3/10/2019

Estado y Sociedad



Me hubiera gustado simplemente felicitar a las mujeres mexicanas en su día. Pero las cosas están tan negras, que lo mejor que se puede hacer es solidarizarse en la lucha de todas y todos contra los feminicidios y la violencia generalizada contra las mujeres. En ese sentido, saludo afectuosamente a mi amiga y compañera de lucha Patricia Mercado.
Las luchas de muchos colectivos de género que habían sido apoyados económicamente por el Estado y que ahora corren peligro de perder ese apoyo ilustran perfectamente el debate central en el nuevo régimen. Parte de una narrativa: el Estado dejó de tener presencia y el vacío que generó lo llenaron organizaciones de la sociedad civil, organizaciones criminales y muchos actores informales frecuentemente vinculados con la corrupción. El Estado recupera en este régimen su papel protagónico y, en consecuencia, debe recuperar los espacios cedidos.
Para mí, el error de esta narrativa es que supone que hay un juego suma cero entre el Estado y la sociedad, en el que lo que gana uno lo pierde el otro. También hay juegos cooperativos en los que lo gana uno lo gana el otro, e incluso ganan un extra, por ejemplo, en términos de legitimidad recíproca.
De inicio reconozcamos la realidad que heredó el nuevo régimen. Al lado de un número reducido pero muy activo de organizaciones sociales que han jugado un papel clave en el avance de una amplia agenda progresista basada en los derechos humanos se encuentran densas redes de agentes especializados en capturar recursos públicos. Éstas se desarrollaron gracias a que para el neoliberalismo lo decisivo era reducir el papel del Estado. Parte de su retórica consistía en que la retracción del Estado permitiría el desarrollo de individuos y familias. La sociedad no existe, Thatcher dixit.
Pero también en el Estado intervencionista se asfixiaba la iniciativa de la gente y se generaban redes de captura de rentas y de corrupción.
Los dos casos –neoliberalismo y estatismo– expresan alternativas excluyentes. Una estrategia cooperativa en cambio preguntaría qué franjas del quehacer social, político, cultural y productivo lo desempeñan mejor el Estado o la sociedad. En todos los casos se supone la presencia de los mercados, pero con relevancias distintas. Los antiguos la llamaban economía mixta.
Me detengo aquí porque la reconstrucción del Estado requiere la participación de la sociedad. Reitero lo que plantee en mi entrega anterior: contrario al lugar común de una sociedad mexicana débil y desorganizada, veo una sociedad organizada para dos propósitos: aprovecharse del Estado –y no sólo económicamente– y defenderse del Estado.
Pero esta sociedad está organizada en enclaves, enjambres, desconectados en gran medida. Por otra parte, lo que hereda el nuevo régimen es un Estado desarticulado, con franjas de gobierno colonizadas por diversos grupos de intereses.
Reconstruir Estado y sociedad requiere diversas formas de articulación y representación. Exige, sobre todo, un sistema de intermediación política. Ningún Estado puede prescindir de partidos, sindicatos, gremios, asociaciones.
Recurro al término sociabilidad democrática, que se refiere al modo de organizar tanto las relaciones entre los ciudadanos y el poder, como entre los mismos ciudadanos a propósito del poder (Furet), para ilustrar un proceso que necesita desarrollarse desde el Estado y desde la sociedad.
La función deliberante de la democracia requiere fortalecer los poderes de control que se manifiestan como poder parlamentario de control del Ejecutivo, como opinión pública expresada en el espacio mediático, como intervención crítica de los partidos políticos, como acciones de movimientos sociales y de organizaciones ciudadanas (Rosanvallon).
En la siguiente entrega analizo tres restricciones que se interponen para avanzar en esos caminos: la prisa, la inercia, la ceguera y la exclusión.

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