3/18/2016

“Las batallas”, artículo de Miguel Pulido


Alegatos por Miguel Pulido
Foto: Enrique Ordóñez/ Cuartoscuro

La cara del Señor presidente en dondequiera… Adulación pública, insaciable maledicencia privada. Escribíamos mil veces en el cuaderno de castigos: Debo ser obediente, debo ser obediente, debo ser obediente…
“Las batallas en el desierto” (José Emilio Pacheco)
Un anuncio de la periodista Carmen Aristegui ha sacudido la discusión pública, principalmente las redes sociales. No se trata de una nueva revelación periodística, la noticia es la creación de un nuevo espacio para la libertad de expresión.
“Ya sabemos que no será asunto sencillo…” ha dicho Carmen en un video de poco más de 4 minutos, en el que también reconoce que no hay condiciones para volver a la radio, “no por lo menos en este sexenio”.
Pero ¿por qué importa tanto el anuncio de Aristegui? Aquí algunas ideas y antecedentes:
1.- La batalla por nuestros derechos
Tras el anuncio del despido del equipo de Aristegui de MVS, se iniciaron diversas campañas y medidas para reclamar su retorno. En términos jurídicos, esta expectativa no deriva (como algunos creen que se reclama) de un derecho personal a ocupar un espacio en un medio. El fundamento es el vínculo inseparable entre libertad de expresión y el derecho de las personas a recibir información, una categoría que ha evolucionado ampliamente y que ha derivado en los llamados derechos de las audiencias.
No crea que es algo que se inventó apenas, este derecho tiene más de 200 años de existencia. Por ejemplo, Johann Gottlieb Fichte, publicó en 1793 Reivindicación de la libertad de pensamiento y Contribución a la rectificación de las opiniones del público sobre la Revolución Francesa. Desde entonces se sostenía que es inalienable el derecho a recibir de otros todo lo que a uno le resulte adecuado para el fin de su perfeccionamiento individual.
2.- La batalla por saber
Además, el periodismo crítico como el de Aristegui y sus colaboradores es protegido de forma especial bajo la figura del derecho público de las personas a saber. No se trata sólo de la pluralidad de estilos (propia del mercado), sino a la defensa de ciertos contenidos (propia de la democracia).
En esto tampoco hay novedad. En 1924, Robert La Follette, un candidato a la presidencia de Estados Unidos defendió la crítica y el cuestionamiento al gobierno, como pilar para tener un sistema democrático (es muy importante la circulación de todo tipo de ideas, pero es más importante saber). Dos décadas más tarde, Kent Cooper -entonces gerente general de la Associated Press- consideró a la prensa, no sólo un instrumento de divulgación de información, sino una servidora del derecho del público “a saber”.
3.- La batalla contra el poder
Después de su despido, Aristegui inició un proceso judicial. Esa batalla (ahora llevada al ámbito internacional) se inscribe en una tendencia global en la que el público y comunicadores tratan de defender derechos frente a poderes de facto. Los más simplones creen que controlar judicialmente el despido de comunicadores afectará la libertad de empresa y de contratación. Una posición que revive poderosos debates sobre las tensiones entre libertad de expresión y propiedad privada.
De los costos de tener poderes económicos salvajes sabemos hace décadas. Luigi Ferrajoli, preocupado por las decisiones corporativas en los medios de comunicación ha dicho que “la libertad de expresión resulta minada por la ideología y la práctica populista de la ausencia de límites a los poderes económicos”. Por su parte, Owen Fiss ha escrito que la libertad de expresión pone de manifiesto las tensiones del liberalismo, y que “es el Estado quien debe crear las condiciones que posibiliten un debate desinhibido, vigoroso y completamente abierto.” Sin rollo: la libertad de expresión requiere ciertos controles sobre los corporativos mediáticos y es razonable que sea el Poder Judicial el que los aplique. Carmen también es pionera en esto.
4.- La batalla por un nuevo modelo
Parece que vivimos el fin de un ciclo: el autoritarismo que en su etapa hegemónica basó su poder en el control y manipulación de la información. En tiempos de la supremacía de la televisión el modelo primero tuvo al dueño de Televisa como soldado del Presidente y, en su etapa final, acabo con los políticos como soldados de las televisoras.
Todo parece indicar que la batalla se está desplazando a una disputa informativa entre los medios tradicionales y el mundo digital. Pero este cambio de campo de batalla no será un triunfo por sí mismo. Sartori describió en su clásico homo videns que si la comparación era entre la televisión y la computadora, la segunda era muy superior. Pero la primera requiere sólo de un receptor pasivo de mensajes. Y ese es el riesgo, que los que antes nos controlaban desde la televisión, nos sigan controlando por otros medios gracias a nuestra pasividad.
En el anuncio de su futuro retorno Aristegui ha invitado a construir un nuevo modelo de comunicación. “Este país debe poner punto final a la cobardía, a la indiferencia, a la dejadez. Debemos informarnos”. Y tiene razón.
Si la desinformación triunfó en tiempos del autoritarismo no fue sólo culpa de la televisión, también de nuestra apatía, nuestra pasividad. El modelo de comunicación no es sólo un asunto de aparatos, también es una relación de poder, una cuestión de actitud. Y nos conviene ser más esforzados, más críticos, más valientes. Nos toca cuestionar, dudar, reclamar a los medios más independencia, más libertad, más rigor.
Después de todo, como la propia Carmen dice, “esta batalla es por nuestra libertad”.

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