12/22/2009


Historia de la agenda robada
Marco Rascón

De la misma forma que se hizo escarnio del cuerpo del capo Arturo Beltrán Leyva, la clase política, casi en conjunto, ha hecho lo mismo con el decálogo de Felipe Calderón.

Esta propuesta de reforma política surge de la debilidad presidencial, no de la fuerza; no obstante, es el eslabón más débil del sistema actual de partidos que asfixia al país y sus ciudadanos; que crea controversia ante la decadencia del sistema político mexicano y la necesidad que empuja en México a una reforma del Estado profunda e integral. Si el PRI, los partidos, diputados, magistrados y senadores se alimentan de la debilidad del ilegítimo, ¿por qué no los ciudadanos?

Es de controversia la propuesta de Calderón, porque pareciera un discurso reformista de finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado: se parece en cuanto a los temas a una discusión propia de los intelectuales de El Colegio de México o a un foro de politólogos de televisión; tiene semejanza con el motivo para ceder una candidatura presidencial en favor de Vicente Fox y la ruptura posterior con él; se parece a las justificaciones por el voto útil; tiene afinidades con los ideólogos del centro democrático; hay similitudes con resoluciones en foros convocados por fundaciones que promueven la transición; presenta analogías con propuestas ciudadanas de 2009; muchos de sus puntos se ligan con el tema de la gobernabilidad, la transición; tiene conceptos que han aparecido casi siempre en toda propuesta de reforma y en el discurso de las oposiciones; ha sido parte de los discursos de las fracciones del PRI para la reforma del Estado, y de muchos que fueron y son diputados y senadores del PRD, PT, Convergencia y del PAN.

Rara vez –o más bien nunca– fueron estas palabras parte de un discurso del poder. Es probable que en su debilidad política Felipe Calderón haya soltado la propuesta para salvarse, pero lo cierto es que los partidos y sus agentes dejaron su decálogo destrozado y ensangrentado, lleno de billetes y amuletos, como el cuerpo de Beltrán Leyva. Ésa es la imagen navideña con la que despedimos el año.

Es por eso que amerita observarse la reacción de la clase política y los liderazgos a esta propuesta que tiene mucho de infantil y de juguete robado: unos dejan traslucir que es todo o nada; los más, que es insuficiente, y quienes estudiaron ciencia política afirman que lo único que interesa al pueblo es la crisis económica.

Lo que no se percibe es que la propuesta de Felipe Calderón es parte sustancial de la crisis política. Porque es el más débil, se le adelantó al Legislativo y a los partidos, paralizados en sus agendas de poder. Partidos, gobernantes y legisladores la minimizan porque consideran que quien controla la agenda política controla el poder, así que aceptar la de Calderón sería reconocer que aún tiene un poco de mando. La mezquindad entre poderes y fuerzas es lo políticamente correcto.

El decálogo de Felipe Calderón, por supuesto, es limitado e insuficiente; tiene propuestas para la gobernabilidad que buscan presionar al Legislativo para legitimar decretos, como son las iniciativas preferentes del Presidente; manda a segunda vuelta presidencial la elección de legisladores, cuando debería ser en la primera, y desde ahí, en todo caso, hacerse alianzas en torno de programas, sustituyendo la visión pragmática electorera con la programática.

No puede haber relección si no hay revisión del uso de recursos a partidos, campañas y reforma al papel de los medios, no a que cedan sus micrófonos y se autorregulen, sino a que exista una verdadera competencia, abriendo y ampliando el otorgamiento de concesiones de radio y televisión.

En la agenda de partidos un tema a derrotar es el de las candidaturas independientes, lanzado como aguijón por Calderón. Este punto será central para la negociación y dependerá de la movilización ciudadana defenderlo. Su eje no es la reforma, sino su colocación al año 2012.

En la propuesta calderonista hay una gran ausencia: el debate sobre el Estado laico. Mientras el Ejecutivo lanza una propuesta de reforma política, un gobernador, avanzado como precandidato presidencial, va al Vaticano y revolviendo agendas políticas y privadas lanza un mensaje al México conservador y fáctico sobre el perfil ideológico de su proyecto. Se vio no como telenovela, sino como imagen de Juan Nepomuceno Almonte en Miramar actuando en nombre de los notables, que hoy están representados por la jerarquía de la Iglesia católica y los medios de comunicación monopolizados, estableciendo acuerdos. Ésa es una reforma política consumada en los hechos.

Entre el todo y el nada se mueve la trivialización. Hace unos meses esos temas estaban en decenas de foros y hoy se degrada como materia. Los que tienen el poder gimen, pero la guardan.

El año 2010 empezará con la sorpresa zapatista y la lucha de la partidocracia y los oligarcas por restablecer la cadena. Por eso, para 2010 deseamos: reforma integral en favor de los ciudadanos, fin a la demagogia de la partidocracia y un cambio democrático en la correlación de fuerzas.

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