Tenía menos de 12 años cuando asistí por mí mismo al primer acto político de mi vida, en la campaña de Roberto Soto Prieto para su primera presidencia municipal en Naucalpan –donde estudié primaria, secundaria, Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y la ENEP Acatlán de la UNAM–, hasta que atestigüé la alternancia, en 1997, con el panista José Luis Durán Reveles.
Creo conocer la idiosincrasia del estado como sé de la mayor parte de su geografía y sus contrastes, desde Naucalpan a Amecameca, de Cuautitlán a Tlatlaya, de Tlalnepantla a El Oro, de Valle de Bravo a Los Reyes, de Nezahulcóyotl a Malinalco, de Texcoco a Huixquilucan, de Tlalmanalco a Ecatepec, de Chalco a Teotihuacán…
Nunca he votado por el PRI y si siguiera viviendo en el Estado de México iría a las urnas el domingo para, con mi voto, botar, lanzar, echar, correr, deponer, despedir, expulsar del poder a ese partido y al grupo político que simboliza lo que detesto: Corrupción, impunidad, prepotencia, miseria, opulencia, saqueo…
El periodista, como soy yo, no puede ser objetivo ante estas lacras y está obligado a denunciarlas salvo que, por convicción o intereses, las convalide con la coartada de que todos son iguales. No: hay niveles: Siendo también delito, no es lo mismo robarse el papel higiénico de la oficina que dar contratos a cambio de millonarios sobornos, como una Casa Blanca o en Malinalco.
La elección de este domingo no es, además, sólo de los mexiquenses. Concierne a todo el país, porque el país completo padece un gobierno del mismo sello. Una votación masiva haría historia: Aplastar, en su caverna, al dinosaurio obeso por tantas mañas.
No lo puedo hacer yo, pero familiares y amigos que allá viven votarán contra el PRI, porque los siguen robando en el infame transporte público, en sus centros de trabajo, en sus propias casas –en los fraccionamientos y en las zonas populares–, en los centros turísticos y, sobre todo, en las oficinas de gobierno.
Familiares y amigos van a votar contra el PRI porque, hacerlo por este partido es avalar el “gasolinazo” –¿a poco ya se olvidó?– que su candidato, Alfredo del Mazo autorizó como diputado federal, y todos los latrocinios de su primo Enrique Peña Nieto.
El voto de mis familiares y amigos en el Estado de México es también mi voto, porque, por primera vez, en nueve décadas, el PRI y el Grupo Atlacomulco pueden ser sometidos por una ciudadanía orgullosa de sí misma y que se sobreponga a las amenazas, intimidaciones y miedo de quienes creen que todo lo que puede comprarse con dinero resulta barato.
Un voto a favor del PRI es, al contrario, apoyar la inseguridad y la violencia que nace de la corrupción y las complicidades, los malos servicios públicos, los abusos y el desprecio de los gobernantes, en fin, lo que está vigente: La cuerda en el cuello que aprieta o la pistola en la sien.
Un amigo que vive en Tlalnepantla, por el rumbo de La Quebrada, resumió el dilema en el Estado de México: “Mandamos al diablo al PRI o seguimos en su infierno”.
El voto útil será para uno u otro sentido. Nada más.
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