Una reivindicación poética de
las minorías sociales. Después de la sugerente secuencia de los
créditos iniciales, donde aparece todo un mundo doméstico invadido por
el agua, como si se tratara de los interiores de un transatlántico
olvidado en el fondo de un océano o de un remolino de objetos familiares
devastados por una catástrofe natural, el realizador Guillermo del Toro
propone lo que posiblemente sea la alegoría más contundente y
políticamente relevante de lo que hasta la fecha ha filmado. La forma del agua
es, más allá de su evidente tributo al cine de horror de los años 50, y
del deleite de revivir, de un modo gozoso, el encanto para muchos ya
obsoleto de las comedias musicales de esa misma época, un vigoroso
alegato en favor de la tolerancia y del respeto a las minorías (étnicas y
sexuales, y también a las mujeres, esa inmensa minoría social –la mitad
de la población global– todavía hoy agraviada por una prepotencia
masculina). Además de todo ello, la joven Eliza (Sally Hawkins), su
protagonista femenina –vale decir, el pulso mismo de la cinta– aparece
aquí privada de la palabra, capaz de comunicarse únicamente a través de
un lenguaje de señas, pero sobre todo mediante una imaginación
floreciente y maliciosa que muy pronto derribará cualquier prejuicio
social sobre su vulnerabilidad de discapacitada. Guillermo del Toro
imagina para ella, en una aventura muy ágil y cautivadora, toda una
odisea de la recuperación de una autoestima hasta entonces ignorada, por
los demás y por ella misma, así como de una sensualidad tan tardía como
exuberante, y la fuerza necesaria para doblegar la férrea voluntad de
Strickland (Michael Shannon), el villano de la historia, un pobre diablo
misógino y homófobo, jefe de la seguridad en un centro de investigación
científica, empeñado en torturar a una creatura anfibia con forma
humana, descubierta en la selva amazónica y sometida a una
experimentación inclemente.
La acción de la película se sitúa en el Estados Unidos de la época
macartista, una era de delirio paranoico (presente en cintas de ciencia
ficción y de terror, con amenazas intergalácticas y seres espeluznantes
surgidos del insondable fondo de las aguas, como El monstruo de la laguna negra,
de Jack Arnold, 1954, referencia obligada). Una época de hostigamiento y
cacería a los disidentes políticos, de furor anticomunista y de un
racismo virulento. Un tiempo hoy sólo en apariencia lejano. La forma del agua
no hace, por supuesto, una referencia explícita a ese gran pánico
social, pero Del Toro, su director y guionista, consciente tal vez de
que una realidad global como la nuestra autoriza, como pocas veces
antes, traer de nuevo a colación aquellos viejos fantasmas y delirios
colectivos, tiene la intuición formidable de construir toda su cinta de
aventuras en torno de esa alegoría social que representa la historia de
amor entre una avispada joven muda y el monstruo acuático humillado y
lastimado por quienes pretenden detentar la hegemonía de una normalidad
social. Al empeño de Eliza por rescatar al paria total que es ese
monstruo marino del asedio de sus hostigadores, se suma una red de
complicidades que pronto semejará un bloque de solidaridades. No es un
azar que su compañera de trabajo y cómplice mayor en el esfuerzo sea
Zelda (Octavia Spencer), una simpática mujer afroestadunidense, y
también su vecino Giles (Richard Jenkins), un solterón gay con una
discreta debilidad por el encanto heterodoxo de la revelación anfibia, y
algunos otros personajes que añaden toques de humorismo y desenfado a
la historia de terror que, paulatina y subrepticiamente, se vuelve un
homenaje al cine hollywoodense de los años 50 y a sus géneros
emblemáticos, al tiempo que confiere una palabra virtual a Eliza y una
voz todavía mayor a las minorías sociales en aquel entonces silenciadas.
Cuando la cinta de Del Toro llegue a la ceremonia de entrega de los
Óscares, de modo muy destacado y en un clima de fuertes cuestionamientos
a una intolerancia social dominante, se entenderá, tal vez, más allá de
su jubiloso candor y su poesía visual, la imprescindible urgencia de su
mensaje solidario.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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