8/18/2011

En busca del futuro perdido


Joel Hernández Santiago

A los jóvenes se les pide de todo: que sean inteligentes, que sean buenos muchachos, que trabajen y sean hombres o mujeres de bien, que son el presente del mundo y el futuro de la patria, que nosotros les heredamos el mundo y que ellos deberán heredárselo a sus hijos.

De pronto se les carga de responsabilidades nada más por tener entre 15 y 29 años y porque hay que relevar en alguien las responsabilidades que nosotros ya tuvimos…
De hecho, nosotros, los de la generación cincuentona, también fuimos el futuro de la patria y recibimos en herencia ese mundo al que había que reconstruir luego del desbarajuste en el que nos lo dejó la generación anterior, con guerras por aquí y allá, con pobreza por todos lados, con luchas internas por quítame estas pajas y porque simple y sencillamente no se les dio la gana hacer bien lo que tenían que hacer para heredarnos un mundo rechinante de limpio. Y nosotros, rebeldes, como nos correspondía, criticamos a esa generación y protestamos en contra de sus mandatos y en contra de esa aburrición a la que llamaban vida.

Casi todo nuestro entorno era un desastre universal y, por lo mismo, recibimos un mundo refulgente de ilusiones y dispuesto a todo, abierto en canal, para que nosotros hiciéramos la operación y los trasplantes necesarios para cambiarlo y hacerlo a nuestra medida. Vimos, aun mocosos, lo de 1968 por todo el mundo. Fuimos una generación que intentó el cambio rebelándonos en contra de lo que estaba ‘marcado por el destino’ y vimos cómo las cosas cambiaban en un abrir y cerrar de ojos…
La locura rebelde; la música; la ‘onda loca’, el cine ‘pecaminoso’, la mantequilla del “Ultimo tango en París”, la sicodelia… ¡el fax!... y las responsabilidades del estudias o trabajas. Unos decidimos por el estudio.

Otros por el trabajo. Aunque poco a poco, al paso del tiempo, las cosas se transformaban y no precisamente para convertir a nuestro país en ese dechado de virtudes y felicidad, ni para nosotros ni para quienes nos siguieran. No hicimos bien la tarea y hoy el presagio que nos entregó José Emilio Pacheco en un estuche con broche de oro se ha cumplido: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los 20 años".
O peor aun; no tenemos casi nada que entregar a los muchachos de hoy.

Apenas nuestros propios pesares, incapacidades, ineptitudes, cobardía y malas mañas. Y parece mentira, pero hoy los muchachos saben o presienten que no tenemos nada que entregarles y, por lo mismo, no somos sus referentes, no somos su ejemplo a seguir, no somos aquello en donde se deposita la confianza para extraer la experiencia…
Según el censo de población y vivienda 2010 del INEGI, en México más del 50 por ciento de la población de 112 millones es menor a los 26 años: “edad mediana”. Y de ahí el 48 por ciento trabaja, el 26 por ciento estudia y el otro 26 por ciento “se encuentran en situación improductiva”. De los que trabajan el 56.7 por ciento no tiene prestaciones laborales –subempleo-; 14.3 por ciento recibe hasta un salario mínimo y 23 por ciento entre uno y dos salarios mínimos; y de ahí, según la Secretaría de Salud, de 15 a 20 por ciento de los jóvenes mexicanos padecen un trastorno afectivo como depresión o ansiedad ‘causados por factores estresantes como pobreza o violencia…”. Ya se dice que la mayoría de las bandas del crimen organizado están compuestas en su mayoría por jóvenes de entre 18 y 25 años.

Esto, visto en una perspectiva mucho más perspicaz podría suponer una rebelión en tono equivocado, aunque por supuesto, existe la patología del crimen y también desintegración familiar, pobreza, falta de trabajo y, sobre todo, una falta de políticas de Estado para atender a los jóvenes en México.
Ciertamente las inconformidades juveniles no son exclusivas de México. Lo de España es un asunto serio que tiene orígenes en la falta de oportunidades, falta de trabajo, falta de expectativas a futuro. Lo de Israel tiene que ver con asuntos económicos para la educación así como lo de Santiago de Chile… Pero en México el tono parece más sombrío. Los jóvenes mexicanos no tienen un presente halagüeño y mucho menos un futuro ‘prometedor’ como se nos decía antes.

Ciertamente muchos, muchísimos de nuestros muchachos se esfuerzan en el estudio, desde secundaria a los estudios profesionales cuando tienen la capacidad y la suerte de acceder a ellos en tono gratuito, por supuesto habrá que referirnos al grueso de la población joven, que no es aquella que puede acceder a escuelas de élite, con maestros de élite, aspiraciones de élite y para formar cuadros de élite…
Los muchachos de a pie tienen la posibilidad del estudio, pero resulta que al término de su carrera no hay empleo para ellos. Las puertas de acceso al mundo nuevo están cerradas para ellos y, en muchos casos, de plano selladas. Los que decidieron por el trabajo están desempleados o tienen muy pocas posibilidades de incorporarse al mercado de trabajo formal y, por tanto, no tienen derecho a prestaciones laborales, como salud, vivienda, créditos… Entre los jóvenes mexicanos existe desánimo, no sólo por lo que les toca de vida, sino también porque desconfían de lo político y evitan involucrarse en la toma de decisiones que consideran que no los va a llevar a algún lado.

De hecho, obsérvese que la mayoría de los cuadros de los partidos políticos mexicanos están formados por gente mayor y muy poco por jóvenes dispuestos a la lucha política…
¿Qué hacer? Urge una reflexión seria en México respecto de los jóvenes. Un peligro está latente ahí, y ya se empieza a vislumbrar en la delincuencia y en el desánimo, desaliento e indignación que pueden llegar a más si no se trabaja de forma conjunta para atajar el riesgo. Pero ‘Diseñar políticas publicas demasiado generales para atender a los jóvenes no tiene ninguna efectividad ni sirven para atender realmente sus problemas’ Los legisladores de todos los partidos, los tribunos, el aparato Ejecutivo tanto federal como de cada uno de los estados debe plantear programas eficientes, ciertos, veraces, convincentes y concluyentes para atender a los muchachos mexicanos; para ofrecerles alternativas de vida, para ofrecerles empleo, ocupación sana, una revaloración de sus identidades y de su personalidad individual y social.

Todavía tenemos tiempo quienes queremos dejar que después hablen mal de nosotros; no importa. Dejarles algo, ponerles en las manos la estafeta es bueno, si la estafeta contiene a ese mundo dispuesto a ser cambiado, por ellos.


jhsantiago@prodigy.net.mx

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