La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo
(Fotografía: Óscar Rivilla)
El concepto exacto sería emergentes y/o “ambientales”, más que nuevas, pues son patologías que ya existían hace años pero que en los últimos lustros se ha incrementado el número de afectados sobremanera por efecto de la contaminación ambiental, sobre todo de la química tóxica y de la electromagnética.
Añade usted: “y el marketing del miedo”. ¿Qué marketing es ése? ¿Quiénes se publicitan a través de él?
El marketing del miedo es la expansión de manera perfectamente controlada, premeditada y estructurada del miedo entre la población para, en el caso que analizo, hacer creer a la ciudadanía que puede estar o está enferma y así vender medicamentos, antivirales y/o vacunas. Se utiliza para “obligar” a la población a abrazar las soluciones “establecidas” y hoy está cada vez más extendido entre las prácticas de la industria farmacéutica y así podemos comprobarlo en la última década con los ejemplos de la “epidemia” de gripe aviar, la gran campaña de lobby y marketing del miedo para vender la vacuna contra el virus del papiloma humano o la “pandemia” de la gripe A. Creo que al concluir la lectura del libro puede entenderse bien el fenómeno de la invención o exageración de enfermedades al que asistimos durante los últimos años.
Le pregunto ahora por un tema que transita por su libro, así, a bocajarro. ¿Usted es un tecnófobo, un ludita acaso? ¿No ama a la ciencia? ¿Está proponiendo una vuelta a un pasado sin tecnología por lo demás imposible?
No a la primera y tercera pregunta. Amo la tecnología que tiene a las personas como objetivo. Los luditas –movimiento obrero de principios del siglo XIX- con su acción sobre las nuevas máquinas de aquella época que ayudaban a desarrollar los intereses de los patrones en contra del interés de los trabajadores hicieron una crítica radical acertada de lo que luego ha sucedido: a mayor nivel tecnológico de una sociedad mayor paro, alienación y control social y también mayores ingresos para las patronales, algo todavía difícil de ver por la mayor parte de la izquierda, incluso la honesta, fascinada por la tecnología y por su obcecación productivista.
Por proponer propongo mirar al pasado para coger lo mejor del mismo y utilizar del presente y futuro sólo aquello que de manera probada ayude a las personas sin dañarlas. ¿La ciencia? ¿Cómo no amarla y por ello advertir que en buen parte, como tantas bases de la civilización, está prostituida por el mercado?
Le señalo un concepto: progreso tecnológico. ¿Cuándo existe verdaderamente progreso tecnológico en su opinión? ¿Toda invención técnica es un avance humano? Si no es así, le ruego me de un ejemplo para ilustrar su respuesta.
Partimos de la base de que casi cualquier consecución humana es técnica, pero si estamos de acuerdo en que hemos llegado a un punto en que todo, absolutamente todo ha de ser revisado bajo el paradigma ético, debemos concluir que no vale todo, que no vale toda técnica sino que sólo vale la técnica que tenga a las personas como objetivo: inventar la bomba atómica fue un prodigio técnico que hoy supongo que la mayor parte de la ciudadanía tacharía de monstruoso. Hoy existen servicios y tecnologías que son puros objetos de consumo para el mercado y que en su mayor parte además provocan graves impactos ambientales y merman nuestra salud. En parte de eso trata el libro. Y las personas que enferman por vivir en nuestra sociedad, sólo por hecho de “estar” en esta sociedad son el vivo retrato del fracaso del modelo económico.
También usted sugiere en reiteradas ocasiones tener muy en cuenta el principio de precaución. ¿Cómo definiría ese principio? ¿No cree que llevado al extremo este principio nos paralizaría?
Dicho principio viene a decir que hasta que no esté perfectamente garantizado que un servicio o tecnología es inocuo no ha de ponerse en circulación. Hoy ocurre lo contrario, se han liberado al medioambiente unas 104.000 sustancias químicas tóxicas muchas de las cuales se ha comprobado con estudios científicos que son nocivas. Convivimos con ellas a diario, están en casi todas partes, incluso dentro de nuestros cuerpos y no sabemos como interactúan entre ellas. Desde los años 40 del siglo pasado los soviéticos saben que la contaminación electromagnética enferma a las personas pero durante los últimos años asistimos a un despliegue descomunal de redes de telecomunicaciones inalámbricas que funcionan por microondas. Son dos ejemplos de tecnologías contaminantes a las que no se ha aplicado el principio de precaución y ya están enfermando a nuestros convecinos. Si no se acota, el problema irá a más. Eso es parte de la historia que narro en el libro.
Y no, lo que nos paraliza es expandir tecnologías “sucias”.
¿Podemos hablar con pleno sentido de víctimas de la civilización tecnológica? ¿Quiénes serían sus miembros?
Sí, es cierto que existen esas víctimas y serían las personas que sufren hipersensibilidad a los productos químicos tóxicos o a los campos electromagnéticos, quienes sufren Sensibilidad Química Múltiple, Síndrome de Fatiga Crónica, fibromialgia, ciertas alergias y asma, cánceres, quienes enferman por el denominado Síndrome del Edificio Enfermo o los enfermos crónicos por llevar empastes dentales con mercurio o los niños autistas por haberlos vacunado con vacunas que llevan como conservante Tiromesal (etilmercurio) y un larguísimo etcétera.
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