11/04/2010

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La Muestra

Los olvidados

Carlos Bonfil

La 52 Muestra Internacional de Cine comienza hoy en la Cineteca Nacional con la proyección de Los olvidados (1950), de Luis Buñuel, en una copia restaurada por la Filmoteca de la UNAM, que incluye el final alternativo descubierto accidentalmente en 1996.

Con este arranque se rinde homenaje, en sus 60 años, a esta obra capital del cineasta aragonés que en el momento de su primera proyección en México fue objeto de violentos ataques de quienes le reprocharon su visión pesimista de la realidad mexicana en un momento en que se buscaba apuntalar el desarrollismo y los deseos de modernización económica del régimen de Miguel Alemán.

Describir, como lo hacía Buñuel, la descomposición familiar, la miseria urbana, la ausencia de oportunidades para niños y adolescentes de las barriadas, y el colapso, en este medio, de las virtudes humanistas, rompía con los esquemas aceptados en el cine de la época.

No sólo resultaban poco creíbles las concesiones mínimas que el realizador hacía a la idea de la educación como un factor para disminuir las injusticias sociales y frenar la violencia intrafamiliar, sino que la socorrida comparación de la cinta con un paradigma neorrealista (El limpiabotas, de Vittorio de Sica, 1946), se veía pronto rebasada por el humor negro y una poética surrealista que emparentaba a Los olvidados con las cintas más sulfurosas de Buñuel, El perro andaluz, La edad de oro y el documental Las Hurdes, filmadas dos décadas antes. A la idílica imagen de la solidaridad en la pobreza, el realizador y su guionista Luis Alcoriza, oponían una cadena de traiciones y desapegos afectivos, que no sólo incluían a la palomilla brava, los amigos del protagonista (el niño Pedro –Alfonso Mejía), sino a su propia madre (Stella Inda), quien continuamente lo rechaza y desprecia en tanto hijo no deseado, producto de una violación.

En el expediente de los agravios atribuidos a Buñuel figuraba, además de la crítica a la ficción de una supuesta prosperidad social, el distanciamiento ante el mito de la abnegación materna. Y hay algo más que animaba los reproches de la sociedad bienpensante y nacionalista: la inclinación del director a un cine de la crueldad (fiel al surrealismo, próximo al imaginario sadiano) sin mucha paciencia para los edificantes discursos de la virtud civil y la caridad cristiana.

En obras posteriores (Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto) se precisará todavía más este escepticismo buñueliano. Baste recordar al respecto momentos emblemáticos de Los olvidados: la célebre secuencia onírica de Pedro con su mezcla de deseo edípico y delirio atemorizado, la cólera del músico ciego (Miguel Inclán), espetando un gozoso anhelo revanchista: Uno menos... Ojalá los mataran a todos antes de nacer, y el desenlace brutal que tanto escandalizó a una parte del público y de la crítica.

La cinta fue finalmente aceptada en México luego de obtener en Cannes el premio al mejor director, un reconocimiento por el que se movilizaron intelectuales europeos y un muy solidario Octavio Paz. La Muestra ofrece ahora la estupenda copia de uno de los clásicos definitivos del cine mexicano.

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