5/28/2015

Peligro de un régimen pinochetista con el aplauso de Estados Unidos y la Unión Europea



Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
revoluciontrespuntocero.com

Es incuestionable que mientras más avanza el sexenio, más se recrudece el desaliento de la población, no sólo al ver que la violencia continúa su marcha fatídica, sino al comprobar cada día que la política es un estercolero. Lo más dramático es que no hay visos de que las cosas mejoren, pues las fuerzas progresistas y democráticas que serían las indicadas para inducir cambios positivos, están imbuidas por un afán protagónico al gusto de la oligarquía, lo cual ha favorecido una división cada vez más acentuada, situación que facilita la labor antidemocrática y de abierto entreguismo de los bienes nacionales a intereses extranjeros, principal responsabilidad de la alta burocracia en este duro momento histórico nacional.

Ni que decir tiene que mientras más se desalienten las clases mayoritarias, más posibilidades tiene la oligarquía de actuar en contra de la nación y de la economía popular. Esto debiera ser un factor disuasivo de la desunión que priva en las filas de la izquierda, situación que planeó Jesús Reyes Heroles cuando instrumentó la reforma política que más beneficios produjo al sistema política mexicano. Él tenía muy claro que la desunión de las organizaciones progresistas era fundamental para que el Estado mexicano apuntalara un proyecto de corte bonapartista, o sea un gobierno autoritario bajo el disfraz de una supuesta democracia avalada por el sufragio universal.

En la actualidad, la “izquierda” es un conjunto de organizaciones que más que buscar el cambio de régimen, como es fundamental en un sistema donde el Estado de derecho es inexistente, luchan por cuotas de poder que más bien son limosnas que les tira la clase política al servicio de la oligarquía. El Movimiento Regeneración Nacional (Morena), es el único partido de izquierda verdadera que tiene como premisa fundamental el cambio de régimen, como paso esencial para que la democracia pueda ser un hecho concreto, no un espejismo como sucede actualmente.

En 2018, si las fuerzas progresistas se resisten a una unidad básica -si es que antes no sucede algo que impida un proceso electoral transparente y avalado por un amplio consenso social- el sistema político será avasallado por una oligarquía que no esperará más tiempo para instaurar un régimen pinochetista, con el aplauso de las corrientes más retrógradas de Estados Unidos y la Unión Europea, las cuales serán las principales beneficiarias de ese retroceso histórico.

Porque la velocidad que lleva la descomposición del “gobierno” de Enrique Peña Nieto no augura nada positivo. Aunque parezca increíble, los hechos están demostrando una mayor incapacidad y más proclividad al autoritarismo que los dos desgobiernos del PAN, lo que es mucho decir con respecto a la violencia que activó la “guerra” contra el crimen organizado que puso en marcha Felipe Calderón. Todo está de cabeza en la actualidad, como lo patentizan los hechos, y lo más grave es que la alta burocracia se empeña en no aceptarlo ni siquiera como una elemental actitud de que tiene voluntad para recomponer la situación.

No hay un asomo de mínima autocrítica, un pésimo indicio de que se carece de interés por remediar los errores cometidos. Pero vistas las cosas con objetividad, lo que ocurre es que para el grupo en el poder su actuación no es equivocada, sino apegada estrictamente al guion elaborado en los altos círculos de poder de Washington. Desde el punto de vista de quienes ocupan Los Pinos, ellos están actuando eficientemente. Que no lo sepamos apreciar así los ciudadanos de a pie, les tiene sin cuidado.

Si la economía va en picada, si la violencia se vuelve cada día más terrible, si el desaliento de la población es un eficaz caldo de cultivo para protestas sociales cada vez más caóticas, eso es parte del proceso que debe seguir el sistema político mexicano en su etapa de consolidación de un modelo neoliberal oligárquico y un Estado autoritario sin riesgos de ser enfrentado por la población mayoritaria. Sin embargo, una cosa son las estrategias desarrolladas en los planes de gobierno, y otra muy diferente la realidad que es la que finalmente impone sus condiciones.

¿Quién puede asegurar que el desaliento que hoy es un freno a la organización ciudadana, algún día no muy remoto pueda convertirse en el motor de organizaciones sociales progresistas con un proyecto reivindicatorio bajo liderazgos ajenos a la falsa izquierda?

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