11/27/2012

La herencia del PAN en el poder


José Antonio Crespo

Finalmente, Felipe Calderón entregará el poder al PRI, pese a que, según dicen, juró ante la tumba de su padre evitar ese desenlace. El retorno del PRI al poder se explica en muy buena parte por el enorme fiasco representado por los dos gobiernos del PAN, y su monumental fracaso para cumplir lo que durante 70 años ofreció; democratizar al régimen político en relación al desempeño de gobierno y el ejercicio del poder; rendición de cuentas, combate a la corrupción, fin de la impunidad. Al parecer, en México eso de llamar a cuentas a gobernantes y funcionarios corruptos y abusivos tiene que ver exclusivamente con una vía para recuperar legitimidad política del nuevo gobernante, más que con la existencia de un Estado democrático o la aplicación sistemática de la ley. Eso se supone que cambiaría con Vicente Fox, quien prometió como principal eje de su campaña justo la rendición sistemática de cuentas y el fin de la impunidad (incluso ofrecía llevar a la justicia al “Salinillas”, con quien finalmente estableció una alianza política contra AMLO). Pero habiendo llegado al poder con la mayor legitimidad democrática (en la primera alternancia pacífica), no sintió necesidad de llamar a cuentas a nadie, sino de hacer las paces y limar asperezas con las tepocatas priístas para lograr reformas económicas estructurales (que no habían sido el núcleo de su campaña). Eso pese a que desde ese partido hubo todas las advertencias posibles de que no cooperarían en ello (para no dar crédito a Fox, como dijo entonces Manuel Bartlett, o para que la ciudadanía reconociera en el PRI el único capaz de gobernar, como lo señaló Fidel Herrera). El más claro símbolo del fracaso del PAN es que el propio Fox, quien echó “a patadas” al PRI de Los Pinos, se convirtió en el más entusiasta promotor de su regreso, 12 años después. La frase célebre “¿Y yo por qué?” refleja el desentendimiento del gobierno panista respecto de su compromiso histórico.

Calderón no llegó, ni de lejos, con la legitimidad de Fox. Pudo haber dado mayor certeza y credibilidad a su victoria oficial de haber aceptado un recuento amplio de votos, como exigían las condiciones. Prefirió no arriesgar su triunfo y retenerlo. El “haiga sido como haiga sido” revela la verdadera importancia que el PAN concede a la democracia electoral (se trata de ganar, no importa cómo). Pudo haber compensado su escasa legitimidad de origen con una cruzada genuina contra la corrupción política, administrativa y empresarial, que es el terreno abonado para el narcotráfico y el crimen organizado. Pudo Calderón haber llamado a cuentas a algunos de los muchos corruptos del gobierno anterior (los hermanos Bibriesca, por ejemplo). Prefirió legitimarse a través de las armas en lo que pretendía ser una decisión valiente contra los cárteles de la droga (valiente sí, pero carente de inteligencia). Que dicha decisión tuvo una motivación más política que operativa lo sugiere la precipitación con que la aplicó, sin consensuarla con otros actores políticos, poderes del Estado, gobernadores o países involucrados (principalmente EU). Evidentemente, lo que buscaba era llevarse todo el crédito de lo que suponía (porque así se lo hicieron creer) una hazaña que sería coronada con lauros y trompetas. Y por eso mismo, una vez evidenciado el fracaso, la principal responsabilidad del desastre se le imputa a él (como lo reflejaron las urnas en la elección presidencial).

No hubo tampoco un estudio detenido de las consecuencias de su estrategia o de las condiciones mínimas que su eventual éxito exigía, ni un diagnóstico adecuado (que el propio Calderón reconoció más tarde, era errado). Los objetivos perseguidos por su cruzada no sólo no se lograron, ni se avanzó en ellos, sino que arrojaron resultados contrarios: así ocurrió en materia de reducción de tráfico y consumo de droga, control territorial por parte del Estado o fortaleza institucional. La violencia e inseguridad consecuente se vio originalmente como un costo inevitable a pagar por los beneficios que se alcanzarían, o incluso como un indicador de éxito y avance. Pero el sangriento legado que queda es una carga para el país. La rivalidad y descoordinación entre PGR y SSP no son sino la expresión más clara del fracaso de la principal política pública de Calderón. En cambio, queda la corrupción y la impunidad prácticamente igual que en los tiempos del PRI. Y el PAN, tras haberse traicionado a sí mismo, quedó sin autoridad moral.

 cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE
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