1/05/2021

La agenda que impuso el virus

Lorenzo Meyer

Es inicio de año y fecha obligada de reflexiones. En esta columna el tema son los procesos políticos. 

De manera muy esquemática se puede concluir que hace dos años la larga lucha de la izquierda empeñada en seguir la vía electoral, una históricamente obstruida por las prácticas antidemocráticas, finalmente tuvo éxito. Ya afianzado su control sobre la maquinaria de gobierno, la meta de esa corriente fue empezar a limpiarla de corrupción, también histórica, para usarla contra los intereses creados en las estructuras del régimen y que han impedido dar forma a un sistema menos dañino para esa mitad de la sociedad que ocupa la parte inferior de la pirámide clasista. Sin embargo, como suele suceder en política, en 2020 un factor inesperado hizo su aparición y lo que ya era un proyecto complicado se complicó más. 

La aparición de un virus casi invisible, el SARS-CoV-2 (mide entre 60 y 140 nanómetros) pero muy agresivo, capaz de emprender un blitzkrieg para instalarse en todo el planeta, alteró de forma inesperada las prioridades y planes de un gobierno concentrado en llevar adelante lo que llamó la 4ª Transformación de México. No fue una situación excepcional, en buena medida el resultado de las elecciones presidenciales al norte del Bravo también se explica por la forma en que Washington confrontó al virus. 

En nuestro caso, el Covid-19 obligó al gobierno federal, siempre escaso de recursos por la deuda heredada y lo históricamente reducido de su recaudación fiscal, a reformular su gasto y poner en marcha un sistema de emergencia de educación a distancia mientras los planteles educativos estuvieran cerrados y, a la vez, reconvertir y expandir a marchas forzadas hospitales, improvisar otros, buscar y adquirir equipos muy escasos en el mercado internacional —desde guantes y tapa bocas hasta ventiladores para la intubación—, reclutar y preparar sobre la marcha a personal médico civil y militar, negociar en un ámbito internacional muy competido la compra a futuro de vacunas aún en etapa experimental, organizar un sistema nacional de coordinación de las instituciones de salud, diseñar protocolos y campañas de información para modificar el comportamiento de la población (sana distancia, confinamiento, etcétera). 

En estas condiciones un reto para el gobierno es mantener sus programas sociales —becas, créditos, ayudas para ancianos— mientras redirige recursos para impedir que la capacidad hospitalaria sea rebasada por la ola de infectados por el SARS-CoV-2. A ese reto se añaden este año otros de igual magnitud: rediseñar la educación a distancia y vacunar a la mayor velocidad a toda la población. Esto último implica obtener, almacenar en refrigeración extrema, distribuir y aplicar la vacuna —incluso dos veces— según una lista de prioridades y un calendario aún por discutir. Y todo eso se va a tener que llevar a cabo en un año electoral y donde se disputan gubernaturas y el control del congreso en un entorno donde la oposición ya optó por borrar todas sus diferencias ideológicas —las que le quedaban— para dar forma a un frente unido contra Morena, el partido en el poder. 

La crisis generada por el virus podría ser una coyuntura que llevara al gobierno a un fracaso mayúsculo o a transformarla, dentro de la escasez de recursos y la debilidad de la economía, en la ocasión para dar forma a un sistema de salud pública realmente universal y efectivo y a reformar de verdad el sistema de educación pública de tal forma que los estudiantes de las diferentes clases sociales y condiciones locales tengan acceso a la tecnología que los conecte con los instructores y los materiales más avanzados para no perpetuar las desigualdades y desventajas que la pandemia ha exacerbado. La moneda está en el aire.

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