La Escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos llegó a Ayotzinapa, Guerrero, en los años 30 del siglo XX, luego
de haber sido fundada en 1926, en Tixtla, la ciudad aledaña, y es un
complejo arquitectónico que opera como internado, dando no sólo
alojamiento, sino también manutención a sus estudiantes; por ahí
pasaron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.
octubre 6, 2014Paris Martínez (@paris_martinez)
La Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos llegó a Ayotzinapa,
Guerrero, en los años 30 del siglo XX, luego de haber sido fundada en
1926, en Tixtla, la ciudad aledaña, y es un complejo arquitectónico que
incluye edificios de aulas, dormitorios para 500 estudiantes, humildes
casitas para empleados, así como amplios espacios deportivos, talleres
de oficios, biblioteca, laboratorio de idiomas e, incluso, una alberca
en pleno funcionamiento. De aquí han egresado 88 generaciones de maestros
que, a su vez, han formado en sus primeros estudios a niños de todo el
país, pues hasta este plantel llegan jóvenes de la República entera,
para convertirse en profesores rurales de nivel primaria,
lo mismo de Guerrero que de Oaxaca, Chiapas, Puebla, el Distrito
Federal, Morelos, Tlaxcala y Sonora, sólo por citar el lugar de origen
de algunos de sus actuales estudiantes.
“Yo siento un orgullo muy grande de estudiar aquí –afirma N., uno de los alumnos y moradores de este plantel, que opera como internado, dando no sólo alojamiento, sino también manutención a sus estudiantes–, me siento orgulloso porque Lucio Cabañas fue egresado de esta Normal;
y porque, aunque Genaro Vázquez no se graduó de aquí, sí cursó aquí sus
primeros dos años como normalista… Así que nosotros, como normalistas,
nos sentimos muy orgullosos de ese pasado: hablar de la
Escuela Normal de Ayotzinapa es hablar de muchas cosas, es hablar de
movimientos guerrirlleros, de movimientos sociales, de movimientos
magisteriales… de lucha por México.”
N. tiene 22 años y llegó a esta escuela en 2012, proveniente “de una
comunidad rural caracterizada por la pobreza extrema”, cuyo nombre pide
omitir, igual que el suyo propio, por temor a los ataques que vienen
sucediéndose en contra de los alumnos de este plantel, el más reciente
de los cuales, ocurrido en Iguala entre la noche del 26 y la madrugada
del 27 de septiembre, dejó tres normalistas asesinados –junto con tres
ciudadanos más que transitaban por el lugar de la agresión–, y otros 44
víctimas de desaparición forzada, “porque aunque la autoridad
diga que ya encontró sus cuerpos en fosas clandestinas, mientras esto
no se confirme para nosotros ellos siguen desaparecidos y, por
lo tanto, los seguiremos reclamando vivos, como se los llevaron los
policías municipales de Iguala”, que los emboscaron luego de realizar
una jornada de boteo en dicho municipio.
N. concede la entrevista en la cabina de radio del circuito cerrado
que transmite dentro del plantel, en un momento en que los micrófonos
están apagados y luego de que el comité de Prensa y Propaganda aprobara
el ingreso a estas instalaciones, cuyas puertas se han
mantenido cerradas a la prensa “por cuestiones de seguridad, no
queremos que se nos infiltren extraños o que se difundan aspectos
acerca de nuestra forma de coordinación”, y concede la entrevista, de hecho, tras ser designado para tal fin por sus compañeros del comité.
–¿Qué te impulsó a querer ser maestro? –se pregunta a N.
–Yo pienso que siempre he querido ser maestro, porque tuve buenos maestros
–afirma este joven de ceño duro, como muchos en esta región de
Guerrero, pero voz afable–. Y porque es una labor noble… Un doctor o un
contador, o cualquier profesionista, son gente muy valiosa para la
sociedad, por lo que hacen, por lo que aportan, y con un maestro
normalista es igual, pero ¿qué hace un maestro normalista? Pues es
el maestro de primaria, y el maestro de primaria forma al doctor, el
maestro de primaria forma al contador, el maestro de primaria forma a
los presidentes de la república, forma al policía, forma al activista… El
maestro de primaria es el pilar de la enseñanza y forma en los niños y
niñas las bases para que sueñen, para que decidan lo que quieren ser en
el futuro. Por eso, cuando dicen que se debe desmantelar el sistema de
escuelas normales para hacer progresar a México, lo que se hace es
incurrir en una falacia, en una mentira, porque si no hay maestros que formen a la niñez, prácticamente no se tienen bases para nada como país.
El sistema de escuelas normales rurales fue establecido en los años 20 del siglo pasado,
explica N., “en respuesta al contexto que vivía México en ese entonces:
con 80% de la población, o más, viviendo en zonas rurales, en extrema
pobreza, y sin oportunidades educativas. Y esa es una realidad
demográfica que se ha modificado radicalmente, porque ahora buena parte
de la población vive en núcleos urbanos, pero eso no ha vuelto
innecesaria o inútil la educación rural, sino todo lo contrario.
La problemática de extrema pobreza y falta de oportunidades educativas
se siguen viviendo en la mayoría de las áreas rurales del país, y por
eso los jóvenes de esas regiones siguen viendo la necesidad de
convertirse en maestros no sólo para el progreso propio, sino para el
progreso de sus familias y de sus comunidades.”
Guerrero, subraya, es un ejemplo claro de ello.
“En las escuelas rurales de esta región, y de muchas otras del país –explica–, no puede impartir clases cualquier maestro, sino uno que esté formado para enfrentar la realidad rural.
Por ejemplo, hay escuelas rurales a las que asisten niños que sólo
hablan castellano, y niños que sólo hablan alguna lengua indígena.
Entonces, si el maestro no está capacitado para enfrentar esta situación, deja a la mitad de sus alumnos sin educación.
Por eso, aquí, en la Normal de Ayotzinapa, hay formación especializada
para este tema, aquí hay normalistas que aprovechan su conocimiento
previo de alguna lengua indígena, porque provienen de alguna de estas
comunidades, y se forman como maestros bilingües, y hay otros
que sin saber una lengua indígena tienen la convicción de que ésta es
un área que debe atenderse y, entonces, aprenden aquí lenguas
indígenas, en el laboratorio de idiomas de la Normal. El
Estado mexicano carece de una estrategia consolidada para enfrentar
esta situación, y las Normales son el único sistema que lo enfrenta de
manera consecuente, a pesar de la falta de apoyo, de la falta de
presupuesto, de los ataques paramilitares, y de la campaña de
desprestigio que desde el sexenio pasado venimos sufriendo por parte de
las autoridades particularmente aquí en Guerrero”, campaña que,
reconoce, ha permeado entre un sector “desinformado” de la población.
La criminalización
De camino a la Normal Rural, entre las curvas de la carretera que va
de Chilpancingo a Ayotzinapa, un taxista local resume en pocas palabras
el sentir de ese sector que los normalistas consideran desinformado.
“Mira –expone su punto–: sí está muy cabrón lo que les hicieron a estos
morros. Muy cabrón. Pero ellos también son muy cabrones, a cada rato
hacen bloqueos en las carreteras, luego bajan al pasaje y los obligan a
dar ‘coperacha’, atracan los camiones repartidores y no sólo se llevan
el producto, sino el camión entero… allá adentro tienen camiones de
todas las empresas que quieras, y operan en bola, ¿así cómo le hace
uno?”
La agrupación de taxistas a la que este chofer pertenece, de hecho,
hace poco más de un año se enfrentó con los normalistas de Ayotzinapa,
narra, “porque un día llegaron a la base, que está junto a la terminal
de autobuses Estrella Blanca… era un día bastante malo, no había
pasaje, y por lo mismo, en la base había un montón de taxis formados. Y
entonces llegan estos morros, en bola, y empiezan a exigir que todos
les entreguemos una coperacha, y sí, para evitar problemas, se coopera,
pero entonces se les ocurrió bajar del taxi a una señora que venía con
su niño en los brazos, y la empujan, y se cae, y entonces nos
calentamos, porque una cosa es que se metan con uno y otra cosa es que
se pongan pendejos, y como había muchos taxistas, que se arma la
batalla, y terminaron saliendo por patas… luego, como tenemos
radiofrecuencia, nos empezamos a radiar todos los taxistas de
Chilpancingo y los perseguimos hasta que se fueron de aquí, y no hubo
venganza, pero sí nos advirtieron que si veían un taxi de Chilpancingo
allá por Tixtla y Ayotzi, no se la iba a acabar, entonces, por muchos
meses no pudimos ir allá a dejar pasaje.”
Dentro de la Normal, de hecho, permanecen al menos dos decenas de
vehículos utilitarios, lo mismo tráilers doble remolque de Cocacola,
que varias camionetas repartidoras de Lala y Barcel, así como autobuses
de pasajeros de distintas líneas comerciales, retenidos por los normalistas, con el fin de abastecerse de alimentos
–el gobierno estatal no les ha enviado víveres, como es su obligación,
durante la última semana–, así como para “obligar a las empresas a que
presionen al gobierno, y así éste haga justicia.”
–¿Por qué realizan este tipo de acciones, como bloqueos carreteros, petición de cuota a automovilistas? –se pregunta a N.
–Todos esos recursos se emplean para financiar las prácticas escolares
–explica–: los alumnos de las cuatro academias (niveles de estudio) de
la Normal tienen que realizar prácticas y jornadas de observación fuera
de la Normal. Los alumnos asistimos a escuelas rurales para aprender
los sistemas de enseñanza que se emplean en el ámbito rural, e incluso
los de cuarto (último nivel) pasan prácticamente todo ese último año de
formación ya como maestros, asignados a una escuela rural e impartiendo
clases. Pero el dinero que aportan las autoridades para la operación de la Normal no es suficiente, no nos dan recursos,
por ejemplo, para ir a estas comunidades cada vez que debemos realizar
prácticas o jornadas de observación, aunque es obligación de las
autoridades hacerlo. Y hay veces que el normalista tiene que pagar traslados a lugares lejanos,
como Copala, San Marcos, Marquelia, y considerando que muchos alumnos
provienen de La Montaña o de lugares muy pobres, pues no contamos con
recursos propios para pagar esos traslados, además de que hay que pagar la alimentación y el material que se ocupa en las clases.
Entonces, cada vez que hay que hacer prácticas o jornadas de
observación, que son de varias semanas, nos vemos obligados a salir a
botear, pero no se exige el pago de cuotas a nadie, eso tiene que ser
aclarado, en ningún momento se obliga a nadie a aportar, la gente, si
lo desea, nos apoya, y lo hace con lo que tiene, con lo que puede, y
por eso no es mucho lo que se junta: nos dan de a un peso, de a dos
pesos, algunas personas buenas quizá te den 20 pesos o 50 pesos, y
entonces, nunca es mucho lo que se reúne, por eso,
constantemente nos vemos obligados a salir a las carreteras y pedir el
apoyo de los conductores, pero nunca los obligamos ni atacamos a nadie.
Eso pudo ser constatado este lunes 6 de octubre, cuando los
normalistas y padres de familia de los jóvenes desaparecidos tomaron la
caseta de Palo Blanco, en la Autopista del Sol, a la altura de
Chilpancingo, y abrieron el paso libre a los vehículos, pidiendo una
cuota voluntaria. Y el pasado 26 de septiembre, de hecho, los
jóvenes de la academia de primero de la Normal se encontraban en Iguala
–distante a cien kilómetros de Ayotzinapa– precisamente para realizar
una jornada de boteo, y fue luego de concluir, al aprestarse a abordar
sus vehículos y volver a su plantel, cuando fueron emboscados por
agentes de la Policía Municipal que, según las autoridades federales,
estaban subordinados, junto con otras autoridades locales, al cartel
Guerreros Unidos.
La emboscada
Fueron tres ataques, aclara N., y no dos, como manejan las autoridades.
El primero, alrededor de las 20:00 horas, cuando los normalistas se
encontraban en el zócalo de Iguala luego de haber realizado una
colecta, y fue entonces cuando “se empezaron a escuchar disparos. Si
fueron disparos al aire o directo contra la gente, no lo sabemos, pero
sí sabemos que hubo disparos, porque muchas (de las 17) personas
heridas fueron lesionadas ahí.”
Para protegerse, narra, los normalistas abordaron los tres autobuses en los que llegaron a Iguala
y cuando todos lograron agruparse, emprendieron el camino de vuelta a
Ayotzinapa, para entonces, la policía había arrestado a 20 de ellos y
los presentó ante el Ministerio Público.
Fue aproximadamente una hora después de que se escucharan los primeros disparos cuando, a la altura de la avenida Álvarez, policías
municipales abrieron fuego contra los vehículos de los normalistas, así
como contra un vehículo en donde viajaban los jugadores del equipo de
futbol Los avispones, y contra un taxi, dejando tres normalistas fallecidos, lo mismo que un futbolista y los tripulantes del taxi (el chofer y una pasajera).
El tercer ataque, señala N., vino entre las 22:00 y 23:00 horas, cuando los normalistas sobrevivientes, aún en Iguala, intentaron dar una conferencia de prensa para denunciar la agresión sufrida.
En este momento, un grupo de hombres armados disparó nuevamente en su
contra, poniéndolos en fuga, y fue este el momento en que 44 de ellos
desaparecieron (según la cifra reconocida por la Comisión Nacional de
Derechos Humanos y que se basa en los testimonios de las familias de
los normalistas raptados).
“Lamentablemente –afirma N.–, Guerrero ha caído en la anarquía, en todos los aspectos, en la política, en la seguridad, en todo, e
Iguala siempre ha sido un foco rojo de violencia, y lo que nos acaba de
pasar se deriva directamente de eso, y de la campaña de desprestigio
que se tiene en contra de la escuela, para hacer creer a la
población que las Normales deben desaparecer, campaña que ha hecho que
algunas personas incluso justifiquen el ataque que sufrimos, que lo ven como algo que debe aplaudirse… sí, es indignante, nosotros mismos no
encontramos palabras para describirlo: lo que ocurrió el 2 de octubre
de 1968 lo llamamos masacre; el ataque del 10 de junio de 1971, lo
llamamos masacre; Aguas Blancas, el 28 de junio del 95, fue una
masacre… y nosotros creemos que lo ocurrido el 26 de septiembre en
Iguala también lo fue. Es una masacre y una violación de
derechos para la cual no hay palabras que alcancen a abarcarla.
Nosotros nos encontramos totalmente afligidos y lo único que
pedimos es justicia para nuestros compañeros, lo único que queremos es
estudiar, lo único que queremos son mejores oportunidades para vivir,
pero en nuestra contra siempre existen organizaciones paramilitares o
de otra índole que se empeñan en destruir lo poco que vamos
construyendo… ¿Por qué? Esa es la pregunta y nosotros mismos no entenemos el porqué…
no lo hicimos el 12 de diciembre de 2011, cuando el gobierno perredista
de Ceferino Torreblanca disparó en nuestra contra, sólo por pedirle
audiencia, matando a dos de nuestros compañeros. Y en esta ocasión es
lo mismo: el gobierno perredista de Ángel Aguirre abre fuego contra
nosotros… ¡¿por qué?!
Epílogo: a los compañeros…
N. se niega a hablar de sus compañeros como si estuvieran muertos, a
pesar de que han sido encontradas seis fosas con, al menos 28 cadáveres
que, se presume, corresponden a los normalistas desaparecidos. Pero aún
cuando se niega a aceptar esa presunción, mientras no haya una comprobación científica, habla de ellos en tiempo pasado.
“Yo conocí a varios de ellos –dice con tristeza–. Muchos eran del lugar
del que yo soy, y quizá no los conocí a fondo, porque apenas tenían
escasos dos meses en la escuela los camaradas, pero aún así, son mis
compañeros, y para ellos, el mensaje que yo tengo es el mismo lema que
hemos abanderado en las últimas décadas: ‘Ni olvido ni perdón’. Las
personas criminales que han hecho esto van a tener su castigo, de una
manera u otra… lo único, pues, que le
pediría a la ciudadanía en general, a la prensa, a México, es que se
solidaricen con nuestra lucha. No somos criminales, somos estudiantes.
Lo único que queremos es un lugar mejor y no sólo para nosotros, sino
para todos. Porque al estar de parte de la lucha de todos, estamos del
lado del pueblo de México y no vamos a desistir, vamos a estar siempre
en favor del pueblo”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario