6/01/2024

Si llega a ser un tío

 pikaramagazine.com

Ane Eleizegui

No podemos utilizar los mismos discursos ni las mismas herramientas para defendernos del sistema heteropatriarcal, que todavía nos aplasta, que para defendernos de otras situaciones violentas. 

Estoy un poco harta de escuchar siempre lo mismo: “Si llega a ser un tío…, se la liamos”. Es el típico comentario que he escuchado decenas de veces cuando alguna amiga o compañera narra alguna situación violenta con otra mujer. No puedo evitarlo: me crispa completamente. Porque es mentira, entre otras cosas. Por desgracia, supongo que como todas, he sido conocedora de muchas situaciones agresivas entre mujeres. Entre parejas, por supuesto, pero también entre exparejas, entre amigas, entre compañeras de trabajo o de militancia feminista. Algunas, por supuesto, mucho más graves que otras. Pero, no. No es verdad que si fuera un tío le daríamos de hostias. ¿Por qué lo sé? Porque, sobre todo, he conocido historias de violencia en el marco de la pareja heterosexual y, queridas, nunca he visto a nadie pegar unas historias al novio idiota en cuestión. Yo tampoco lo he hecho, claro.

Esta idea que me crispa tanto convive con otra que me crispa aún más. En entornos feministas, sea el que sea eso, he visto también muchas veces como hemos escurrido el bulto ante situaciones de violencia porque “no es fácil meterse”; porque es mejor “que se de cuenta ella”; porque, por si acaso, lo más prudente es no hacer nada “para que nos siga contando las cosas y no se aleje más”. Todos los argumentos anteriores son tan razonables como cobardes. En cualquier caso, lo cierto es que intervenir en una relación violenta, durante la propia relación, no suele salir bien.

Una vez le dije a una amiga que me preocupaban algunas actitudes claramente machistas de su novio. Me escuchó con atención, pero acabó alejándose. Por suerte, con el tiempo, acabó dejándole también a él. Estábamos tan preocupadas, aunque solo yo me atreví a enfrentar el tema claramente, que varias hicimos una sesión de terapia con una psicóloga especializada en violencia. Ella lo tenía claro también: era mejor no hacer nada, que no se sintiese juzgada, y esperar a que nos pidiera ayuda. Eso, al fin y al cabo, era respetar su voluntad. Yo no lo hice, pero no pretendo colgarme una medallita porque fue una cagada. Me llama la atención que, en su día, celebráramos tanto que la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género permitía que “cualquiera” pudiera denunciar un posible caso de violencia de género y que, sin embargo, tengamos también tan asumido que es mejor no hacer nada. Es verdad que el argumento ha cambiado: del tradicional “no te metas en lo que pasa en ningún matrimonio” hemos llegado al “hay que respetar la voluntad de la víctima”. El segundo, por supuesto, tiene más razón de ser y lo comparto, pero, en cualquier caso, el resultado es el mismo.

No es lo mismo

Volvamos al comentario inicial, al que me crispa, al “si llega a ser un tío”. Supongo que se repite tan a menudo porque nos gusta imaginarnos más valientes, más amazonas y radicales de lo que somos en realidad, pero, en cualquier caso, es importante por varias razones. “Si llega a ser un tío” debería ser lógico que actuemos de manera distinta porque, oh, sorpresa, no es lo mismo. Por mucho que nos empeñemos y por muy poco queer que parezca decir esto. En cualquier caso, es importante reconocer también que el transfeminismo no viene a cuestionar que el mundo está dominado por un sujeto muy concreto. Eso sí, amplía sus límites y sus características. No sirve que hablemos simplemente de “hombres” porque no son “ellos”, sin apellidos, el sujeto opresor. Porque, la violencia que ejercen no se explica sin saber que, además, son blancos, heterosexuales, privilegiados. Eso que llaman el sujeto BBVAh: blanco, burgués, varón, adulto.

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Esta revista publicó hace más de diez años un especial sobre violencia entre lesbianas que, bajo mi punto de vista, pasó muy desapercibido. Entonces ya, Beatriz Gimeno advertía del uso que “el neomachismo pretende hacer de cualquier tipo de violencia intrafamiliar para deslegitimar y desdibujar la lucha contra la violencia de género” pretendiendo así que no se entienda “como un tipo de violencia sistémica particular y anclada en el patriarcado”. Es cierto que el miedo a la deslegitimación de nuestro discurso no es argumento suficiente para no abordar algunas cuestiones, pero es importante también que no perdamos de vista el foco: la violencia machista, esa que asesina sistemáticamente a mujeres en todo el mundo, la ejercen los hombres contra las mujeres por el hecho de serlo. Por mucho que nos empeñemos en creer que este es un melón nuevo, la violencia entre mujeres ha sido una preocupación del feminismo en, al menos, las últimas décadas: Bárbara Hart escribió en los años 80 el El maltrato entre lesbianas, un análisis y, en 1992, Claire Renzetti lo abordó también en Violent Betrayal. Partner Abuse in Lesbian Relationships (que traducido sería algo así como “Traición violenta. Abuso de pareja en relaciones lésbicas). ¿No se ha abordado la violencia entre lesbianas tanto como la violencia en el marco heterosexual? No. Porque estábamos ocupadas explicando al mundo precisamente por qué la violencia contra las mujeres, ejercida por los hombres, en el marco de la pareja heterosexual es una forma de violencia específica que necesita de medidas distintas.

No podemos utilizar los mismos discursos ni las mismas herramientas para defendernos del sistema heteropatriarcal, que todavía nos aplasta, que para defendernos de otras situaciones violentas. Esto no significa que no tengamos que tomar medidas, pero tienen que ser otras distintas. Esto no significa que tengamos que quitarle importancia, ni que tengamos que asumir vivir en entornos crueles o agresivos. Insisto: “Si llega a ser un tío” debería ser lógico que actuemos de manera distinta porque, oh, sorpresa, no es lo mismo. La violencia que podemos sufrir y que, de hecho, sufrimos por parte de otros sujetos no es una violencia de segunda, ni muchísimo menos, pero tampoco es la violencia patriarcal que denunciamos desde los feminismos. ¿Es probable que surja de la propia educación patriarcal que hemos recibido? Puede ser. Pero no es lo mismo.

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