11/17/2009


Fort Hood
Rambo es una mala película con una buena temática. Si uno la ve sin prestar demasiada atención a que Stallone es un pésimo actor, recibirá el mensaje del desprecio de la gente que recibían al volver a casa aquellos que fueron a pelear a tierras lejanas e indómitas impregnados de un patriotismo mal entendido.

Hay parlamentos en esa película de una crudeza estrujante, como cuando después que el soldado agredido por un sherif discriminador y lleno de prejuicios demuestra sus capacidades destructivas, su comandante se apersona para aclarar que “crearon a la maquinaria perfecta para matar” y que se cuidaran de él.

A los jóvenes que fueron a pelear a Viet Nam les intentaron meter el anti-comunismo por debajo de la piel y hasta lo más profundo de sus huesos , al volver sentían haber salvado no solamente a su patria sino también al mundo libre, cualquier cosa que esto sea pero los trataban como parias. La guerra de Viet Nam fue repudiada en todo el mundo y especialmente en Estados Unidos; los jóvenes huían de su país evitando la conscripción, entre ellos un futuro presidente de Estados Unidos (Clinton) pero los políticos quedaron atrapados en una red que combinaba ideología y fuertes intereses económicos.

Hoy tenemos un cuadro similar. La guerra en Irak ha sido rechazada en todo el mundo y Estados Unidos, pero la circunstancia que explica la ausencia de mayor resistencia doméstica es una mejor manipulación de los medios de comunicación y que ya no hay conscripción obligatoria, desde hace unos años se implantó un sistema de reclutamiento que se concentró en los jóvenes de las clases bajas, para los cuales el ejército se abría como una opción de movilidad social y económica.

A cambio de unos años les daban educación, un oficio y de optar por la carrera militar, adquirían una expectativa de vida nueva y muerte.
Pero un buen día les dicen que a cambio de todo lo ofrecido tendrían que ir a jugarse la vida en tierras otras vez lejanas, indómitas, pero con un patriotismo mal encontrado, porque ahora ya no son los odiados comunistas, y el aparato ideológico no ha logrado meter a los musulmanes a la conciencia social. La guerra se amplió para destruir a los nuevos enemigos, a “los terroristas” y los soldados se vieron peleando contra tropas que no se ven pero destruyen, la sensación de vulnerabilidad crece y con ella el peligro de perder la vida.

Esos jóvenes y algunos ya no tanto han vuelto con males de guerra como el desorden de impacto traumático, muchos sufren de psicosis y aunque las fuerzas armadas parecen haber aprendido la lección de Viet Nam respecto al descuido de sus soldados cuando volvían a casa, ahora les dan atención psicológica y psiquiatrica que puede ser insuficiente. Han contratado a un ejército de psicólogas que atiende a aquellos que van y regresan de la guerra, pero justamente es uno de éstos expertos que enloqueció y volteo su arma contra los soldados.

Ya hay quién cree haber encontrado la conexión político-étnica indicando que es hijo de palestinos y que eventualmente habría proferido el grito de guerra Abu Akbar, una bendición al Dios musulmán. Sea o no cierto, tenemos el riesgo de ver el surgimiento de una oleada racista en Estados Unidos y la paranoia tratando de ubicar a los verdaderos enemigos, que en buena parte de Estados Unidos es la diversidad étnica.

La intolerancia ha recibido un nuevo pretexto.
Hace años coincidí en la Universidad Hebrea de Jerusalén con Bill que era veterano de Viet Nam. Estudiábamos Ciencia Política, jugábamos ajedrez, escuchábamos sus discos de Led Zepelin y el fumaba hashish, las primeras veces que lo critique por la guerra me respondió con firmeza: “Nosotros estábamos ahí bien suplidos de droga y la pasábamos de poca” y con la descripción de la colina desde donde se elevaban puso fin al debate, al hijo de misioneros protestantes en Israel no le interesaba entrar a un debate político.

Remató diciendo: “Con lo que me dieron al liberarme me alcanzaba para comprar una moto o pagarme una maestría y aquí estoy cerca de mis padres”. Bill terminó su maestría y no lo volví a ver. La guerra destruye las vidas en ambos extremos, y aunque la perdida no es simétrica todos pierden, ojala hubiera más Bills que buscan un escalón superior en sus vidas y menos psicóticos que voltean las armas contra lo que se mueve, pero me temo que no es así.

Samuel Schmidt
schmidt@mexico.com

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