1/12/2009

¿Esto es México?!


Ricardo Raphael¡

Entre la comunidad mexicano-estadounidense que vive en San Diego, California, circula la versión de un episodio ocurrido durante los primeros días de la campaña presidencial de Barack Obama.

Se cuenta que el ex candidato demócrata, en visita por el extremo suroeste de su país, llegó a estar parado a unos cuantos metros de la garita de San Ysidro, herida abrumadora que divide la frontera entre los dos países.

De pie sobre una planicie elevada, Obama habría observado la densa y desordenada grisura de nuestra ciudad de Tijuana. Su mirada atravesó el horizonte y se topó con el río disecado, con las largas filas de pacientes automóviles y con las colonias populosas e irregulares que duermen en la retaguardia de esa inmensa urbe.

Los supuestos acompañantes de Obama narran que este hombre delgado y sobrio se habría limitado a levantar la ceja para luego interrogar a sus interlocutores con una lacónica pero admirativa pregunta: ¡¿Esto es México?!
De ser cierto el episodio es muy probable que se trate del momento de mayor proximidad física que el futuro habitante de la Casa Blanca haya tenido con nuestro país. Una mirada de desagrado que cruzó la frontera sin necesidad de mostrar pasaporte.

Esta anécdota no desentona con la percepción que nos hemos venido haciendo sobre el interés que Obama mantiene sobre nosotros. Quizá por ello es que se haya tomado como cierta. Y es que mucho llamó la atención entre los mexicanos la parquedad de referencias que este ex candidato hizo a propósito de sus vecinos del sur durante la campaña presidencial.

En su día, también fue notoria la diferencia que marcara John McCain con respecto a su adversario, cuando el republicano vino a visitar a Felipe Calderón durante su respectiva campaña, al mismo tiempo en que Obama prefería hacerse de buena imagen doméstica entre sus electores recibiendo aplausos en Alemania.

Si las relaciones diplomáticas comienzan por lo simbólico —antes de pasar al tratamiento de los contenidos—, hasta hace pocos días cabía en México una sincera preocupación por la futura relación entre la Casa Blanca y Los Pinos.
Es desde este contexto que ha de entenderse el terco empeño de Arturo Sarukhán, embajador mexicano en Washington, por lograr el apretón de manos entre Obama y Calderón antes de que el primero tome posesión de su cargo.

Desde donde se le mire, la cita de hoy para almorzar en el Instituto Mexicano de Cultura en la capital estadounidense es una estupenda noticia. Sin embargo, mejor haríamos en casa si no le imponemos demasiadas expectativas al hecho. Es evidente que en su propósito, el encuentro termine tomando un cariz más emblemático que significativo.

Foto de ambos mandatarios almorzando juntos. Foto de ambos dándose fraternalmente la mano. Sonrisa complaciente de uno. Sonrisa satisfecha del otro. Y las dos banderas ondeando fuera de la institución mexicana. El ritual iniciático y de buena educación que se deben dos vecinos, pero nada más.

No hay condiciones para que en esta primera cita se aborden los temas álgidos: ni los imperiosos, ni los pendientes. Dentro de las prioridades de Obama, antes que los asuntos nuestros van los expedientes de Irak y Afganistán, la guerra en Oriente Próximo y, sobre todo, la acalambrante crisis económica.

No será por descortesía que nos quedemos en el segundo círculo de las angustias de Obama, sino por la simple intensidad de las alarmas encendidas que su antecesor le habrá heredado.

De regreso a México, previsiblemente Calderón traerá el siguiente mensaje: México es importante para Obama, pero los temas mexicanos no son de urgente atención. Con esta claridad tendremos que vivir durante el 2009.

Lo relevante de esta visita, en todo caso, sucederá en el Capitolio. Cuando el Ejecutivo mexicano revise y promueva el Plan Mérida con el Congreso de Estados Unidos

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