8/16/2019

La insoportable doble cara de la ley



Sesión en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Foto: Octavio Gómez
Sesión en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Foto: Octavio Gómez
 (apro).- Las policías atacan a la población. La población lincha presuntos delincuentes. No pueden generalizarse ambos hechos, pero son extremedamente preocupantes. Y me pregunto si existe alguna variable que pueda vincularlos. Me atrevo a opinar que sí. Hay síntomas todos los días, en múltiples ámbitos, que me orillan a pensar que nuestros gobiernos cada día tienen menos autoridad y que las leyes están perdiendo su sentido de obligatoriedad entre las personas. Si a ello le añadimos el factor impunidad, ese sí bastante generalizado, el pronóstico no resulta alentador.
Es delicado que nos terminen violentando quienes tienen el deber de protegernos –con especial agravio cuando se ataca y viola a mujeres que cada día tienen que luchar contra un sistema patriarcal en sí opresor–, pero si a ello le sumamos el uso faccioso de las leyes, el problema podría magnificarse todavía más. Cuando los postulados jurídicos no hacen sentido entre la población, cuando las leyes que nos damos no nos protegen de quienes abusan del poder, puede pasar cualquier cosa.
El caos que puede derivarse de todo ello no conviene a nadie. Por eso contamos con los poderes judiciales para que sirvan de última trinchera. El tema es que no cualquier poder judicial puede estar a la altura de las circunstancias. Sobre todo si no pasa desapercibida una aparente complejidad: el resultado de una pésima actuación de las otras instancias de gobierno es que el poder judicial tenga que acabar blindando los derechos de quienes deberían enfrentar responsabilidades. Ante ello, al mal gobierno le queda un pretexto a su medida, porque en vez de aceptar su inadecuado proceder, opta por culpar ante la sociedad al poder judicial.
Me sirve el anterior razonamiento para aplicarlo a un asunto con el que me he visto involucrado en el pasado, porque no siento comodidad escribiendo de otros casos que no manejo, aunque estén en el centro del debate público. Para ellos también creo pertinente el enfoque, pero toca a otras personas desarrollarlo. Así que en lo que sigue resalto el tema de los organismos genéticamente modificados.
Al inicio de la semana la Suprema Corte de Justicia informó que su Pleno invalidó el decreto que declaraba a Yucatán como una zona libre de cultivos agrícolas con organismos genéticamente modificados. La razón que sustentó esta determinación es que corresponde a la Federación regular la materia de bioseguridad y distribuir competencias entre los Estados de la Unión. Más en concreto, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural tiene facultad exclusiva para establecer esas zonas.
Esta argumentación jurídica es pulcra y difícil de objetar. Pero para quienes se han dedicado al combate de la invasión de los organismos genéticamente modificados a cargo de empresas transnacionales y en defensa de la soberanía alimentaria, y para la gente que en el campo sufre todas las afectaciones, constituye una noticia que muy fácil puede mal interpretarse. Logran que una autoridad local por fin haga lo correcto y lo que resulta es que solamente puede documentarse el desastre, porque a las autoridades locales exclusivamente les corresponde monitorear los riesgos de la liberación de estos organismos y vigilar que se cumpla la ley federal.
Más problemática se torna la percepción de que se ha hecho justicia cuando en mente se tiene que años atrás en la Corte también pareció darse un freno a los permisos para siembra comercial de soya genéticamente modificada, siendo que la apreciación diaria es la violación de esos fallos. Si de verdad hay quebrantos a la ley, cabe preguntarse la razón por la que en unos casos hay consecuencias y en otros no. De ahí a concluir que el Derecho es de uso faccioso hay nulo margen.
Incluso el camino recomendado por la Corte puede pasar a segundo plano –existe la posibilidad de demandar a las autoridades federales para que establezcan una zona libre de organismos genéticamente modificados puesto que hay suficientes precedentes que obligan a dictar regulaciones “olvidadas”, como apenas ayer para el uso terapéutico del cannabis–. ¿Qué hace falta entonces para evitar el caos? Una cosa segura, entre muchas más que podamos pensar: que las autoridades que incumplen sus tareas sufran consecuencias, más que simbólicas, las jurídicas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario