Mauro Jarquín Ramírez*
Hace algunos días se renovó
el liderazgo del Consejo Coordinador Empresarial (CCE). En dicho acto,
el Presidente de la República e integrantes de su gabinete convergieron
con grandes empresarios y organizaciones de la sociedad civil cercanas
al mundo corporativo. Los primeros, arduos críticos del populismo. Los
segundos, señalados días atrás por López Obrador como representantes del
conservadurismo. Sin duda, la presencia de AMLO conllevó un gran
trabajo de la Oficina de la Presidencia, desde donde Alfonso Romo se ha
dado a la tarea de concertar los intereses del llamado gran capital con
el proyecto lopezobradorista. El Presidente no asistió únicamente en
calidad de invitado. Fue él quien tomó protesta a Carlos Salazar
Lomelín. Con ello, se hizo explícita la apertura de un nuevo ciclo de
relación entre capital y gobierno, el cual podría resumirse en lo dicho
por el propio Salazar cuando afirmó: “el estadista debe lograr
equilibrio en economía y sociedad para que las demandas sociales no
desborden las posibilidades de la economía…”. Los hombres de negocios
buscan en el bono democrático de López Obrador la legitimidad de
cualquier política de contención a aquella protesta que cuestione los
fundamentos actuales de la distribución de bienes sociales. En tanto, el
Presidente busca en el respaldo empresarial la garantía de inversión
necesaria para fortalecer el mercado interno y lograr sus metas en
infraestructura y megaproyectos. Una relación mutuamente benéfica.
El capital busca tener una política exitosa en el sexenio y para ello
debe lograr dos cosas: un trato directo favorable con el gobierno y una
ocupación efectiva de los espacios representativos de la sociedad civil
que legitime sus propuestas. La relación directa parece garantizada,
pero no así su representatividad en la sociedad civil organizada, mirada
cuando menos con recelo por parte del Presidente, tal como ha sido
constatado en sus recientes declaraciones.
Según el mandatario, la representación de la sociedad civil ha sido
bandera de poderosos intereses conservadores. En efecto, ciertos grupos
se han apoyado en las desigualdades económicas y sociales para
reproducir también las disparidades políticas existentes, de las cuales
resultan fortalecidos. Esto se ha visto claramente con respecto al
deba-te educativo, donde las propuestas de la sociedad han sido
acaparadas por un pequeño grupo de OSC financiadas por multimillonarios
que se han autoproclamado representantes sociales y amos y señores de la
vida profesional del magisterio.
Cabe mencionar que el interés empresarial por el liderazgo en la
sociedad civil no es algo nuevo, se remonta a principios de los 80,
cuando la estatización bancaria generó un nuevo discurso basado en la
contraposición entre sociedad civil y poder público. Con ello, los
empresarios iniciaron una campaña de
vertebraciónde la sociedad que consistía en incentivar la formación de asociaciones cívicas desde el sector privado y dedicarlas a actividades culturales y educativas con la finalidad de crear un interés común entre los trabajadores y el éxito empresarial. Con la llegada de Claudio X. González a la presidencia del CCE en 1985. y el impulso a dicha
vertebraciónpor parte de Lorenzo Servitje, los hombres de negocios fortalecieron paulatinamente su presencia en los debates y propuestas en el seno de la sociedad civil, construyendo un doble frente de operación política: el corporativo, mediante sus cámaras empresariales y el ciudadano, a través de sus organizaciones en la sociedad civil. Esto ha sido desarrollado con éxito por las generaciones empresariales actuales, que se han dedicado a profundizar su ideología con las organizaciones sociales dirigidas y apoyadas por ellos, como Mexicanos Primero (Daniel Servijte y Claudio X. González) o el Instituto de Fomento e Investigación Educativa (Marinela Servitje), quienes a menudo se ostentan, con éxito, como representantes de la sociedad en su conjunto. La
apropiaciónde la sociedad civil, tal como ha dicho el Presidente, no es una ficción.
Sin embargo, a pesar de que sus señalamientos han sido correctos,
pareciera que el principal problema para López Obrador no es la
naturaleza conservadora de ciertos sectores de la sociedad civil
organizada. Al Presidente no le agradan las OSC porque no acepta la
existencia de intermediarios en su relación con el
pueblo(expresada, por ejemplo, en consultas sumamente cuestionables). No le agrada que existan voces que desde la sociedad civil cuestionen su proyecto desde cualquier posición del espectro ideológico. Es por eso que de un plumazo condenó a esa diversidad de más de 32 mil OSC, entre las que se encuentran asociaciones de izquierda, a la sombra conservadora, es decir, al bando de la reacción. Lo anterior es preocupante porque mientras la derecha encuentra en la sociedad civil un espacio más de disputa política, para una cantidad ingente de ciudadanos de izquierda ese es su espacio inmediato de organización. Mientras los poderosos tienen sus cámaras empresariales para presionar al gobierno con desinversión o salida de capitales, los ciudadanos de a pie tienen en las lógicas asociativas de la sociedad civil la vía para construir exigencias cívicas y evidenciar omisiones gubernamentales. En aras del control, el Presidente ha optado por botar el agua sucia con todo y niño.
A pesar de todo, estamos ante una gran oportunidad para la izquierda
de reivindicar a la sociedad civil como espacio de lucha. La sociedad
civil empresarial se fortaleció con el paso de los años por el fomento y
reconocimiento presidencial. Ahora que AMLO le ha mostrado cuando menos
desdén, es tiempo de recuperar su sentido popular.
*Politólogo
Twitter: MaurroJarquin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario