8/27/2022

Violencia sobre violencia: algunas consideraciones

  

En Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, el pueblo de Ixtepec queda sumido en el silencio y el miedo, arruinado por sucesivas olas de violencia. Situada en la posrevolución, esta representación novelesca de un pueblo donde la acción colectiva (casi imposible) fracasa habla también del México actual. Afectados por la violencia revolucionaria, divididos por posturas ideológicas, acostumbrados a ignorar a los de abajo, los integrantes de las familias “bien” fracasan en su intento de confrontar la opresión. Planean mal su estrategia, les afecta también su ilusión de que un líder (externo) los salve.

La analogía con nuestro tiempo es simbólica, no literal: la violencia militar que acaba con la esperanza del pueblo forma parte de una maquinaria destructiva que mina toda posibilidad de acción colectiva eficaz. En Ixtepec, la violencia política contra mujeres, campesinos y opositores al régimen arruina al pueblo entero. En nuestro país, múltiples formas de violencia —estatal, criminal, feminicida, depredadora…— conforman un aparato destructivo que siembra muerte y desesperanza.

Los hechos de violencia criminal de sesgo terrorista que la semana pasada sucesivamente sembraron dolor y terror en municipios de Jalisco, Guanajuato, Chihuahua y Baja California deberán aclararse, más allá de explicaciones circunstanciales. Su impacto en la política nacional y, sobre todo en el conjunto de la sociedad, no puede valorarse aún. Sin embargo, al dejar de lado las hipótesis conspiracionistas acerca de las motivaciones y objetivos de los actores y la especificidad de cada contexto estatal, pueden hacerse algunas consideraciones y preguntas.

La violencia materializada en ataques a la población civil, incendios de tiendas, farmacias y vehículos en cuatro estados no es del todo “nueva”. Se han visto antes escenas similares —quizá no tan espectacularizadas y no simultáneas—, tanto en  Ciudad Juárez y Jalisco como en otras ciudades.

Recordemos tan solo el “culiacanazo” en 2019, por no ir más atrás. Si en Jalisco como en Culiacán se trató de una reacción del crimen organizado, la pregunta es: ¿Acaso no se aprendió nada de esa experiencia? Si esa violencia se derramó a Guanajuato, ¿quién controla en realidad el territorio en ese estado? Ni siquiera Guanajuato capital quedó exenta. Si en Ciudad Juárez el estallido se inició en una cárcel y se expandió  a las calles, ¿quién controla esa cárcel y quién  tiene autoridad en la ciudad? Si en Tijuana los ataques se debieron a una demostración de fuerza para garantizar la extorsión, como sugieren las indignantes declaraciones de la alcaldesa, ¿dónde quedó el Estado de derecho?

Discutir si esta violencia es terrorismo o violencia criminal con estrategias terroristas es útil y necesario. El Gobierno federal debería tener un diagnóstico claro y actuar en consecuencia; debería también darnos explicaciones creíbles y no repetir que se trata de “protestas”, “ajustes de cuentas entre malos” o de conspiraciones.

El Ejecutivo no debe usar esta barbarie para justificar una mayor militarización, lo que busca imponer saltándose al Congreso y la Constitución. Podría preguntarse, en cambio, si no es hora de que las Fuerzas Armadas se concentren en verdaderas tareas de seguridad nacional —en vez de distraerse en obras y trabajos que no les corresponden— y de que la Guardia Nacional se profesionalice como cuerpo civil capaz de garantizar la seguridad pública ciudadana.

Como sociedad, por otra parte, no podemos seguir mirando nuestra desgracia como un imponderable ni esperar a que “la oposición” nos “salve” en 2024, mientras atestiguamos la destrucción de la educación y la salud, la militarización y el debilitamiento de la democracia.

Este fin de semana no hubo protestas masivas —donde aún se podía salir a las calles— en solidaridad con las comunidades afectadas, contra la violencia criminal y las políticas erradas del Gobierno; la violencia extrema, criminal y feminicida, la pandemia y la crisis económica tal vez expliquen este pasmo ciudadano.  De continuar así, el Gobierno legará un cúmulo de ruinas. Nosotros, como los habitantes afantasmados de  Ixtepec,  tendremos que sobrevivir entre ellas.

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