12/26/2009


María Teresa Priego

La muerte tiene permiso

“Vamos a hacer/azúcar con vidrios”. José Carlos

Hay un lugar en Tabasco que se llama Paraíso. Alguna vez. Estuvo bastante más cercano a su nombre. Se respiraba una paz de ciudad pequeña, de kiosco y de marimba. Allí está el mar. A ese mar, ya hace rato que el “auge petrolero” le había arrebatado poco a poco su belleza. Las olas comenzaron a arrastrar deshechos, algo parecido a pedazos de carbón. Ramas raras. Bolsas de plástico. La naturaleza se degradaba. No. La fuimos degradando.

El horror invadió Paraíso el martes. Llegó pateando las puertas. Con armas largas. Un comando entró en la casa de la familia del Tercer Maestre de marina Melquisidec Angulo Córdova, en Paraíso. Asesinaron a su madre, hermana y hermano, a su tía. No fue suficiente que Melquisidec hubiera sido alcanzado por una granada en Cuernavaca, cuando la captura de Beltrán Leyva. Su asesinato no bastó. La “venganza” fue implacable, e implacable la amenaza, escrita sin palabras en el cuerpo de cuatro personas inocentes: “Si nos combates… ya no nada más vas a caer tú”.

La CNDH exige una explicación sobre las medidas de seguridad que se toman/deberían haberse tomado para proteger a los familiares de quienes combaten al narco. Una discusión imprescindible. Pero cuatro personas más murieron. Mientras apenas comenzaban su duelo. Así fue. Y ya sucedió. Parece que el homenaje póstumo a Melquidisec expuso a su familia como blanco del ataque. Pero una vez hecho público que fue el Maestre quien disparó contra Beltrán Leyva. Lo demás era sólo un asunto de tiempo. Encontrarlos.

Ante la ejecución de civiles, el cártel de Sinaloa afirma su siniestro y deshumanizado poder, convirtiéndonos en un país de rehenes. En el que la furia arrecia y la calidad de vida se degrada. Cada vez son menos los límites. Cada vez son más los muertos. Policías participaron en el asesinato. ¿Acaso nos tendríamos que sorprender? No. Pero es imposible “acostumbrarse”, a lo intolerable. ¿Qué vive hoy la familia Angulo? Un niño creció mirando el mar y quiso aprender a navegar. Lo logró. Hoy la navidad les llega con 5 de los suyos asesinados. Un niño creció y quiso ser marino, y era bueno para él, y era bueno para todos en esa casa pequeña de Paraíso. Y esa madrugada del martes, los asesinos derribaron la puerta.

Y en este contexto de una guerra cada día más feroz, por alguna razón muy difícil de aprehender, se transmitieron minuciosas reseñas del entierro de Beltrán Leyva. Se habló de sus lujos y sus millones. De sus “mujeres” y la abundancia de flores. Se le llamó El capo de capos. Las crónicas fueron teñidas de palabras que podrían llamar casi a la admiración (sobre todo entre los jóvenes en circunstancias de desarraigo y desamparo emocional y material) “poderío” “La dinastía de capos”, El jefe de jefes.

El arreglo de flores de miles de pesos con mil botones de rosas. En un momento tuve la impresión de que escuchaba reseñas del adiós a un premio Nobel de ciencias, a un gran poeta al borde de la Rotonda de las personas ilustres y no de uno de los criminales más perseguidos. La forma ciertamente, es fondo. Y los mensajes involuntarios de inconsciente a inconsciente existen. Vaya que si existen. No es lo mismo: “Dinastía de capos”, que cabecillas de organizaciones criminales.

No es lo mismo “poderío”, que abuso de poder que gana territorios con corrupción y terror. No es lo mismo: Jefe de jefes, que asesino. Y si me pareció extraño y peligroso que se exhibiera esa despedida, (lógicamente muy sentida para quienes le eran cercanos) como si estuviéramos ante un capítulo de El Padrino y no ante una realidad brutal, en la que los principios humanos más elementales están siendo borrados de nuestra geografía. Ni los tonos, ni las palabras, ni las imágenes son “inofensivos”. Menos aún cuando el narco cuenta hasta con corridos que cantan sus loas. Como héroes en los cantares de gesta. Hablar del desgarramiento del tejido social en los extremos que estamos viviendo, es hablar de una ética indispensable de vida que se nos cae en pedazos. ¿Qué nos está pasando? Cuando los humanos se convierten en instrumentos. En cosas utilizables y desechables.

Arcelia, una compañera de Un tranvía llamado deseo me escribió (después de dos tranvías con el tema del maltrato en la infancia) sugiriéndome que a la siguiente intentara un tema menos rudo, al final me dice: “A los niños nos gustan los finales felices”. Coincido. También a los adultos en los que se convirtieron los niños que fuimos, nos gustaría un final de año feliz. Las circunstancias no ayudan. Quisiera intentar creer, más que en los finales, en los principios esperanzadores que podrían conducirnos hacia tránsitos de mayor certidumbre y bienestar. Uno de los puntos esenciales sería el análisis de todas las vertientes e implicaciones de la “guerra”.

No se puede detener y disparar contra un importante cabecilla del crimen y después nadar en la ingenuidad de las revelaciones, a costa de las vidas en una familia. No se puede difundir las noticias en cualquier tono. Ni me parece útil enterarnos de cómo un asesino en serie fue cubierto de flores. Y muchísimo menos, de quien le disparó. El 2010 se proyecta complejo y doloroso. Pero vivimos un avance considerable: el concepto de ciudadanía cada vez deja más de ser un mero concepto, para convertirse en una realidad. Esa es nuestra esperanza y nuestro camino. Como escribió el poeta Becerra: “Vamos a hacer/azúcar con vidrios”. En una conciencia creciente de nuestra fuerza colectiva.
Escritora

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