Siempre he pensado que ante el poder omnímodo y nefasto de la política, la intelectualidad debería ser una de las vías para detener los errores de los políticos y evitar que la catástrofe en la que han sumido al país se profundice más. No tanto por lo que Trotsky implicaba cuando decía la función del arte en nuestra época está determinada por su actitud ante la revolución
, sino por la obligación moral de fomentar la crítica.
Los intelectuales libres son, en nuestro medio, uno de los pocos reductos con la capacidad de contestar; salvo honrosas excepciones, los empresarios y los religiosos siempre han sido comparsa del poder. Frente a la fragmentación del país, y ante la manifiesta impotencia de nuestra clase política, quienes ejercen el oficio de las ideas tienen la obligación, pertenezcan o no a alguna institución, de cuestionar las decisiones del gobierno. No puedo pensar en otra vía porque no la hay; además, a los políticos siempre les ha gustado la aprobación de las personas dedicadas a la creación. Aunque, por supuesto, tienen mucho valor, las manifestaciones de la clase trabajadora, de los estudiantes universitarios o de los campesinos no han logrado detener la caída de la nación.
Jean Paul Sartre explicó bien las razones que fundamentan el compromiso moral de los intelectuales. Al cavilar sobre la situación de las naciones africanas y el poder de las naciones colonizadoras, el intelectual francés aseguraba que el mundo estaba habitado por dos poblaciones: las que tenían el derecho de la voz y las que carecían de ese derecho. Medio siglo después, México es un triste retrato de las ideas de Sartre: la pobreza de la mitad de la población requiere de voces independientes que expongan los fracasos de nuestros gobernantes y muestren su infinita estulticia.
Frente a gobiernos como el de Felipe Calderón, el de Vicente Fox y todos los anteriores, y ante la crisis económica y moral que nos atosiga, la nación requiere la voz de personas independientes, libres, valientes. La libertad de que gozan la mayoría de los intelectuales es una herramienta invaluable para cuestionar; el valor que tienen, motu proprio, y su proyección social son también herramientas para interpelar las acciones de los gobernantes. En el mundo de las ideas la verdad debe ser leit motiv y la libertad del pensamiento censor de las acciones políticas.
Es imposible saber cuándo y cómo se acabará quebrando el sutil equilibrio de la nación. Vivimos envueltos en una atmósfera cada vez más endeble, cada vez más enferma. El hecho de que el Ejército haya abandonado sus cuarteles, aunado al continuo empobrecimiento de más de la mitad de los connacionales son razones suficientes para entender que el precario equilibrio social puede estallar en cualquier momento.
La supuesta neutralidad de la ciencia y de las artes y de quienes la ejercen debe perder ese velo ante la asfixiante realidad. La fuerza de quienes generan ciencia y arte no puede ser neutral: debe ser contestataria. Imposible no señalar que fue Carlos Salinas de Gortari quien diseñó los sistemas nacionales de creadores y de investigadores cuyo fin era, y es, reconocer y apoyar económicamente el esfuerzo intelectual de sus miembros. Algunos dirán que fue una decisión acertada dado que muchas de las personas dedicadas a esos rubros dependen de salarios o pagos magros; otros dirán que la pertenencia a esos sistemas fue una creación de Salinas para ganar su apoyo y apaciguar la crítica. ¿Cuál es la verdad?
La conciencia crítica es un don; ejercerla, para confrontar nuestra ralea política es no sólo una posibilidad, sino una obligación del medio intelectual.
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