Escribo el texto en primera persona, como en algún momento empezó el periodismo con las crónicas de viaje. Y lo hago así para describir esta sensación de “otredad” que da hablar desde afuera del infierno en que se ha convertido México en la última década con más de 200 mil muertos, 30 mil desaparecidos y 350 mil desplazados a raíz de la declaración de guerra contra al narcotráfico que hizo Felipe Calderón en 2006.
¿Cómo explicar a los catalanes y a los mexicanos que viven acá desde hace años el nivel de violencia, incertidumbre y zozobra en el que estamos sumidos? Cuesta trabajo decirles cómo es que permitimos que el gobierno dejara las manos libres al crimen organizado hasta fundirse en uno mismo y, sobre todo, cómo es que los mexicanos hemos normalizado tanto la violencia que hasta hacemos chistes de lo mal que nos va.
Es como tratar de razonar la esquizofrenia que estamos viviendo día a día en México y luego venir a Barcelona a tratar de explicarla. O describir la lógica de los nuevos asesinos salvajes que como hordas están sueltos por todo el país y que eufemísticamente tienen apodos como ‘El Pozolero’, porque disolvió en ácido más de 300 cuerpos de gente asesinada por el crimen organizado, como si fuera el guiso tradicional mexicano llamado pozole.
No hay palabras que alcancen a reflejar el dolor tan intenso que sienten los familiares de miles de muertos y desaparecidos, en su mayoría mujeres, niños y hombres que tenían una vida por delante y de pronto se toparon con un demonio que los arrancó de sus hogares para llevárselos a su infierno particular.
Tampoco para justificar que las series de televisión más populares son precisamente las de los jefes de los narcos convertidos en héroes personalizados por actores guapos y mujeres hermosas que se convierten en iconos admirados y ensoñados por jóvenes que prefieren morir a los 20 años con dinero, armas, poder, drogas y mujeres, que morir a los 50 años viejos y abandonados.
O también la evolución que han tenido los narcotraficantes mexicanos, que en medio siglo pasaron de ser campesinos pobres a los grandes jefes del crimen organizado con socios en todo el mundo.
Mientras avanza el metro de Barcelona, lo único que me queda claro es que son los esfuerzos ciudadanos, como el de Taula per Mèxic, los que dan una luz tenue de la esperanza al final del túnel. Mexicanos y catalanes que integran esta organización incipiente que tiene como objetivo visibilizar a nivel internacional la situación de crisis de derechos humanos en México y, con eso, pedir un poco de ayuda para terminar con la pesadilla en la que estamos sumidos.