7/25/2009

“Herida que sangra en la democracia”



ALEPH


Carolina Escobar Sarti






“honduras es una herida que sangra en la democracia regional”, fue lo que dijo el presidente paraguayo Fernando Lugo, en nombre propio y de sus homólogos, presentes en la XXXVII Cumbre de presidentes del Mercosur, reunidos jueves y viernes en su país. En esa reunión, uno de los temas principales fue la crisis política del país centroamericano, que sigue afectando profundamente a la región y al continente. Y no se equivocaron al hablar de herida que sangra.

Mientras escribo este artículo, Zelaya llega a “Las Manos”, punto cercano a la frontera entre Nicaragua-Honduras. El gobierno de facto de Micheletti ha declarado toque de queda en la zona y otras regiones del país hondureño, y el Ejército ha formado ya varios cordones para impedir el paso de los manifestantes que quieren acercarse al mandatario depuesto. La Policía, a pesar del mandato de conservar la paz, no se ha aguantado y ha disparado sus armas. Eso, en respuesta a la intención de los manifestantes, que han llegado de muy lejos y hacen uso de su derecho de libre locomoción para acercarse a Zelaya. La tensión derivó en pedradas de parte de unos, y balazos de parte de otros, justo antes de que Zelaya llegara a la zona.

Vaya complejidad la de esta crisis que no se resolvió ni con el Acuerdo de San José, propuesto por el mediador Óscar Arias. Estratégicamente —para estar a tono con la terminología militar—, conviene preguntarse qué es lo mejor para la región y no qué es lo que, desde nuestra ideología, nos gustaría que pasara. Si Micheletti se queda, el mensaje que se estaría enviando al mundo es que en esta región del planeta, los mismos de siempre siguen definiendo los destinos de nuestros países, a la vieja usanza dictatorial. Por lo tanto, sabemos quiénes serían los más favorecidos; los mismos que sacaron a Zelaya y antes se negaron al incremento del salario mínimo, pero que le acaban de ofrecer dinero al presidente golpista para comprar armamento en caso de una guerra civil. Por otra parte, no estaríamos hablando solo de una suspensión de US$20 millones en ayuda militar, como ya sucedió, sino de embargos y retiros de la cooperación internacional, que terminarían afectando a la población más pobre de un país que vive de la ayuda. Los que cuentan con recursos, estarían felices de que la cooperación se retirara y de apoyar la resolución de la crisis, incluso por la vía de una guerra civil, si fuese necesario.

Mientras escribo el artículo, Zelaya entra a Honduras y todos se preguntan ¿cuándo lo van a apresar? Micheletti había dicho que lo harían cuando pusiera un pie (medida ilegal de un gobierno ilegítimo, por cierto), pero el actual ministro de Seguridad responde que actuarán con “tolerancia y firmeza” frente a esa orden. Si Zelaya vuelve, muchos de quienes apoyaron el golpe tendrían que enfrentar la justicia, y esto vaciaría las instituciones estatales que fundan la democracia. Si no hay consecuencias por esa vía, las negociaciones políticas serían complejas en el poco tiempo que le queda al gobierno de Zelaya y éste enfrentaría una férrea oposición de los sectores de poder, lo cual limitaría bastante sus posibilidades de acción. En este marco, la cooperación continuaría, pero quizás debido a los vínculos que ha hecho Zelaya con gobiernos como el de Chávez, sería más cautelosa.

Soy de las que apoya el regreso del depuesto presidente, no porque me guste, sino porque le apuesto a lo poco de democracia que hemos ido trazando en Centroamérica, pero habría querido ver un regreso mediado por el diálogo y acuerdos importantes para todo el país. ¿Y qué dice el gobierno de Obama de esto? Antes de que Zelaya entrara a Honduras, el portavoz de la Secretaría de Estado de los EE. UU. dijo que no apoyarían “ningún tipo de acción que precipite la violencia”. Ahora que está dentro, falta ver qué dirá Hillary Clinton. En todo caso, me quedo aquí, como espectadora de una crisis que ojalá no se desanude por la ruta de la sangre. No creo en los políticos, tan parecidos entre sí, pero conservo la utopía de una democracia plena, donde quiera que ésta sea posible.

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