2/04/2010


Persépolis, Mx.

Soledad Loaeza

La jerarquía católica ha decidido poner un ¡Hasta aquí! a la sociedad moderna en México. No es su iniciativa, simplemente está cumpliendo con las instrucciones vaticanas que ordenan defender el derecho a la vida y el concepto tradicional de familia. Ha lanzado en consecuencia una ofensiva en la que no está sola, pues cuenta con el apoyo del gobierno federal, del PAN y –aunque a usted le sorprenda– del PRI.

No obstante patronos tan distinguidos, cabe preguntarse qué tan lejos puede llegar una política a contrapelo de la sociedad. Otras experiencias indican que el éxito de una ofensiva de esta naturaleza requiere del apoyo del Estado para imponerse, es decir, las autoridades religiosas por sí solas no tienen el alcance ni la capacidad para llevar a cabo un proyecto que va en contra de las pulsiones sociales que hoy en día están por la diversidad, por la tolerancia y por el respeto a los derechos individuales de mujeres y de hombres.

Es muy desafortunado que el gobierno del presidente Calderón se haya involucrado en esta ofensiva; no se entiende que abra un nuevo frente de batalla, ahora, cuando tiene que lidiar con tantas emergencias: desde los terroríficos ataques del narco, que en Ciudad Juárez acaba de exhibir su indiferencia a la guerra que el gobierno libra en su contra, hasta su proyecto de reforma política que es una de sus grandes apuestas para el futuro.

Como si le faltaran adversarios, el gobierno ahora se ha lanzado contra costumbres, creencias y comportamientos sociales, y mediante un cambio constitucional se propone una transformación de valores, porque la mayoría de las encuestas que se han levantado a propósito del matrimonio entre personas del mismo sexo indican que más de la mitad de la población está de acuerdo con una ley que norme esa posibilidad.

No hay muchas probabilidades de que se materialice la intención de revertir la ley del Distrito Federal al respecto: es previsible una derrota, y Dios sabe que una derrota es lo último que necesita el presidente Calderón en estos momentos. Pero si llegara a ocurrir, si efectivamente fuera declarado inconstitucional el matrimonio gay –o la ley para la interrupción del embarazo– estaríamos ante el triunfo del integrismo católico con el apoyo de la Presidencia de la República. Entonces, el Estado mexicano habrá dejado de ser laico.

Este tipo de batallas tienen un potencial destructivo nada despreciable. En 1979 la revolución iraní se lanzó contra todo lo que era occidental: daba la casualidad que todo eso también era moderno. Los mullahs se empeñaron en echar para atrás el reloj y obligar a mujeres y hombres a que se ciñeran a los códigos morales y de relación social del Islam. El costo fue muy elevado, tanto en términos personales como para el desarrollo de Irán que perdió mucho del capital de conocimiento y de los recursos humanos que había acumulado los años anteriores.

Persépolis, la novela gráfica de Marjani Satrapi, es un relato autobiográfico de esa sorprendente y dolorosa experiencia de una sociedad que fue obligada a caminar como cangrejo, hacia atrás. La obra de Satrapi recoge las penas que causa la intolerancia, la enajenación de muchos de la vida social, y el empobrecimiento que acarrea el pensamiento único y la moral única que dictan autoridades político-religiosas, ciegas y sordas a las demandas de una sociedad que se le escapa sin remedio.

Trasladar la experiencia de Persépolis a México puede traer dos tipos de consecuencias: uno, que las leyes sean ignoradas simplemente porque entre sus disposiciones y la sociedad real hay un amplia brecha; dos, que surjan conflictos en el seno de la sociedad por la confrontación entre los defensores de la Iglesia y de sus tradiciones, y los partidarios del Estado laico, de la democracia, de las libertades individuales, de la diversidad y de la tolerancia.

Es posible que haya entre nosotros núcleos integristas, probablemente todos ellos anidados en León, Guanajuato, pero no todos somos de allá ni de Guadalajara o de Querétaro. La existencia en nuestro país de una sociedad moderna, que rechaza la religión clerical del pasado, que defiende el derecho de las mujeres a decidir, y los derechos de las minorías sexuales, ha sido medida por la Encuesta Mundial de Valores que dirige desde hace varios años Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan. Sus resultados para México muestran que la sociedad se ha secularizado, que los valores religiosos han pasado a segundo lugar, y que la Iglesia católica es sólo una institución entre muchas otras. ¿Eso es lo que se proponen cambiar? Está más fácil la reforma política.


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