2/06/2010


María Teresa Priego
La discriminación ordinaria

Los debates en torno a palabras y actos discriminatorios, toman mayor espacio en la cotidianidad mexicana. Crece esa consciencia individual y colectiva: el lenguaje “políticamente correcto”, ha sido una tenaz y reflexionada creación-reivindicación comprometida con los más elementales derechos humanos. Ni superficial. Ni gratuito. Logro de largas luchas por abolir la inequidad, sostenida en una de sus principales herramientas de sujeción: el lenguaje denigratorio.

Estigmatizar y segregar a un grupo. A una persona. Mantenerlos “en su sitio”. Pretender que denigrar no denigra, “Es sólo un chiste”. “¿Qué importa una palabra o la otra?”. El lenguaje es —también— un arma poderosísima, al servicio de la exclusión y del dominio. Un hijo no “reconocido” por el padre, era estigmatizado en su acta con la expresión “hijo natural” (¿Producto de una relación no “socializada” por el matrimonio y supuesta como sometida a los “instintos”?) o “hijo ilegítimo”.

El tema de la discriminación volvió a debate tras las declaraciones de un diputado. Amplia reacción de rechazo. Un número creciente de ciudadanos no está dispuesto a legitimar que la denigración —privada o pública— del otro, es un asunto de “palabras desafortunadas”. Y sin embargo. Discriminar es un gozo particularmente oscuro. (“Gozo” en “lacaniano”, sustituto siniestro y corrosivo de la creatividad y del placer) Más allá del debate civilizado, la polémica alrededor de la ley que permite a parejas del mismo sexo contraer matrimonio y adoptar, desató una ola de “argumentaciones” denigratorias: homosexualidad y pederastía son sinónimos. ¿Lo son heterosexualidad y pedofilia?

El tono de muchos comentarios a las notas por la muerte de los Saba, manifestaba un antisemitismo feroz. “Malditos judíos que se mueran”. “Lástima que Hitler no haya terminado su obra”. ¿Con qué argumentos podría sostener —quien escribe— su deseo de aniquilamiento? ¿Leyó “Mi lucha”?, ¿Las “ordenanzas” que expulsaron paulatinamente de la vida a seis millones de personas? ¿Leyó las declaraciones de los criminales en Nuremberg? ¿Testimonios de judíos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales, adversarios políticos? ¿Se le ocurre que si Hitler continuaba su “obra” nos incluía? ¿Quien escribe tiene la altura, los tonos de pupila, el tamaño de cráneo y mandíbula, especificados para pertenecer a la raza aria? Si tan desquiciadas exigencias anatómicas se cumplieran ¿en qué consistirían su superioridad y su “derecho” a hacer la apología de la destrucción?

Vivirse “elegido” y “fuerte”, en la identificación con el discurso de la dominación. Comentarios vejatorios se “justificaban”, explicando que Saba explotó a sus trabajadores. Si ese es el análisis a hacer ¿Qué tiene que ver con “Heil Hitler” y el racismo? Igual de insoportable si hablamos de haitianos, de judíos, de mexicanos aplicándonos los unos a los otros el colorímetro de nuestro tan ambivalente mestizaje.

“Aliviarnos” descalificando a otro. Todos somos susceptibles de ser discriminados. ¿Quién nunca ha estado de un lado y del otro de esa experiencia? Vivirnos en el lugar del discriminado. Basta hacer memoria. ¿Con qué pretextos he sido discriminada/o? ¿Cómo me sentí? ¿Es indispensable repetirlo?

La discriminación funciona como descarga, y como búsqueda de “resarcimiento”, de los dolores, las rabias, las frustraciones, el propio sentimiento de inadecuación. Búsqueda ciega de negar un daño interior. ¿En qué momentos de nuestra vida fuimos aprendiendo (¿Cómo desaprenderlo?) que encontrar un chivo expiatorio (desplazamiento) era la manera más expedita de “salvarnos” de nuestras pérdidas y limitaciones? ¿Cuándo ha sido un arma eficaz contra la injusticia social?

Negociamos con nuestras limitaciones. Re-creamos a través del amor, de la creatividad, un espacio vital que nos permita mantener un cierto ideal de nosotros mismos. Necesario. El narcisismo “positivo”. Nos permite respetar, construir, ser empáticos. Valorarnos. Existe otra forma de narcisismo que necesita negar al otro, (cualquier coartada es útil) para arañarle a la vida una sobre valoración de la propia persona. Que oculte y silencie, los sentimientos de inadecuación, envidia, precariedad emocional. La imposibilidad de empatía. El yo idílico a ultranza. ¿Se cae? A cada rato. Por eso es “útil” denigrar. Rearmar el castillo de naipes. En ese “o tú o yo”, tan descarnado.

“Por lo menos no soy judío”, escribió un lector. ¿Qué habrá querido decir? ¿Qué entre todo lo mal que él vive su relación con aquello que quisiera ser y no es, “por lo menos” no pertenece a esa “categoría” que elige como chivo expiatorio? Cuesta pensar que una persona que maneja de manera más humilde y asertiva su relación con sus propias carencias e indignaciones, se sienta en la necesidad de escribir frase semejante.

Aliarse con los poderes imaginarios. ¿Qué se obtiene en el acto discriminatorio? ¿La pantanosa y expedita “certeza” de caminar por el lado luminoso de la acera? Se nos olvida, como en el ejemplo de socorrida palabra “naco”, que está probado: Si elegimos la discriminación (sirva como metáfora)… todos somos el “naco” del de al lado.
Escritora

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