1/22/2010


Centralidad y diversidad de las autonomías indígenas

Gilberto López y Rivas

Como todo concepto, la autonomía indígena contemporánea debe ser comprendida en su contexto histórico: la lucha de los pueblos originarios por conservar y fortalecer su integridad territorial y cultural por conducto de autogobiernos que practican la democracia participativa y enfrentan –con una estrategia antisistémica– la rapacidad y violencia del sistema capitalista en su actual fase de trasnacionalización neoliberal.

Insistimos en el carácter dinámico y transformador de las autonomías que, para ser tales, modifican a los mismos actores y en todas las dimensiones: las relaciones entre géneros, entre generaciones, promoviendo en este caso el protagonismo de mujeres y jóvenes; democratizando las sociedades indígenas, politizando sus estructuras socio-culturales, innovando en lo organizativo y en las formas de comunicación, en las que, por ejemplo, las radios comunitarias juegan un papel trascendente.

Ante la permanente amenaza de las corporaciones a los territorios, recursos y saberes de los pueblos, la autonomía redefine la relación con el entorno circundante. En la profundidad del territorio como base material de la identidad étnica se busca la unión complementaria de productores, comercializadores y consumidores para desarrollar una economía solidaria y la autosuficiencia alimentaria, así como la generación de proyectos económicos para beneficio general, optimizando todos los esfuerzos para el ejercicio real de la autonomía como tarea de todos y todas. La defensa de los sujetos autonómicos a la acción del mercado y sus agentes estatales significa el control de ese territorio y sus recursos desde abajo (comunidades) y desde la sociedad civil nacional e internacional que acompaña en ocasiones a estos movimientos.

Los procesos educativos y de socialización, asimismo, se generan a partir de y por las comunidades, tomando en cuenta que el patrimonio cultural surgido de los pueblos y otros actores populares, y aquellos con contenidos liberadores que enriquecen a los sujetos autonómicos, en el entendido que el diálogo intercultural fortalece la autonomía. Esta situación es más notoria y necesaria cuando dos o más pueblos confluyen en un proceso autonómico (Chiapas, regiones de Guatemala y Nicaragua, por ejemplo) y la unidad del sujeto autonómico frente al Estado se torna indispensable, ya que en las actuales circunstancias los procesos autonómicos se oponen directamente a los agentes estatales (funcionarios, policías, ejército, jueces, etcétera) al servicio del capital trasnacionalizado. En estos casos debe darse incluso una representatividad pluriétnica a los órganos de autoridad, recordando siempre –como hace el subcomandante insurgente Marcos– que la autonomía es tan importante que no podemos dejarla en manos de los políticos profesionales. La injerencia de partidos políticos en la mayoría de los casos, deteriora e incluso, hace fracasar, el ejercicio autonómico.

Si la autonomía es parte de la cuestión nacional, el movimiento indígena que practica y promueve las autonomías, en su lucha por prevalecer, establece las alianzas necesarias, primero entre los propios pueblos indígenas, y a partir de ello, con los sectores oprimidos y explotados del país que se trate. Esto significa la construcción permanente del sujeto autonómico no sólo desde abajo, sino también en sus alianzas con otros actores políticos y a partir del control sistemático de los representantes mediante la rendición de cuentas, revocación de mandato, según sea el caso, y rotación de cargos. Es importante que las estructuras políticas, económicas, de impartición de justicia, seguridad pública, educación, cultura y radios comunitarias al servicio de las autonomías se establezcan en una articulación horizontal con asambleas comunitarias, municipales y regionales funcionando como máximas instancias de autoridad en cada uno de los ámbitos.

Es evidente que todos estos procesos no se llevan a cabo de manera simultánea en las etnorregiones y en todos los casos en que se ejerce el autogobierno indígena, destacando la profundidad e integralidad de algunos de ellos que por razones específicas han podido desarrollar formas organizativas –incluso político militares– como el EZLN, que dan coherencia a los procesos autonómicos y garantía de futuro.

Existen situaciones, por ejemplo, en las que la dependencia económica o política del pueblo indígena hacia los mecanismos del mercado, o los aparatos estatales, merman el proceso autonómico, como el caso de los yaquis, el cual aparece distorsionado incluso frente a los propios actores, quienes refieren que su autonomía es relativa. En otras situaciones, el caciquismo –todavía bastante activo en algunas etnorregiones y relacionado con partidos políticos– amenaza directamente a la autonomía con la represión generalizada y criminalización de quienes destacan en el proceso, como el caso de varias experiencias de autonomía en Guerrero y Oaxaca. En otras situaciones, el narcotráfico ha penetrado a las comunidades, y con ello se intensifica la militarización adicional a la que implica la contrainsurgencia activa y preventiva.

Por ello, se insiste en el carácter intrínseco de cambio, adaptación, reacción e innovación de las autonomías acorde a los factores internacionales, nacionales, regionales y locales a los que los pueblos indígenas se enfrentan. De aquí el significado múltiple y polivalente del término, y en ocasiones incluso, la negativa a utilizarlo en algunas experiencias, como la policía comunitaria de Guerrero, que sin embargo busca gobernarse y hacer justicia con sus propias normas, lo que constituye, en esencia, la centralidad de todo proceso autonómico.

Al entrañable Ricardo Robles, El Ronco

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