Carlos Bonfil
Cerrar los ojos inicia de modo peculiar, aludiendo a otra película, La mirada del adiós,
dirigida por Miguel Garay (Manolo Soto) y ambientada a finales de los
años cuarenta, aunque rodada cuatro décadas después e interrumpida
debido a la súbita desaparición de su protagonista, el camaleónico y
narcisista comediante Julio Arenas (José Coronado), amigo cercano del
director. Juntos compartieron no sólo la experiencia profesional, sino
también la amistad amorosa de una mujer llamada Lola (Soledad Villamil).
Cuando el actor desaparece, el asunto se vuelve nota sensacionalista y a
Garay se le propone investigar el misterio Arenas en un encargo
comercial que al mismo tiempo le permite incursionar en su propio
pasado, dilucidar las razones que obligaron a un Arenas exitoso a
renunciar a toda visibilidad pública y a perderse en el anonimato. La
indagación de Garay favorecerá su rencuentro con Lola y también con su
amigo editor Max (Mario Prado), con quien evocará el fallido rodaje de La mirada del adiós, la película que nunca fue
, propiciando de paso la ubicación de Arenas en un lugar y en circunstancias que no conviene revelar aquí. Cerrar los ojos
también permite otro rencuentro emotivo: el del propio Erice con la
ahora veterana actriz Ana Torrent, aquella célebre protagonista infantil
de El espíritu de la colmena y por supuesto también de la película Cría cuervos
(1976), de Carlos Saura. Ahora Torrent interpreta a Ana, la hija que
Arenas abandonó tiempo atrás y a quien rencuentra mucho tiempo después
en la que pudiera ser la escena más conmovedora del filme.
Al rencontrarse también Erice con un oficio al parecer abandonado, o puesto en pausa por largo tiempo, su cinta rinde tributo crepuscular a un arte cinematográfico amenazado hoy con la materia nada trascendental y a menudo insulsa del producto audiovisual mercantil en serie que tanto aprecian quienes han aprendido a menospreciar lo mejor que siempre ha tenido el cine. La evasión memoriosa y nostálgica a los orígenes de ese arte queda ilustrada en las imágenes que el director evoca de la cinta pionera de los hermanos Lumière, La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, de 1896. Junto con el archivista y viejo editor Max, el director Garay rememora el tiempo en que el cine aún tenía el honor artístico de propiciar milagros –esos momentos de gracia que, según Max, desaparecieron desde los tiempos del maestro danés Dreyer. Muy lejos de suscribir al escepticismo del archivista, es preciso reconocer que el rencuentro del espectador cinéfilo con un cineasta que a los 83 años sigue sin perder un ápice de su inspiración narrativa, reivindica a la vez una tenacidad creativa y su capacidad de hacer de la memoria el mayor resguardo contra la fatalidad así como el instrumento idóneo para restablecer la conversación con quienes parecían habernos olvidado.
Se exhibe en la Muestra Internacional de Cine. Cineteca Nacional Xoco: sala 2 a las 15:15 y 20 horas.
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