Carlos Fazio
En
diciembre de 2006 el presidente Felipe Calderón anunció su estrategia
de seguridad y ordenó a las fuerzas armadas combatir a la llamada
delincuencia organizada. Con ello autorizó, en tiempos de paz, el uso
de efectivos militares en tareas exclusivas de las fuerzas de seguridad
pública, principalmente policiales. También militarizó a las policías.
La utilización del Ejército, la Marina y las policías militarizadas en
funciones de orden público no fue precedida de una declaratoria de
estado de emergencia, única forma constitucional mediante la cual
pueden limitarse ciertos derechos y libertades fundamentales. La
guerrade Calderón no contempló límites al uso de la violencia legítima del Estado, y ello derivó en que unas fuerzas armadas entrenadas para el aniquilamiento del enemigo cometieran flagrantes violaciones a los derechos humanos, que en su inmensa mayoría no han sido investigadas y sancionadas y quedaron impunes. Fue hasta el último año de su mandato (2012) que el Presidente emitió protocolos para regular el actuar de los efectivos militares, que no satisficieron el principio de legalidad ni regularon de manera adecuada el uso de la fuerza.
Esa estrategia de seguridad cuenta con diversas políticas que han
propiciado o permitido −hasta el presente− la comisión de delitos por
integrantes de las llamadas fuerzas del orden, entre ellos detenciones
arbitrarias, la práctica sistemática de la tortura, la desaparición
forzada de personas y ejecuciones sumarias extrajudiciales. En general,
los medios de difusión masiva han presentado de manera acrítica la
visión gubernamental, según la cual los
abatidos(muertos) producto de la estrategia contra la delincuencia son
sicarioso
criminales, y no civiles cuya presunta responsabilidad en un hecho ilícito debía haber sido sometida a la justicia.
Calderón exhibió como
modelo exitoso de seguridadal estado de Baja California, una de las primeras entidades en ser escenario de los llamados
operativos conjuntos(de militares y policías). El accionar de los militares en tareas policiales contó con el apoyo del sector empresarial. En 2009, en un acto inconstitucional, el entonces gobernador José Guadalupe Osuna nombró al comandante de la segunda región militar, general Alfonso Duarte Múgica, como
mando único policial. En Tijuana fungía como secretario de seguridad pública municipal el teniente coronel Julián Leyzaola, quien llevó a cabo una política de
depuración policial.
La coordinación entre mandos militares y policías (con formación
castrense) fomentó el uso de la figura del arraigo con propósitos de
tortura. Distintas investigaciones dan cuenta de que autoridades de los
tres órdenes de gobierno tuvieron participación directa en actos de
tortura, tratos crueles, inhumanos y degradantes. El pasado 11 de
marzo, La Jornada informó que en el periodo 2009-2011 el
general Alfonso Duarte Múgica encabezaba personalmente allanamientos y
cateos ilegales, detenciones arbitrarias, tortura y siembra de pruebas
contra personas capturadas por hombres encapuchados −el llamado
comando negro− pertenecientes al Grupo de Inteligencia Militar de la segunda región militar (que abarca Baja California, Baja California Sur y Sonora).
También
existen expedientes que consignan que el teniente coronel Leyzaola y
Gustavo Huerta Martínez, un ex capitán del Ejército que despachaba como
director operativo en la secretaría de seguridad pública de Tijuana,
utilizaban las instalaciones del 28 batallón de infantería, situado en
El Aguaje de la Tuna, para torturar prisioneros. Documentos de la
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) dan cuenta de que a los
detenidos se les cubrían los ojos con cinta adhesiva, se les ataba de
pies y manos, los golpeaban, los sometían a ahogamiento con agua ( waterboarding),
les aplicaban toques eléctricos en distintas partes del cuerpo,
incluyendo los genitales, y les colocaban bolsas de plástico en la cara
con el fin de provocarles una sensación de asfixia. También sufrían
violencia sicológica (escenificación de fusilamientos, torturas a
hijos, etcétera) y recibían amenazas de que los matarían y tirarían sus
cuerpos en una vialidad principal de la ciudad de Tijuana, con un
letrero que dijera que pertenecían a la maña. Con cuerpos
destrozados a golpes y balazos, el Bulevar 2000 era el escenario
favorito para el montaje de crímenes atribuidos a la delincuencia.
El modelo Tijuana pronto se extendió a Chihuahua,
Michoacán, Veracruz, Tamaulipas, Coahuila, Guerrero, Nuevo León y
Jalisco. En la repetición deliberada y regular de ese modus operandi −que
incluye una estrategia o patrón de conducta similar, para nada
fortuito, accidental o casual, sino planificado−, se utilizan recursos
humanos y materiales, públicos y privados (en particular personal
militar y policial, instalaciones castrenses, vehículos y armas de alto
calibre), y también drogas y armas de uso exclusivo del Ejército que
son sembradas para fabricar pruebas e implicar falsamente a los
detenidos con la delincuencia organizada.
Entre otros propósitos, dicha política sistémica de Estado tiene como fin construir a toda costa una historia de
éxitoen el combate a la delincuencia:
Vamos ganando la guerra por goleada, se ufanaba Calderón, y repite ahora con una narrativa menos triunfalista, y tampoco creíble, el comisionado nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido.
La estrategia descrita tiene como base la Directiva para el Combate
Integral al Narcotráfico 2007-2012, elaborada por la Secretaría de la
Defensa Nacional, cuyos responsables operativos, siguiendo la cadena de
mando, son los jefes de las regiones, zonas, guarniciones y unidades
militares. Todos tienen
amplia libertad de accióny
don de mandopara realizar
acciones contundentescontra sus objetivos. Ergo,
enemigosa exterminar. Eso explica Tlatlaya, Iguala, Apatzingán, Villa Purificación, Ecuandureo, Tanhuato.
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