Gustavo Gordillo
Me hubiera gustado simplemente
felicitar a las mujeres mexicanas en su día. Pero las cosas están tan
negras, que lo mejor que se puede hacer es solidarizarse en la lucha de
todas y todos contra los feminicidios y la violencia generalizada contra
las mujeres. En ese sentido, saludo afectuosamente a mi amiga y
compañera de lucha Patricia Mercado.
Las luchas de muchos colectivos de género que habían sido apoyados
económicamente por el Estado y que ahora corren peligro de perder ese
apoyo ilustran perfectamente el debate central en el nuevo régimen.
Parte de una narrativa: el Estado dejó de tener presencia y el vacío que
generó lo llenaron organizaciones de la sociedad civil, organizaciones
criminales y muchos actores informales frecuentemente vinculados con la
corrupción. El Estado recupera en este régimen su papel protagónico y,
en consecuencia, debe recuperar los espacios cedidos.
Para mí, el error de esta narrativa es que supone que hay un juego
suma cero entre el Estado y la sociedad, en el que lo que gana uno lo
pierde el otro. También hay juegos cooperativos en los que lo gana uno
lo gana el otro, e incluso ganan un extra, por ejemplo, en términos de
legitimidad recíproca.
De inicio reconozcamos la realidad que heredó el nuevo régimen. Al
lado de un número reducido pero muy activo de organizaciones sociales
que han jugado un papel clave en el avance de una amplia agenda
progresista basada en los derechos humanos se encuentran densas redes de
agentes especializados en capturar recursos públicos. Éstas se
desarrollaron gracias a que para el neoliberalismo lo decisivo era
reducir el papel del Estado. Parte de su retórica consistía en que la
retracción del Estado permitiría el desarrollo de individuos y familias.
La sociedad no existe, Thatcher dixit.
Pero también en el Estado intervencionista se asfixiaba la iniciativa
de la gente y se generaban redes de captura de rentas y de corrupción.
Los dos casos –neoliberalismo y estatismo– expresan alternativas
excluyentes. Una estrategia cooperativa en cambio preguntaría qué
franjas del quehacer social, político, cultural y productivo lo
desempeñan mejor el Estado o la sociedad. En todos los casos se supone
la presencia de los mercados, pero con relevancias distintas. Los
antiguos la llamaban economía mixta.
Me detengo aquí porque la reconstrucción del Estado requiere la
participación de la sociedad. Reitero lo que plantee en mi entrega
anterior: contrario al lugar común de una sociedad mexicana débil y
desorganizada, veo una sociedad organizada para dos propósitos:
aprovecharse del Estado –y no sólo económicamente– y defenderse del
Estado.
Pero esta sociedad está organizada en enclaves, enjambres,
desconectados en gran medida. Por otra parte, lo que hereda el nuevo
régimen es un Estado desarticulado, con franjas de gobierno colonizadas
por diversos grupos de intereses.
Reconstruir Estado y sociedad requiere diversas formas de
articulación y representación. Exige, sobre todo, un sistema de
intermediación política. Ningún Estado puede prescindir de partidos,
sindicatos, gremios, asociaciones.
Recurro al término sociabilidad democrática, que se refiere al
modo de organizar tanto las relaciones entre los ciudadanos y el poder, como entre los mismos ciudadanos a propósito del poder(Furet), para ilustrar un proceso que necesita desarrollarse desde el Estado y desde la sociedad.
La función deliberante de la democracia requiere fortalecer los
poderes de control que se manifiestan como poder parlamentario de
control del Ejecutivo, como opinión pública expresada en el espacio
mediático, como intervención crítica de los partidos políticos, como
acciones de movimientos sociales y de organizaciones ciudadanas
(Rosanvallon).
En la siguiente entrega analizo tres restricciones que se interponen
para avanzar en esos caminos: la prisa, la inercia, la ceguera y la
exclusión.
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