11/17/2009


La vileza impositiva de las elites

Marcos Chávez M

Más que sus resultados alcanzados (y que no arrojaron ninguna sorpresa, pues no había razones para esperar un desenlace diferente), lo más relevante de la atropellada y esperpéntica discusión presupuestal fue, sin duda, el vulgar espectáculo ofrecido por los grupos de poder, representados por Felipe Calderón, los congresistas del Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Panal, y el verdadero crimen organizado, la mafia oligárquica de los 422 consorcios.

Como se sabe, dicha elite está conformada por reputados y refinados hombres de bien, que se envuelven en la bandera nacional cada vez que es menester salvar al pueblo y la nación. Por ejemplo, el diputado panista Alberto Becerra Pocoroba, luego que los partidos de los negocios aprobaron la indiscriminada andanada de nuevos y mayores impuestos a las mayorías, declaró con ufano patriotismo: “¡Aquí estamos para trabajar por el pueblo! ¡Estamos por el bien de México!” Muchos de ellos son sinceros y persignados católicos, que rezan padrenuestros y van a misa cuantas veces sea necesario. Aunque son amantes del buen vivir y forman una hermanada cofradía que mama, comparte y se nutre de las ubres del Estado –aun cuando a menudo estallan en fratricidas y rabiosas pugnas por ver quién sacia mejor su voracidad–, se dan el tiempo para ejercer el imperdonable vicio de la bondad cristiana; reparten limosnas a los menesterosos y se dedican a la filantropía para lavar sus pecados y purificar sus almas.

Pero cuando se trata de apoderarse y devorar los despojos de los trabajadores o de la nación, se transforman en feroces manadas de chacales, en aves carroñeras. Cuando se trata de defender y acrecentar sus fortunas, de cuidar sus intereses y sus afrodisiacos espacios de poder, pierden la galanura. Se convierten en despiadadas bestias que revientan en denuestos, felonías y conspiraciones. La política es espectáculo. Pero la diversión no es necesariamente política. En su reciente y agria refriega por definir quién deberá asumir el costo de la quiebra fiscal del Estado, quién tiene que pagar más impuestos, quiénes serán los beneficiarios de los mismos y quiénes las víctimas propiciatorias, el príncipe, la aristocracia y sus vasallos parlamentarios arrojaron a un lado la política; dejaron el carnaval de los animales y redujeron a la población el papel de espectadora –cada vez menos pasiva y muda, pues a la distancia se observa su movimiento y se escucha, in crescendo, su rencoroso malestar– de sus primitivas desavenencias.

Mientras duró el ríspido proceso legislativo de los gravámenes, las elites dejaron el agua bendita, chapotearon y se arrojaron su propio fango biológico. Todos se sintieron traicionados y buscaron venganza. Sin desdoro se regodearon con singular alegría barriobajera; se quitaron las máscaras y desnudaron públicamente sus desvergüenzas. Ante el violento rechazo de las hordas de los 422 consorcios para que pagaran algunos centavos en impuestos que de todos modos no pagarán, Calderón, Carstens y los legisladores prianistas los acusaron de eludir su pago y sólo cubrir el 1.7 por ciento de una tasa de 28 por ciento –85 mil millones de pesos en lugar de al menos 850 mil millones–. En 2008 y 2009 los Slim, Azcárraga, Servitje, Salinas Pliego y otros parásitos se “ahorraron” 1 billón de pesos en impuestos.

Calderón se rasgó las vestiduras. Lloriqueó como un ebrio amante despechado. Dijo que las empresas que más ganan “rara vez pagan impuestos”. Les reclamó que cumplan con su obligación de cooperar con las finanzas públicas, ante la gravedad que viven en municipios, estados y federación. Se lamentó: “No hay cosa que más duela, lastime y entristezca a un gobernante que tener que pedirle a la población [otro] esfuerzo recaudatorio para poderle evitar un riesgo mayor al país”. Como un lastimoso mendicante, con la Patética de Tchaikovsky como fondo musical, corrompiéndose él mismo y a la investidura que ilegítimamente representa, el “líder del año”, según la gusana revista Latin Trade, reculó, se postró y les imploró “que paguen aunque sea una parte”, lo que sea su voluntad. En una arrepentida resaca de su berrinche quiso sobarles el lomo y los exoneró: dijo que sí pagan gravámenes y amargamente culpó a las leyes fiscales de sus bajas y escrupulosas contribuciones. En la granja de los animales legislativos, el prianismo parodió una rebelión ante la escandalosa villanía de la banda de los 422; histriónicamente gritaron que no clavarían más puñales impositivos en el mancillado cuerpo del pueblo.

En la granja de enfrente, el cártel empresarial reaccionó “como perritos de Pavlov” (dixit, José Saramago). Armando Paredes (Consejo Coordinador Empresarial), Ricardo Salinas (TV Azteca, “amigo” de los Salinas, y que asaltó y se robó el canal 40, pontificado por Fox), Valentín Díez Morodo (de los hombres de “negocios”, premiado en 2008 por la Universidad Anáhuac, regenteada por los magnates de cristo, del pederasta Marcial Maciel), Miguel Marón (Cámara Nacional de la Industria de la Transformación) y demás, arrojando espuma entre sus afilados colmillos, dijeron que sí deducen y pagan las sobras que les obliga la agujereada ley tributaria (aulló Salinas Pliego: “¿De qué vive el gobierno si no es del Impuesto Sobre la Renta, quién [lo] paga?)”; incriminaron razonablemente al Ejecutivo y al Legislativo por derrochar y saquear al erario con al gasto corriente; les exigieron austeridad en la insultante vida de jeques que se pagan con los impuestos. Reclamaron más impuestos para los pobres y menos para ellos, según porque afecta su “competitividad” y, sin duda, sus obscenas ganancias. De tocar sus bolsillos, chantajearon con la apocalíptica menor inversión y crecimiento y más desempleo; amenazaron con transferir los impuestos a los precios, lo que provocaría mayor inflación. El tufo neogolpista del echeverrismo y el lopezportillismo.

¿Qué quedó después del proceso legislativo, acallados los tambores de guerra y asentadas las fétidas aguas biológicas?

1) La impávida y descarada evidencia de la elusión y evasión impositiva realizada por la oligarquía que, en parte, explican su acelerada y brutal concentración de la riqueza, fomentada, tolerada, solapada y legalizada por los ejecutivos y legisladores priistas y panistas que, a su vez, depredan, saquean y se corrompen con las finanzas públicas y las riquezas de la nación. Como llaga queda el adeudo por 1 billón de pesos de la mafia de los 422 que quizá no pagarán; su monstruoso cinismo, abuso, impunidad, las turbias componendas entre los poderes económico y político.

2) El mayor envilecimiento, descrédito y deshonra del Ejecutivo y el Legislativo, las instituciones, el régimen de partidos, la política, esa cosa que llaman “democracia” y la nación, que no ocultan el desprecio que les merece la mayoría y le niegan los mecanismos legales para defender sus derechos, elementos que no son más que algunas de las manifestaciones de la crisis y el avanzado nivel de descomposición del sistema político mexicano. Con la aprobación de la ley de ingresos, el perredista Pablo Gómez señaló: “El poder político se arrastró ante los ricos”. Su par Carlos Navarrete agregó: Calderón “abdicó ante los poderes fácticos del país”. Se equivocan. Ni se “arrastraron” ni “abdicó”. Calderón acusó a la oligarquía de evasora, pero sólo le pidió más donativos y nunca propuso aplicar la ley fiscal ni reformarla para acabar con esas prácticas. Sabe que a ellos les debe su espurio mandato y sigue fielmente la línea trazada desde Miguel de la Madrid, refrendada por Fox: el gobierno es de y para los hombres de presa. El poder es de aquéllos, y los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial prianistas son sus siervos y cancerberos. El “motín” legislativo sólo fue un gesto bufo.

La mayoría senatorial vive cómoda con su vasallaje ante el Ejecutivo y usufructúa al máximo el botín de su puesto. Los aprendices de diputados se mostraron aventajados en la traición y el servilismo ante el presidente y la oligarquía. La subordinación legislativa al Ejecutivo permanece intacta. Florece la estructura despótica del presidencialismo y la democracia vive como ficción mercadotécnica. Desde el principio, Calderón se arrojó a los brazos oligárquicos. La mayoría de los congresistas fue elegido por sus partidos por su falta de escrúpulos –las ocho diputadas que escondieron bajo sus faldas a sus suplentes y ahora les “cedieron” sus puestos, como son, Laura E Ledesma y Kattia Garza (la fámula de Televisa) del PVEM, o la priista Carolina García, a favor del pirruri Alejandro, hijo de Alfredo del Mazo, son algunos ejemplos–, como degradada mesnada jugosamente recompensada, sólo para que gruñan, devaneen y usen pies y manos, no para que, pretenciosamente, aspiren a pensar, hacer política o sientan algo por sus electores y la sociedad. Sus líderes, que no fueron elegidos por los votantes, sólo representan sus intereses, los de su tribu y los de las elites que se encargarán de los negocios cortesanos.

3) La mayor inequidad tributaria y la traición a sus respectivos votantes y a las mayorías a quienes apuñalaron con un cúmulo de nuevos y más impuestos. No aprobaron las limosnas de 2 por ciento para el vulgo, pero sí el saqueo de sus bolsillos con al menos siete puntos porcentuales con el Impuesto al Valor Agregado (IVA), telecomunicaciones, el impuesto a la renta y los depósitos en efectivo. Además, obligarán a los contribuyentes a dormir con Hacienda que los vigilará más y podrá quitarles sus ahorros asociados a seguros de vida y aportaciones voluntarias complementarias equivalentes a 20 salarios mínimos anuales. Si es miserable y pobre (gana menos de 10 mil 300 pesos), súmele al 15 por ciento de IVA otros cinco puntos más en gravámenes. Si es clasemediero y percibe más de dicho salario, agréguele al IVA y su impuesto a la renta, un máximo de 28 por ciento, según el rango impositivo donde se ubique, añádale siete puntos adicionales.

¿Alguien es ingenuo para pensar que fue suficiente? También tendrá que esperar mayores precios en los bienes y servicios públicos (electricidad, gas, gasolinas, agua, etcétera). Peores servicios públicos (educación, salud, etcétera). Y mayor inflación, porque los caritativos hombres de presa le regalarán el alza de impuestos que les corresponden. No le dirán nada pues se ruborizan como vírgenes vestales: los recibirá en los precios de los productos que les puedan comprar.

Para resarcirse de las puñaladas traperas impositivas, tendrán que alimentarse menos o comprar bienes de menor calidad, castigar su bienestar y calidad de vida. Mientras no derriben a los neoliberales, la población, mientras viva, sólo tendrá asegurada la muerte, cara en su pago, el pago de impuestos y la condena a la explotación capitalista, la pobreza, la miseria. Su degradación.

Todo copeteado, gracias a la patriótica felonía del Ejecutivo y el Legislativo. Sin rubor, el bien cebado y mofletudo diputado priista Francisco Rojas dijo: “Su partido asume los costos políticos de apoyar alzas en impuestos, ante la necesidad de privilegiar el interés de México”. El neofacho santurrón senador panista Gustavo Madero remató: fue “un proceso ejemplar de deliberación, de ejemplar unidad, de institucionalidad”; salimos “unidos como un solo hombre hacia adelante para poder apoyar a nuestro gobierno, a nuestro presidente Felipe Calderón, para apoyar a México y a todos los mexicanos”.

Su procacidad es mayúscula porque saben que la sociedad no tiene forma de cobrárselos, más que arrasándolos. ¡Así sueñan con la reelección!

4) Pero los intereses de “México”, la “patria” y los “mexicanos” apenas alcanzan para ellos y la mafia de los 422. Porque ellos no se someterán a la “austeridad republicana”. Porque no eliminaron las normas que permiten a la oligarquía la evasión, elusión y corrupción impositiva; mantuvieron los regímenes especiales de tributación; redujeron el pago de los adeudos fiscales incluidos en la consolidación de las grandes empresas, de 60 por ciento que proponía Calderón a 25 por ciento, y con su “creatividad” contable podrán desaparecerlos; exentaron de pagos a la renta a las destructoras empresas inmobiliarias; no aplicaron el hipócrita impuesto a las trasnacionales tabacaleras; les garantizaron el anonimato a los evasores. Por si no fue suficiente, para acabar con los rencores oligárquicos y cauterizar heridas, Manlio Fabio Beltrones se puso espléndido: logró que el Congreso les regalara (condonara) 5.6 mil millones de pesos en impuestos, durante dos años, a Televisa, Nextel, Telcel, Usacel y Telefónica, que depredarán las telecomunicaciones de banda ancha.

Los legisladores no eliminaron la crisis fiscal del Estado. No eliminaron el mito del balance público equilibrado ni ampliaron el gasto estatal. Impusieron una política tributaria procíclica y no anticíclica (más consumo, más inversión, menos impuestos), justo cuando se anunció el desplome económico de 6.4 por ciento en el tercer trimestre del año y crecen como hongos los desempleados.

Pero hicieron “patria”; salvaron a “México” y a los “mexicanos”.

¡Ave Césares, los que van a morir los saludan!

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