9/02/2011

La antropología al servicio del Estado militarizado



Gilberto López y Rivas

El antropólogo estadunidense David H. Price se ha distinguido entre sus colegas por oponerse al uso de la antropología por parte del gobierno de Estados Unidos como una herramienta más de sus guerras contrainsurgentes y ocupaciones neocoloniales en el ámbito mundial; por defender un código de ética que establece responsabilidades y lealtades de los antropólogos con respecto a las poblaciones bajo estudio, las cuales tienen que ser protegidas de cualquier daño en su integridad y sus intereses; y por denunciar el uso mercenario de la disciplina.

Recientemente, Price publicó un libro de lectura indispensable, Weaponizing anthropology, social science in service of the militarized state, Counter Punch-AK Publications, 2011, en el que expone sus críticas fundadas a la nueva generación de programas contrainsurgentes, como los equipos de científicos sociales (Human Terrain Systems), que forman parte de las unidades de combate de las tropas de ocupación en Irak y Afganistán, así como los programas universitarios (Minerva Consortium, Pat Roberts Intelligence Scholars Program, Intelligence Community Centers of Academic Excellence) que facilitan con renovado vigor las incursiones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) y el Pentágono –entre otros organismos– en los campus de las instituciones de educación superior estadunidenses, convierten a las ciencias sociales en un apéndice del estado de seguridad nacional en el que se ha transformado el poder hegemónico del sistema imperialista mundial y trasmutan a las universidades en obsecuentes extensiones de su estructura militar.

La Sombra militar de la antropología es el título de la introducción, en la que Price destaca que la guerra contra el terrorismo de George Bush redescubre los viejos usos del conocimiento antropológico por los militares, adaptándolo a las necesidades de las guerras asimétricas y contrainsurgentes de última generación y a la ocupación de regiones identificadas por la presencia significativa de grupos étnicos o tribales.

En la primera sección, Política, ética y el regreso triunfal y en silencio del complejo militar y de inteligencia a los campus, se hace un recorrido histórico del involucramiento de la antropología con las empresas coloniales, la conquista y el genocidio, entendiendo que no existe la neutralidad política en la disciplina. La historia de los inicios de la antropología establece los vínculos de las tradiciones antropológicas estadunidenses, británicas, francesas, holandesas y alemanas con la expansión colonial en África, Asia, Indonesia y sobre los territorios de los pueblos indígenas de América. Se describen los problemas éticos y políticos de los antropólogos y de otros científicos sociales relacionados con los militares y las agencias de inteligencia y de cómo se ha innovado en cuanto a los programas universitarios establecidos en beneficio del aparato militar-industrial y de inteligencia del Estado.

En la segunda parte, Manuales: deconstruyendo los textos de guerra cultural, se examinan críticamente los documentos militares filtrados o ya publicados, con el objetivo de entender cómo las nuevas iniciativas castrenses y de inteligencia buscan poner bajo control a la ciencia social para sus propios fines en las actuales y futuras misiones bélicas. Estos manuales militares conciben la cultura como una mercancía identificable y controlable que puede ser usada por estrategas militares y organismos de inteligencia como una palanca para intervenir y manipular a su favor poblaciones enemigas, ocupadas o resistentes. Price comenta acerca de la ausencia en estos manuales de cualquier tipo de comprensión sobre las complejidades de la cultura que están presentes en los escritos de los antropólogos, las cuales son ignoradas, dejando en su lugar simplificadas narrativas que refuerzan estereotipos sobre vastas regiones de la diversidad. Las formas más reduccionistas de la antropología son asumidas por las concepciones castrenses en torno a la cultura. El libro ofrece comprobación detallada sobre la falta de escrúpulos intelectuales y de ética profesional de los antropólogos que participaron en la elaboración del último manual de contrainsurgencia (Counterinsurgency field manual No. 3-24), editado por la Universidad de Chicago, quienes plagian libremente los conceptos de reconocidos autores, sin las referencias bibliográficas debidas y sacándolos de contexto, en lo que Price califica como pillaje académico.

Finalmente, en la última sección, Teorías de contrainsurgencia, fantasías y crudas realidades, el autor considera una variedad de usos contemporáneos de la teoría de la ciencias sociales y la información con la que cuentan en apoyo a las operaciones de contrainsurgencia en la llamada guerra contra el terrorismo, incluido el entrenamiento y las políticas de los equipos de antropólogos y científicos sociales que actualmente trabajan en Irak y Afganistán.

La contrainsurgencia culturalmente informada –acorde con Price– presenta tres tipos de problemas para la antropología: éticos, políticos y teóricos. El problema ético está relacionado con la manipulación y el daño probable a poblaciones investigadas que debieran consentir voluntariamente ser estudiadas; el político consiste en usar a la ciencia antropológica para apoyar proyectos neocoloniales de conquista, ocupación y dominación; mientras el teórico se expresa en descansar en un simplificado reduccionismo acerca de la cultura destinado a explotar algunas características locales no sólo para supuestamente reducir el conflicto, sino en realidad para derrotar a los insurgentes.

Dos preguntas desde América Latina: ¿qué alcance tiene este tipo de prácticas en nuestros países? ¿Qué hacemos los antropólogos y nuestros colegios profesionales para contrarrestar o al menos denunciar estas estrategias de la antropología contrainsurgente de Estados Unidos?

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