6/02/2009

Popularidad presidencial


Utopía
Eduardo Ibarra Aguirre


Uno de los enigmas del sexenio es la alta popularidad de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa como titular del Ejecutivo federal, por supuesto, pues como individuo supongo que a pocos mexicanos les importa.

Prácticamente todas las encuestas coincidieron en registrar un repunte en el respaldo ciudadano antes de la crisis sanitaria por el virus de la influencia tipo A y de que Agustín Carstens Carstens se rindió ante las evidencias y oficialmente decretó la existencia de una recesión económica, sin importar el previo saldo de cientos de miles de desempleados, el cierre masivo de micro, pequeñas y medianas empresas, y todos los indicadores macroeconómicos en pronunciada caída, varios de ellos sin precedente.

Repunte de la aceptación ciudadana que tampoco contempló los crecientes golpes al narcotráfico y el crimen organizado en sus niveles más medios que altos, pero a un costo político que ya logró la convergencia de los partidos de oposición en la cada vez más documentada denuncia de que el operativo michoacano tiene una fuerte dosis de intencionalidad electoral, mientras que núcleos de la academia evidencian su naturaleza inconstitucional.

Con la economía en caída libre, la inseguridad pública todavía desbordada, el narcotráfico a la ofensiva en mayor o menor medida por todo el país y ahora la divergencia creciente por el manejo gubernamental de la emergencia sanitaria, cuando se presumía una reacción ciudadana ejemplar y unánime, en efecto, resultaría relativamente inexplicable que la popularidad de Calderón Hinojosa persista a la alza, como a fines de abril pasado, y que según los propietarios de las casas encuestadoras y los estudiosos fue el mejor momento de apoyo a su gestión.

Si el apoyo se desmenuza por sectores básicos de la tarea gubernamental, por ejemplo, el manejo de la crisis “que vino de fuera”, empiezan a multiplicarse los disidentes y los porcentajes de apoyo apuntan a la baja. Y lo mismo sucede en otras áreas clave.
Allí surge la interrogante: ¿Cómo es que los ciudadanos apoyan a Calderón si están en un desacuerdo mayor con su gestión económica?

Una explicación es la de Lorenzo Meyer Cosío (Primer Plano, 1-VI-09): la ciudadanía aún coloca muy por encima al principal inquilino de Los Pinos, lo deifica, como lo hacían los súbditos mexicanos hace dos siglos.

“¡Señor presidente: sus ministros lo engañan!”, fue una de las máximas de la política de los tiempos del autoritarismo priísta hecho gobierno y que Manuel Marcué Pardiñas la convirtió en cabeza de ocho en una portada de la inolvidable revista Política.

No se trataba sólo de una conducta errónea del colega y amigo, sino de toda una forma de hacer política. Pero, sobre todo, de una extendida percepción sobre la figura presidencial que priva hasta nuestros días.

Este endiosamiento, con independencia del nombre y los apellidos, es auspiciado diariamente, en forma sistémica, por el aparato comunicacional oficialista, por sus aliados del duopolio televisivo y del oligopolio radiofónico. Aparte está la deificación que en el primer círculo presidencial le cultivan de manera persistente, lacayuna, hasta el punto de que Calderón termina por creerlo y la República por padecerlo.

Sin la antigua pero actualizada labor propagandística –presentada como de información, comentario y entretenimiento-- de las grandes televisoras y las cadenas radiofónicas al servicio del presidente en turno, sin importar el partido y el grupo de poder del cual provenga, resulta inconcebible el formidable resultado de que buena parte de la población observa al presidente desde abajo hacia arriba e inclinando pronunciadamente la parte superior del cuerpo.

Y el país requiere con urgencia de ciudadanos. Nada más, pero nada menos.

Acuse de recibo

La Unión de Juristas de México asegura que “Las detenciones en Michoacán enrarecen el clima político y violentan el federalismo y la legalidad constitucional (…)”. Para el doctor Adrián Ramírez López “La epidemia de la influenza ha sido devastadora para México y para muchos países. Su efecto no emana del virus como tal, sino del manejo que de la misma han hecho para justificar la grave recesión económica que estamos viviendo y aplicar políticas de terrorismo de Estado”. Subraya que “el número de muertos ocurrido en nuestro país contrasta con las escasas muertes en Estado Unidos y otros países y se explica por las deficiencias en el sistema nacional de salud y no propiamente por la letalidad del virus”… La periodista Leonarda Reyes postula que “por décadas los gobiernos han utilizado los fondos públicos para castigar a los medios de comunicación críticos –como Forum, agrego yo-- y premiar a los que le son afines, no sólo en México, sino también en otros países latinoamericanos. Así visto, las iniciativas que buscan romper con el uso discrecional de los fondos públicos son de elogiarse. Desde luego, los más interesados en que esta práctica sea erradicada son los medios de comunicación, aunque en realidad debería importarnos a todos los ciudadanos”.

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