8/19/2023

Mujeres, quienes sostienen a migrantes sobrevivientes del incendio en Ciudad Juárez

Históricamente a las mujeres se nos ha designado el papel de cuidadoras, quienes sostenemos la dinámica familiar. En las familias migrantes somos parte de las cadenas de cuidados, a la migración de la pareja no solo cumplimos el rol de cuidadoras, sino que nos encargamos de buscar los medios para completar el gasto familiar, porque una remesa no basta. En número simples, la remesa representa solo 2 pesos de los 10 que necesita una familia para su gasto mensual, y si están destinados a bienes inmuebles no se pueden contar con ese dinero.

Cuando es la mujer quien migra son otras mujeres -hijas, hermanas mayores, madres, suegras o tías, las que se encargan del cuidado de las y los más pequeños. Pocas veces ellas tienen la posibilidad de elegir si aceptan cuidar o no a esa niñez y adolescencia, se convierten en el eslabón más débil de las cadenas globales de cuidados. Pero las migrantes no escapan a ese rol, a su vez, ellas se convierten en cuidadoras de otras personas (niñez, adolescencia o personas enfermas o de la tercera edad) ayudando a sostener el desarrollo de las familias en los países de destino.

En el caso de las parejas y madres de los sobrevivientes del incendio en la estancia migratoria de Ciudad Juárez, la fotografía se repite, pero ahora con sus hijas e hijos y sus parejas, quienes tras el incendio tienen secuelas de por vida y dependerán para siempre de alguien más. Ahora no solo cuidarán de ellos, también sostendrán los gastos familiares. 

La noche del 27 de marzo, la vida les cambió a 67 familias migrantes. Un incendio en la estancia migratoria de Ciudad Juárez cobró la vida de 40 migrantes y dejó a 27 con estragos físicos y neurológicos de por vida. Agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) decidieron no abrir la celda de los hombres. Sus familias se romperían para siempre, en lo literal y lo metafórico. 

Estos 67 hombres formaban parte de las más de 60 mil detenciones migratorias de hombres que se hicieron en el primer trimestre del año en todo el país, y las 2 mil 675 en Ciudad Juárez, así como de las detenciones arbitrarias que realizan lo mismo policías locales que Guardia Nacional y agentes migratorios. 

Aunque las afectaciones las vivieron los jóvenes migrantes, sus familias han sostenido el proceso de rehabilitación de los sobrevivientes, el duelo de quienes murieron y la reconstrucción de los proyectos de vida de las familias sin el padre o el hijo.

Mario salió de Honduras porque se quedó sin trabajo y la situación económica en su país es compleja, buscaba darle mejores oportunidades a su hija. Aunque sobrevivió, poco recuerda de esa noche. Estuvo más de un mes en el hospital, y debido a que dejó de recibir oxígeno por un periodo largo durante el incendio, tiene daños neurológicos, además de los físicos. Daniela, su pareja, e Irma, su mamá, se enteraron de lo ocurrido por la televisión, incluso el nombre de Mario apareció como parte de los fallecidos. Ellas comenzaron a buscar información, pero fue inútil. Ninguna autoridad les llamó. Luego de semanas se comunicaron con ellas de un hospital pues necesitaban su autorización para intervenir quirúrgicamente a Mario. Respiraron al saberlo con vida.

En Honduras buscaron quién les prestara dinero para viajar a México y apoyo para tramitar sus visas. Nunca imaginaron el escenario que encontraron. Mario no se acuerda de su hija, le cuesta trabajo sostener una conversación y a momentos parece perdido en los recuerdos de esa noche. Aunque Irma da gracias que su hijo está vivo, sabe que no volverá a ser como antes, “doy gracias a Dios que mi hijo esté vivo, pero ¿qué vida le espera?, mi hijo era trabajador, platicador y ahora me duele verlo así”. “Es difícil ver a mi esposo así, es como un niño, yo tengo que hacerle casi todo. También duele saber que no recuerda a su hija, y pienso que también a él le dolerá no recordar”.

Para Elizabeth la situación no es diferente, su esposo también tiene afectaciones de por vida en órganos internos y neurológicas. En Guatemala se quedaron sus dos hijos al cuidado de su abuela, ella está aquí desde hace meses sosteniendo a Ricardo, ayudándolo con su seguimiento médico y tratando de entender en qué momento la búsqueda de mejores oportunidades para su familia, de brindarles estudios a su hija e hijo terminó con su esposo encerrado en una celda, con quemaduras internas y externas y complicaciones neurológicas. “Estoy dividida, aquí está mi esposo, pero allá están mis hijos”. 

Dalia vino a cuidar a su hijo, en su país quedaron sus otros hijos y su esposo. Tuvo que renunciar a su trabajo. Mariana, hipotecó su casa para el viaje de su hijo, ahora todo lo que construyó por años está en riesgo de perderlo, porque este gobierno criminalizó la migración y los agentes migratorios encerraron a las personas -aún si contaban con documentos de estancia migratoria regular- en condiciones deplorables y decidieron no abrirles la celda en medio del incendio. 

Las mujeres de las familias de los migrantes fallecidos, no solo tienen que sostener el proceso de duelo con sus hijas e hijos, sino reinventarse para sostener a sus familias, en contextos de pocas oportunidades y violencias reiteradas, las mismas causas que empujaron a sus parejas, hermanos e hijos a salir de sus países en busca de mejores oportunidades, de vidas dignas. 

En la mayoría de los casos son las mujeres quienes están sostenido las luchas: por atención médica, por recuperación psicológica, por sus hijas e hijos, por justicia, por reparación del daño, y por recuperar sus proyectos de vida en familia.

Si hacemos un recuento personal, familiar o histórico de las grandes luchas y acontecimientos trágicos de nuestras vidas y países, serán las mujeres quienes estarán sosteniendo las luchas. Es urgente reconocer que el cuidado es trabajo, reconocerlo es reconocernos, es buscar mejorar sus situaciones y resignificarlas en la historia. 

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