11/13/2014

Los periodistas pal café . . .



Aun cuando hay quienes consideran el deporte profesional, en específico el futbol, como mecanismo distractor de la realidad (una especie de opio televisable), aficionados de otros países y del propio México han expresado su consternación por los hechos de Iguala y han realizado protestas que han ido desde los reclamos de justicia al llegar los partidos al minuto 43, hasta la presentación en alto de pañuelos negros y blancos y de fotografías de los jóvenes de Ayotzinapa que oficialmente siguen desaparecidos (activismo que estuvo presente ayer en Amsterdam durante un juego amistoso que ganó la selección mexicana de balompié, ya con el esquivo Carlos Vela dando su pie a torcer y anotando dos goles confirmatorios de su calidad).
Tocar positivamente las fibras de sectores tradicionalmente alejados de las contiendas políticas y la denuncia pública ha sido uno de los resultados notables del acelerado proceso de toma de conciencia que se ha producido a partir de la tragedia de Iguala. De pronto, mexicanos ajenos a la parafernalia del activismo radical, e incluso repelentes a esas prácticas, se han descubierto a sí mismos con una pequeña pancarta crítica, redactando textos de indignación en redes sociales, exigiendo justicia y castigo a la corrupción o caminando junto a otros ciudadanos igualmente convencidos de que las cosas van muy mal en México y ha llegado la hora de hacer algo para cambiarlas, más allá de la apatía, el conformismo, la burla o el cinismo.
En términos generales, ese despertar cívico derrumba las interpretaciones simples que atribuían la poca protesta social a una modorra sin explicación aceptable. Algunos adversarios de la vuelta del PRI al poder federal han llegado a culpar de la desgracia generalizada que hoy se vive a los propios mexicanos ‘‘indiferentes’’ pues, plantean, esos votantes sin conciencia de su función y destino históricos se habrían ‘‘vendido’’ al partido de tres colores por unos cuantos billetes y monedas o a través de las famosas tarjetas electrónicas de consumo. Eso quisieron, eso tienen, sería la sentencia emitida desde la presunta superioridad visionaria.
La realidad muestra hoy lo contrario. Hay amplios sectores populares en pie de lucha, con matices muy distantes entre ellos (de las acciones incendiarias en Guerrero y otras entidades, al exploratorio prendido de velas entre clases medias poco politizadas), que convergen en la convicción del asomo al abismo aunque difieran en los métodos de rescate y salvación. La ironía del momento es que esa súbita movilización social y ese exteriorizado deseo de ‘‘hacer’’ algo o mucho para que México mejore no tiene cauces políticos o partidistas, pues justamente el hartazgo masivo proviene del entendimiento (en diferentes tonos, ha de insistirse) de que la nación ha sido consumida y está hoy en grave riesgo a causa de las acciones e inacciones de los partícipes del tinglado político y electoral, los partidos y las autoridades en primer lugar.
Este ‘‘momento’’ de la sociedad puede ser efímero y contraproducente (así lo fue el ‘‘momento’’ de México que pretendía asumir como homenaje a sus políticas el ‘‘estadista mundial’’ hoy en quiebra) si no encuentra formas aceptables, plurales, razonadas, de organización. Que no haya ilusos para que no haya desilusionados, es la frase de Manuel Gómez Morín que los panistas han aportado a la praxis nacional. El florecimiento de una pálida primavera mexicana puede quedar en un retroceso si los brotes críticos se marchitan con rapidez y son devueltos a los maceteros áridos y amargos del pasado reciente (la referencia primaveral es usada con las reservas que impone el recordar que movimientos ‘‘espontáneos’’ han terminado en otras latitudes con el triunfo de grupos e intereses supuestamente combatidos o similares a los depuestos).
La flora acostumbrada a los extremos, en cambio, está empujando con una rudeza que la administración federal ha soportado por cálculo político de la inmediatez, pero que no será borrada de la memoria vengativa de un régimen en cuya genética predominan la corrupción, la simulación y la represión. La quema de sedes de partidos políticos (PRI, PAN y PRD) y de oficinas públicas (gobiernos y congresos) y las movilizaciones sostenidamente rupturistas (cierre de carreteras, toma de casetas de peaje para dar paso libre, por citar algunos ejemplos) están liberando una energía social largamente contenida y constituyendo una pedagogía de la insurrección que tiene al gobierno federal virtualmente inmóvil frente a un jaque que debería ser (¿o haber sido?) manejable.
Entre esos polos de la protesta social no hay salidas políticas construidas. Las convocatorias a las marchas masivas y a acciones nacionales provienen de acuerdos básicos entre algunos activistas que luego reproducen los llamados a través de las redes sociales, pero sin un programa de mediano y largo plazos. Mucho se ha insistido en la importancia de realizar un paro nacional (se habla de este 20, día revolucionario), pero hasta ahora las condiciones sociales parecían poco propicias para un lance de esa magnitud, que significaría pérdidas laborales y otro tipo de afectaciones a los partícipes.
Si el actual administrador federal se mantiene en su sitio, a pesar de la creciente exigencia para que renuncie al cargo, y a pesar de los diarios escándalos de corrupción y de criminalidad oficiales, la protesta pública podría desenvolverse por caminos negativos. Los recién llegados a la expresión pública de la insatisfacción podrían volver a los nichos de un relativo confort cada vez más amenazado. Y los desbordados podrían pasar a los terrenos de la oposición con las armas en la mano al tiempo que el pasmo del gobierno federal optara por la represión como respuesta desesperada. Lo único cierto es que las cosas van mal y no hay motivos a la vista para suponer que podrían darse soluciones inteligentes y eficaces.
Y, mientras El Chapo es beneficiado por un amparo debido a las inconsistencias en la versión oficial de su apresamiento (atento, Abarca sembrado en Iztapalapa), ¡hasta mañana!
Twitter: @julioastillero, Facebook: Julio Astillero, Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx

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Fuentes de Televisa –dice CNNMéxico– informaron que sus productores, escritores, directores, actores y actrices (como fue el caso de Angélica Rivera), cuando laboran para la empresa ‘‘tienen como parte de su respectivo contrato un derecho para adquirir inmuebles en los términos establecidos en el mismo, así como para recibir, en su momento, una terminación’’. Agrega CNN: ‘‘Este derecho busca incentivar y retener talento en el largo plazo y favorecer la generación de un patrimonio. La señora Angélica Rivera firmó diversos contratos bajo este esquema, siendo el último (el) que firmó en el año 2004. Al amparo del mismo recibió una primera propiedad en ese año y otra en 2010, misma que eligió en 2008. Esta última, ubicada en Paseo de las Palmas’’, refirieron las fuentes de CNNMéxico. No sólo Angélica Rivera ha sido favorecida; asegura Televisa que más de un centenar de profesionales han obtenido desde hace más de 10 años los beneficios de este esquema de incentivos. ¡Qué maravilla! Ese esquema de estímulos habla muy bien del generoso corazón de Emilio Azcárraga III. Sin embargo, su generosidad ha sido correspondida, porque el año pasado Hacienda condonó impuestos a Televisa por más de 3 mil millones de pesos, aparte de otros premios vía contratos de publicidad.
Fregados pero contentos
México se ubicó en el lugar 64 de 142 países en el Índice de Prosperidad 2014, creado por el instituto británico Legatum. Nuestro país cayó cinco posiciones con respecto a 2013, y 15 en relación con la primera edición del índice, que apareció en 2009. La peor calificación de México fue en seguridad; quedamos en el puesto 99. Le sigue educación, en el puesto 85; emprendimiento y oportunidad, 83; capital social, 76; libertad personal, 75, y le fue algo mejor en gobernabilidad, en el puesto 59; salud, 49, y economía, en donde tuvimos la mejor calificación quedando en el puesto 34. A pesar de todas las calificaciones negativas, el documento señala que la satisfacción de vida de los mexicanos es de 7.3 puntos sobre 10; 56.4 por ciento de los habitantes del país considera que la corrupción en el gobierno y en el sector empresarial está muy extendida. Las naciones más prósperas, según el índice, son Noruega, Suiza, Nueva Zelanda, Dinamarca y Canadá, en ese orden.
Naufraga la reforma laboral
Del año 2000 al día de hoy se han creado 5 millones de empleos. Eso suena impresionante. Pero no tanto si consideramos que el país necesitaba 20 millones. Además, son empleos mal pagados en su mayoría. Estamos en vísperas de que se cumplan dos años de reforma laboral y no se ha alcanzado su objetivo, que era estimular el empleo. En la práctica sólo sirvió para proteger los intereses de los líderes charros del sindicalismo. El IMSS dio a conocer un nuevo reporte: en octubre de este año se crearon 172 mil 134 puestos de trabajo, el mayor crecimiento mensual del que se tiene registro. En total el instituto tiene registradas a 17 millones 352 mil 227 personas con empleo formal, de las cuales 85.5% corresponde a plazas permanentes y 14.5 a plazas eventuales. Sin embargo, de acuerdo con los datos de septiembre, casi 6 millones de personas ganan dos salarios mínimos o 4 mil pesos mensuales; 3.3 millones obtienen tres salarios mínimos o 6 mil pesos al mes, y sólo 3 por ciento (457 mil 192 personas) gana 20 salarios mínimos o más. A pesar de que se dice que nadie gana un salario mínimo, el instituto tenía registrados a 426 mil 610 trabajadores con ese sueldo al mes de septiembre. Y todavía hay quien se opone a un aumento al mínimo.

Una buena y una mala: la primera, que en el circuito oficial celebran que en 2014 la economía mexicana crecerá el doble que en 2013; la mala, que en un año atrás tal crecimiento a duras penas llegó a 1.1 por ciento, de tal suerte que si bien va el avance que tanto presumen será de 2.2 por ciento, o lo que es lo mismo nada que cubra las necesidades mínimas del país.
No cabe duda de que el optimismo oficial es envidiable, porque en tal circuito están felices porque el Fondo Monetario Internacional avala el manejo macroeconómico del gobierno peñanietista, elogia la culminación del proceso legislativo que impulsó una amplia agenda de reformas estructurales, y muestra su confianza en los fuertes fundamentos de la política económica de México.
Sin embargo, el propio organismo financiero enciende los focos rojos cuando advierte que la perspectiva de crecimiento de la economía mexicana a corto plazo permanece sujeta a riesgos significativos, de tal suerte que en el mejor de los casos, y sólo en él, la tasa de crecimiento en 2014 llegaría a 2.4 por ciento (40 por ciento menos que la estimación original de 2.9).
Resulta que el directorio ejecutivo del FMI concluyó su revisión periódica de las condiciones económicas del país –algo común para las naciones integrantes del organismo–, así como sus perspectivas, y entre sus conclusiones se cuenta la siguiente: “tras una fuerte desaceleración en 2013 –proveniente de una demanda externa débil y una disminución en la actividad de la construcción– se espera que el crecimiento se recupere para llegar a 2.4 por ciento este año”.
Sin duda, dos es mejor que uno, pero ello no equivale a una fuerte recuperación económica, como propone el Fondo, en el entendido de que lo mínimo que requiere México para comenzar a salir del hoyo es una tasa sostenida de crecimiento no menor a 6 por ciento anual, algo no visto, dicho sea de paso, desde hace más de tres décadas.
Pero el circuito oficial es feliz, porque el FMI aplaude la ola de reformas peñanietistas, las cual, según dice, puede elevar en tres cuartos de punto, a un rango de entre 3.5 y 4 por ciento, el potencial de incremento del producto interno bruto. No le pone fecha en calendario para que esa apuesta se cumpla, pero sí advierte que lo anterior depende de la efectividad con que sean llevadas al terreno de la práctica esas reformas, hoy por hoy el principal riesgo interno para el crecimiento del país (La Jornada, Roberto González Amador).
Pronósticos similares hizo el FMI en cada uno de los cinco sexenios reformistas que precedieron al de Enrique Peña Nieto, con estimaciones de crecimiento sobradamente por arriba de la realidad, y en los hechos los muchos ajustes y demás modernidades practicadas con el aval del organismo en nada contribuyeron a mejorar la tasa de crecimiento del país y mucho menos su perfil social.
En su reporte, el FMI detalla que algunos de sus directores ejecutivos subrayaron la necesidad de que el gobierno mexicano aumente los ingresos no petroleros, especialmente si los ingresos petroleros son menores a lo esperado. Alentaron a las autoridades a mejorar aún más la implementación del marco presupuestal, a través de un presupuesto de gasto más realista y controles más estrictos de la ejecución del gasto, y le dieron la bienvenida a la creación del Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo, así como al plan para reformar el sistema de pensiones de las dos empresas estatales más grandes.
Lo anterior es relevante, porque el precio del barril mexicano de exportación se mantiene en descenso, y ayer cerró la jornada en 73.12 dólares, contra los 79 dólares presupuestados para 2015. El problema es que con el precio del barril a la baja, al igual que la producción de crudo, el mercado interno deprimido y los salarios reales miserables, el camino para aumentar los ingresos no petroleros no sería otro que el de aumentar los impuestos, ruta que el propio gobierno peñanietista dio por clausurada a lo largo del sexenio, aunque ya es tradición que la autodenominada autoridad rompa sus propios acuerdos.
Entre los llamados factores externos el FMI advierte que “el principal riesgo para la economía mexicana está relacionado con un incremento en la volatilidad de los flujos de capital (de los que México ha sido receptor importante en los últimos seis años, y que han provocado nerviosismo en el gobernador del Banco de México) por la incertidumbre derivada de una previsible reversión de las políticas de expansión monetaria en Estados Unidos. En aquel país, las tasas de interés de referencia han sido reducidas por el banco de la Reserva Federal a niveles mínimos para estimular la economía después de la crisis de 2008-2009, lo que ha aumentado los flujos de capital hacia países con mayores rendimientos. Esa política, según se ha anunciado, comenzará a ser revertida en los próximos meses” y los especuladores que hacen pingües negocios en México simple y sencillamente volarían a otras latitudes.
En fin, las buenas y las malas noticias económicas, entre ellas las del ámbito laboral. La parte positiva refiere la generación de poco más de 827 mil empleos formales de enero a octubre del presente año (eventuales una tercera parte de ellos), con lo que es el mejor registro en el transcurso del sexenio peñanietista, de acuerdo con el IMSS. La negativa, que los salarios son miserables y su poder adquisitivo se mantiene cuesta abajo, y que la tasa oficial de desempleo permanece inamovible.

En el año penúltimo del calderonato se inventó, en forma un tanto desesperada para reactivar un poco el alicaído mercado interno, una copia tropical del Black Friday gringo: el Buen Fin. Se trataba, claro, de sacar de los bolsillos de los consumidores la mayor cantidad de dinero posible, con la diferencia, con respecto al original estadunidense, de que las ofertas del Buen Fin suelen ser simbólicas, por usar un calificativo benigno. Desde la primera edición del programa la gente descubrió –y lo difundió en redes sociales– que con frecuencia las rebajas iban precedidas por retiquetados al alza para simular un descuento que dejaba los productos en su precio original, o que se ofrecían descuentos de 0.1 por ciento del precio de los artículos. Si la palabra vendimia quiere decir cosecha de uvas, en México, donde la cultura vitivinícola es más bien escasa, se ha usado desde hace mucho para denotar cosecha de ganancias, es decir, en una acepción más cercana a la tercera de la Real Academia: provecho o fruto abundante que se saca de algo; en este caso, del bombardeo publicitario inmisericorde y, con frecuencia, mentiroso.
En la extremada violencia que vivió el país en 2011, el Buen Fin fue visto, por añadidura, como un intento de Felipe Calderón por distraer la atención de la catástrofe en que había hundido al país y menudearon las parodias que enfatizaban la mala manera en que llegaba a su fin esa administración de la que uno no quisiera acordarse: con el país bañado en sangre, la descomposición institucional a tope, la economía estancada y un pobrerío multiplicado.
Pero de Echeverría en adelante, la sociedad mexicana ha ido desarrollando la noción manriquiana de que toda presidencia pasada es menos peor que la que sigue, y así llegamos a este 2014 en el que el calderonato parece de peluche comparado con la pudrición, la violencia, la dependencia, el cinismo y el encharcamiento económico que caracterizan al peñato. La imposición antidemocrática de las reformas estructurales, la insolencia autoritaria de los ministros de la Suprema Corte, las atrocidades de Tlatlaya e Iguala y los subsecuentes desmanejos gubernamentales han terminado por colocar a la sociedad ante la evidencia de que está pagando un dineral, tanto al contado como a crédito, para mantener a un funcionariado rapaz cuya existencia es muy útil para sí mismo, para Washington y para las corporaciones trasnacionales, pero que a esta nación le causa un enorme daño.

Entre la indignación y la nostalgia. Güeros, de Alonso Ruizpalacios, cinta filmada en blanco y negro, ubicada en la ciudad de México en el contexto atemporal de una huelga universitaria, que es todos los paros y protestas y desencantos de una generación sin asideros ni propósitos muy precisos (Estamos en huelga de la huelga), es un primer largometraje de originalidad sorprendente.
Tres jóvenes, a los que luego se suma la novia de uno de ellos, se colocan a contracorriente de una coyuntura política apremiante (una revuelta estudiantil) y deciden partir en busca de un viejo roquero, alguna vez popular, perdido ahora en las brumas de una mitología incierta. Su propósito aparente es dejar atrás por un rato el letargo cotidiano, explorar de lleno la ciudad entrañable y hostil, y afianzar esos lazos afectivos confiables que son la amistad y la complicidad en la confusión existencial compartida.


La primera sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) decidió ayer liberar a tres de los cinco indígenas tzotziles que permanecían presos en el penal de El Amate, desde hace casi 17 años, por su participación en la masacre de Acteal, por considerar que las investigaciones realizadas en su momento por la Procuraduría General de la República (PGR) y las corporaciones policiacas locales fueron manipuladas, y tras haber documentado diversas violaciones al debido proceso de los inculpados. Así, del total de encarcelados por la masacre de 45 indígenas, el 22 de diciembre de 1997, sólo dos permanecen en prisión, y no parece descabellado que pudieran tener un destino jurídico similar al de los tres que fueron excarcelados ayer.

Perspectiva de género para el caso Iguala
Las y los asistentes al XXI Coloquio Anual de Estudios de Género manifestamos nuestra indignación ante los sucesos ocurridos en Iguala, Guerrero, en septiembre pasado en los que 43 estudiantes fueron desaparecidos, y tres más fueron brutalmente asesinados.

Hoy día México tiene un debate profundo en relación con los problemas derivados de la inseguridad, el desempleo, la pobreza, la desigualdad y la crisis profunda que afecta a grandes grupos de la industria, el campo, los servicios y la población. Los graves cuestionamientos, las dudas generalizadas, la falta de certidumbre respecto del rumbo de la nación, vienen a impactar más el estado de ánimo y el optimismo de los mexicanos. En este momento, y hoy más que nunca, se requiere retomar el rumbo, volver al respeto y la democracia, obligar a que la justicia se aplique objetiva y limpiamente, terminar con la impunidad y la corrupción que tanto daño han hecho a la imagen de nuestro país, dentro y fuera del mismo.

México está inmerso en una profunda y desconocida crisis que toca a las instituciones del Estado, a la economía, a la vida pública como tal, pero sobre todo al modo como se relacionan y articulan las autoridades y la ciudadanía. Esta situación viene de lejos, incubándose en los cambios erráticos o inconclusos de los años recientes, en la autocomplacencia del poder que no se refleja en el espejo de la realidad, en el vacío de un ciego reformismo que trastoca el modo de ser del país pero no lo mejora, en el abandono ideológico y práctico del interés nacional como fundamento del proyecto de las mayorías.

Iguala no es el Estado mexicano, así responde iracundo y tajante el procurador general de justicia del país frente a un reportero que le pregunta sobre el sentir general de que nos encontramos frente a un crimen de Estado cuando no hay respuestas ciertas ante la desaparición de 43 estudiantes y el asesinato y tortura de otras seis personas más. El procurador está muy cansado e irritable, le molestan las preguntas necias: ¿acaso no entendió?, es claro que después de 42 días de una muy agotadora búsqueda –dice– hemos logrado finalmente encontrar a los verdaderos culpables directos, tres miembros del último peldaño de la banda criminal. Para demostrarlo ellos escenifican en un burdo montaje –montado muy especialmente para la opinión televisiva– que todo sucedió así nomás, que ellos no saben por qué, ni para qué, ni quiénes fueron, pero que allí los apilaron, que allí los mataron, que allí los aventaron y que allí los quemaron y que ahora no queda nada, ninguna prueba real, ni vestigio comprobable de 43 jóvenes dignos y vivos que subieron a las patrullas los policías, último dato documentado. ¿Por qué, entonces, insistir en que es un crimen de Estado, cuando sólo es un crimen de los criminales comunes y corrientes?

La caída del Muro de Berlín, hace 25 años, no fue espontánea. Se venía gestando desde muchos años antes, por lo menos desde la invasión soviética a Hungría en 1956 y, sobre todo, a Checoslovaquia en 1968. La raíz del problema se encuentra en la formación de la burocracia como una especie de nueva clase social en la URSS, una categoría social que se apropió el Estado y que, si bien no obtuvo ese poder de los ingresos privados de una economía estatizada ni podía vender las empresas estatales, usufructuaba los beneficios de éstas y de su administración y gestión que, muy probablemente, dado el ambiente de corrupción existente e innegable, capitalizaba para su provecho personal. Las mafias rusas, por ejemplo, y que ahora son famosas por su fuerza económica, no surgieron ni podían surgir por generación espontánea a los pocos meses del vuelco al capitalismo de la URSS. Se fueron haciendo de privilegios poco a poco hasta convertirse en verdaderos oligarcas. Putin, quien había sido el director del Servicio Federal de Seguridad en el gobierno de Yeltsin, sabía muy bien lo que ocurría en el seno de la nomenklatura, y en 2001 declaró que la población rusa no había sido indiferente al comportamiento de esos oligarcas que, tras repartirse los bienes del Estado, dirigían sus avionetas cargadas de fulanas (blyad) hacia la Costa Azul. Y así era: la burocracia se repartía, primero, los beneficios de las empresas estatales, y luego, los de la venta de éstas a particulares. Muy parecidos fueron los casos de Polonia, la antigua Checoslovaquia y, en general, del resto de los países del Este, incluyendo obviamente a la República Democrática Alemana, que era cualquier cosa menos democrática.

Aveces descubrimos algo de nuestro pasado que nos sorprende o, cuando menos, nos confirma algo que sospechábamos. En Estados Unidos (y otros países, incluyendo Canadá, Australia y Argentina), no pocos ciudadanos se han enterado de algo que los incomoda mucho: que sus padres, quienes creían que habían salido de Alemania como refugiados políticos tras la Segunda Guerra Mundial, en realidad habían participado activamente en el movimiento nazi.

La exigencia de los padres de familia para que regresen vivos a los estudiantes de Ayotzinapa o que el procurador presente evidencia científica del destino de sus hijos, resuena con firme eco de indignación por todo México y el mundo. También entre los millones de mexican@s que han tenido que emigrar por el neoliberalismo, incapaz de generar empleo y bienestar, pero además porque la migración forzada está repleta de riesgos, desiertos y fosas clandestinas. Para la Red Mexicana de Líderes y Organizaciones Migrantes (RED) existe responsabilidad federal por omisión desde el momento en que el Ejército mexicano estuvo al tanto de los sucesos el día del ataque a los estudiantes en Iguala, mientras el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FRENTE) exigió al gobierno de Estados Unidos asumir su responsabilidad, “por ser el mayor consumidor de drogas, por surtir armas a los criminales mexicanos y por sus políticas neoliberales…” (La Jornada –LJ– 9/11/14).

En las últimas semanas hemos presenciado un despliegue extraordinario de la mafia mediática imperialista que machaca la caída del Muro de Berlín como el fin del comunismo. Aunque el clavo final al ataúd de la Unión Soviética fue puesto el 25 de diciembre de 1991, se ha instalado la percepción de la caída del muro como el principio del fin de aquel magno primer experimento de liberación humana iniciado por el Partido Bolchevique en 1917.

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