11/30/2012

Delfina y Carolina esperan reforma migratoria para volver a México

Cimacnoticias | Chilpancingo.-

Tras padecer el infierno de viajar de manera indocumentada hacia Estados Unidos, las guerrerenses Delfina López Gutiérrez y Carolina Arroyo Nava aguardan la esperanza de que con la reelección de Barack Obama se apruebe una reforma migratoria que regularice su estancia en el vecino del norte, y puedan regresar a México para reunirse con sus familias.

Hace 30 años que Delfina partió de esta capital estatal hacia EU y no ha vuelto porque carece de documentos que comprueben su nacionalidad estadounidense.

Ella relata a Cimacnoticias que en ese entonces se cansó de no encontrar trabajo en su tierra natal para mantener a su hijo –hoy de 32 años– y a sus padres.

Delfina contrató un “coyote” (traficante de personas) que la llevó desde Guerrero a Tecate, Baja California, con la promesa de llevarla hacia EU. Pero se quedó sin dinero y tuvo que trabajar durante un año sin recibir salario como pago al “pollero”. Se encargó de cuidar a cinco niños menores de 10 años de edad.

Después del año de trabajo, Delfina logró que le pagaran y esperó seis meses para reunir dinero y seguir su camino hacia el norte. Atravesó el desierto de Arizona. “Como en Guerrero no conocemos el desierto, se enfrenta una al miedo hacia un sol fuerte, hacia un terreno que sientes que te cocina por su alta temperatura”, platica.

Hoy Delfina vive en Nueva York, donde labora, pero todos los días teme ser detenida y deportada, narra en entrevista vía telefónica. La mujer dice que mantiene la esperanza de tener pronto tener sus documentos migratorios para venir a México y visitar a su hijo y a sus padres.

RECORRIDO MORTAL

Carolina Arroyo Nava partió hacia EU en febrero pasado. Al contrario de Delfina, ella tuvo la suerte de que un familiar pagara a su arribo “el rescate” por su traslado por parte del “coyote”.

Cuenta cómo fue su travesía también por el desierto de Arizona. Ella viajó desde Guerrero sólo con la ropa que llevaba puesta: pantalón de mezclilla, camiseta blanca, una camisa y un suéter. “Además una gorra para el calor y unos tenis para aguantar el viaje”, detalla.

Carolina iba sin dinero extra, sólo la cantidad que tendría que pagar por el traslado a Nogales, Sonora, y para comer. “No puedes llevar mucho porque finalmente te lo roban”, advierte.

Dice que desde las terminales camioneras los carteristas y extorsionadores hacen de las suyas: “Se hacen pasar por la migra, incluso llevan credenciales y otros de plano te sobornan en las salas de espera. Te amenazan y el miedo te hace creerles cuando te dicen que si no cooperas no sales en el siguiente viaje”.

“Lo peor es que son los mismos mexicanos, los mismos paisanos, los primeros que nos joden”, lamenta en charla telefónica.

Carolina relata que en su grupo de migrantes –de no más de 10 personas– viajaban una mujer con sus dos hijos, y puros hombres, no sólo de México, sino también de Belice y Guatemala, en su mayoría de no más de 30 años de edad. “Son los fuertes, los débiles no sirven para esto de migrar”, apunta.

En el desierto “los coyotes no llevan agua”, coincide Carolina con el relato de Delfina. “Te piden que orines y que tomes agua antes de salir, pues no hay tiempo para eso”, narra.

Son tres horas de camino bajo el sol incandescente, dice Delfina López, que como Carolina, no llevaba más alhajas que unos aretes de oro que “te sirven para negociar y no ser violada”.

Ambas mujeres refieren que el auto en el que las trasladan es un Lincon color negro. “Te dan menos de un minuto para que te metas, te tires al piso y te apiles unos sobre otros, como un taco, quedes donde quedes no te quejas, no gritas, a pesar de que la respiración se dificulta y de que vas oliendo a los otros y los otros a ti que no nos hemos bañado en días”.

Delfina y Carolina platican que en el negocio del “coyotaje” “hasta los carros son arreglados”. “Tienen suspensiones firmes para que la parte de atrás se levante y no se incline por el peso. Adelante van el chofer y un asistente”.

Carolina llegó hasta Michigan, donde vive actualmente. Ambas mujeres aguardan a obtener los documentos que las acrediten como “norteamericanas”, pues los papeles mexicanos no les dieron la oportunidad de una vida mejor y quieren visitar a su familia “aunque sea cuando mueran llevarlos al panteón”.

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