. Sí, dice el pequeño, negociando el regaño que intuye no llegará porque el asunto es cosa juzgada y jugada con su padre.


Resulta que los dos videojuegos son para adultos. Él sabe muy bien que no debería verlos, incluso me explica, como si fuera yo una niña de su edad, que los marcados para mayores de 18 años contienen escenas de violencia, desnudos y lenguaje soez. Me llama la atención la habilidad del chico para expresarse. Narra con detalle cómo en el juego los policías persiguen a los mafiosos (él les llama narcos) y en el camino aparecen mujeres “muy mamacitas” (así dice su padre), a algunas hay que matarlas y a otras se las llevan y se vuelven malas. Tiene conciencia de lo que explica, sabe que el juego no es apto para su edad y eso le hace feliz. Mientras me explica, la madre, a mi lado, se sonroja.

Le digo que me encanta mi Wii, que hay algunos juegos estupendos en los que no hace falta matar para divertirse. “No, es que lo chido es que ganen los malos, aniquilar a todos”, asegura el chico. Ella me mira con gesto de resignación, como si no les tocara a las personas adultas asumir su papel de educadoras, como si no fuera responsable de formar a una criatura de ocho años. ¿Por qué te gusta que ganen los malos? “Los buenos son aburridos”, responde el chavalito. Ninguna de las dos acertamos a decir palabra. A él le sobran argumentos tomados de la realidad que le rodea. “Mira señora”, me dice ya en tono profesoral: “Los malos tienen de todo, dinero, armas, autos, chicas y mucho poder”. Esa última palabra la enfatiza, así que le pregunto qué es el poder. “¡Pues poder para asustar a los buenos!”, me dice ya un poco harto de mi incomprensión ante su fascinación por los juegos violentos.

El padre es maestro del sindicato con plaza asegurada en una escuela pública, la madre es una vendedora exitosa. El maestro leyó un texto que explica que es bueno que los niños se entretengan con este tipo de juegos porque así no ejercen violencia en la realidad. La madre no está segura; cuando su hijo llegue a la adolescencia, lo sabrá. Mientras tanto, les obsequio un texto de Savater que explica que la ética nos ayuda a educar para una vida recta, para una convivencia justa, solidaria y digna; para ello, a riesgo de caerles antipáticos a nuestros hijos hay que educarles con disciplina y ejemplo para que aprendan a diferenciar el bien del mal, y entonces decidan.

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