Mario Campa
¿Cuán terrible es que Oprah Winfrey haya liderado la estrategia digital de Kamala Harris o que Mark Cuban, dueño de los Mavericks de Dallas, haya sido vocero Demócrata? En principio, el respaldo de los multimillonarios poco estorba, por más costoso que sea. Pero ante el todo electoral, las señales de aburguesamiento que atiza el fuego de una ultraderecha al alza sí que alarman. Más y más humildes aplauden hoy a Trump y algunos abanican sin ver aún la bola.
La genuina sorpresa en las pasadas elecciones estadounidenses fue la magnitud de la victoria Republicana. En estricto sentido, las encuestas no erraron. El consenso preveía un voto nacional disputable por 2 o 3 puntos en cualquier dirección y Trump ganó 50 a 48, en franjas del margen de error. Con todo, el triunfo total en los siete estados bisagra y el control de las dos cámaras legislativas dejaron en bocas Demócratas el viscoso y amargo sabor de la derrota sin matices. Y la quinta fase del duelo, la aceptación, luce aún lejana.
La derrota demócrata es analizable bajo distintas lupas. Una, la geográfica, relata una historia de consolidación del voto Republicano en los cinturones religiosos y agrícolas con una voltereta completa en el Rust Belt industrial y ganancias atípicas en el sur soleado y migrante. Que Trump ganara por 13 puntos Florida, un estado columpio en un pasado no distante, delata anormalidad y movimiento telúrico.
Al aumentar el zum territorial, cifras de una encuesta de salida de Cygnal develan que los Demócratas (D) aumentaron su brecha de ventaja en zonas urbanas de +22 a +29 puntos frente al comparativo inmediato (2020); que casi empataron en los suburbios (D+2) para preservar inercias, y en cambio padecieron mayor desventaja en zonas rurales, donde los Republicanos duplicaron su margen de +15 puntos en 2020 a +31 puntos en 2024. La dependencia Demócrata en las élites costeñas se reforzó a costa de zonas expuestas a la globalización, más receptivas a una escalada arancelaria.
Otro lente analítico es el de los grupos étnicos. La misma encuesta de Cygnal muestra que el voto hispano pasó de +33 puntos favorables a los Demócratas en 2020 a solo +9 en 2024. Entre hombres, el margen pasó de +23 puntos para Biden (2020) a +1 para Trump (2024). Entre mujeres, la desventaja Republicana se comprimió de -39 puntos a -16. Nada mal para un candidato que alcanzó infamia mundial al llamar “violadores” a los migrantes mexicanos y ofrecer deportaciones masivas como remedio.
El voto de clase delata aburguesamiento Demócrata. Por primera vez en décadas, los votantes con ingresos superiores a 100 mil dólares anuales votaron Demócrata y la clase trabajadora y la clase media votaron Republicano (R). Por si fuera poco, los votantes de todas las razas sin estudios universitarios pasaron de R+2 en 2020 a R+16 en 2024. Al conjuntar grupos, un relato sobresale: quienes padecen la ansiedad justificada o no de la migración por percepción de riesgo laboral y riesgo de seguridad pública fueron más receptivos a la mano visible que erige muros fronterizos y barreras proteccionistas.
¿De nuevo fue la economía, estúpidos? Con cifras de la misma encuesta de salida, ocho de cada diez votantes preocupados por la economía y la inflación votaron a Trump. Isabella Weber, virtuosa economista especializada en el estudio del sistema de precios, escribió un pertinente recordatorio en el New York Times del 12 de noviembre: «El desempleo debilita a los gobiernos. La inflación mata. Se olvidó el poder políticamente destructivo de la inflación. Las herramientas políticas estándar nos dejaron desprevenidos y alimentaron la desigualdad. La reelección de Trump debería servir de advertencia a todos los demócratas». Sordos ante el clamor popular y las crecientes dificultades para llegar a fin de mes, los Demócratas con mayúscula encontraron eco inaudible en el aborto y la democracia como gatillos del voto.
Bidenomics perdió credibilidad por sus prioridades de gasto. Mientras los electores pedían salud pública robusta y colegiaturas razonables, la ayuda militar a Ucrania e Israel para sostener a la OTAN y un genocidio depreciaron las urgencias de bolsillo.
Bidenomics fue soberbia pura. Cuando las trompetas triunfalistas tocaban en las alturas, en los llanos el golpe de realidad causaba estragos mediante vivienda encarecida, deudas galopantes y salarios deslucidos. De ese (des)ánimo abrevó Trump.
Bidenomics murió y la ultraderecha trumpista vive como nunca, con un bono popular hoy tan infranqueable como la riqueza de Elon Musk.
Bien harían los Demócratas en sepultar el luto con la aceptación ya no del sinsabor electoral sino del aburguesamiento de un partido con carnet liberal que a ratos cobija con desdén a las izquierdas, marginadas hoy por el poder económico-mediático tras bambalinas que resguarda al status quo que engorda a una ultraderecha insaciable.
Oprah y Cuban pueden esperar. Pero en el largo plazo los humildes están muertos. La Comala de Keynes —no confundir con Kamala, aunque tenga vela de entierro— no es rulfiana; no aloja fantasmas, sino muertos vivientes.
Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.
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