7/30/2011

La carreta delante de los bueyes


Manuel Gil Antón

Vayamos a 2020. Hace nueve años, las autoridades propusieron incrementar la cobertura de la educación superior hasta llegar, cuando menos, a 50%. Pasar de 2.5 inscritos por cada 10 muchachos en edad de estudiar, a uno de cada dos era el reto. En el 2011 había, en números redondos, 2.5 millones de estudiantes menores de 23 años y 10 millones de jóvenes entre los 18 y 23. Suponiendo que el grupo de edad no variara mucho, la matrícula tendría que duplicarse. La meta requería incluir, como promedio, a 250 mil nuevos estudiantes cada año. Dos y media entradas completas al Estadio Azteca. Menuda empresa la que estaría por delante.

Hicieron planes para que Hacienda les diera dinero: ¿cuánto costaría construir las instituciones? ¿Cuál es, y sería luego, el costo por alumno? ¿Y el gasto para avituallar a las instalaciones con libros, canchas, luz, agua, cables de todo tipo y pagar maestros? Equis cifra. Grande. Prever los recursos, ladrillos, pupitres y computadoras es más fácil que pensar. Aunque pensar sea necesario.

México, 2020. Concedamos: se invirtió lo previsto. Hay instituciones públicas nuevas y ampliadas. Mas algo desconcierta: están casi vacías, o con capacidad instalada de sobra. ¿Qué pasó? Tal vez los calculistas trabajaron bajo el supuesto que el problema era incrementar la oferta (generar más lugares) sin advertir que ese tema lleva atado considerar la demanda y sus flujos: ¿hubo tantos aspirantes a ingresar como pensaron? Parece que no. Las instituciones no producen alumnos; son los aspirantes los que requieren instituciones.

Regresemos al sol de hoy. Cada año perdemos 600 mil muchachos en el nivel medio superior. Serán 6 millones los que carezcan del certificado indispensable para entrar en el decenio. No serán demanda. Además, en la escuela básica, son abandonados y se van 700 mil niños cada periodo lectivo. Parte importante de esos 7 millones, acumulados en 10 años, tendrá edad para aspirar a la educación superior, pero no tocarán la puerta. No tienen con qué. Ni la secundaria terminan. Los muchachos que concluyen la media superior sin querer o poder seguir estudiando —no son pocos— tampoco solicitarán ingreso. Sin más aspirantes habilitados, la meta puede fallar por el lado de la demanda. ¿Más lugares sin suficientes alumnos? Puede ser. Para evitarlo hay que mejorar el sistema educativo previo (calidad) y enmendar las condiciones de desigualdad actuales (equidad). Nada más.

Los flujos estudiantiles, por su parte, son complejos. Si los técnicos pensaron que la mayoría de los que ahora no ingresan a una institución pública dejan de estudiar, asumieron un supuesto endeble. Hay un mercado enorme de certificados de educación superior, “barato y con facilidades” (como la Universidad Stanford, campus Temixco) que “cacha” la demanda no atendida por las públicas de abolengo y las privadas de élite. Ahí hay, al menos, 750 mil estudiantes hoy. Ése es el tamaño del mercado no regulado académicamente de instituciones, legalizado y bien visto por las autoridades, pues alivia la presión de la demanda en las públicas y ofrece lo que éstas ya no abren: derecho, contabilidad o administración. Las taquilleras. A las que tienden los estudiantes que son la primera generación de su estirpe familiar en llegar a la universidad. ¿Técnico superior universitario? No: quiero ser abogado o contador. Para sacar adelante a la familia. De coyote en un juzgado, o como contador de un sitio de taxis, se gana más. Es cierto. Aunque sea de la Stanford, campus Temixco.

Si las nuevas instituciones públicas fueran atractivas para los que están en las llamadas universidades patito, habría una mudanza: de éstas, por negocio, a las patote por improvisación y despilfarro. Serán los mismos de otra forma acomodados. Por eso, sin mejorar los niveles educativos previos, la cantidad de aspirantes puede ser menor a la esperada. Por más instituciones que se abran, si no hay interesados con requisitos en orden, la meta es imposible. No jala la carreta si está delante de los bueyes.

Como siempre, nada es simple asunto de dinero y hacer cuentas. Hay que pensar. Eso es más caro. No es frecuente entre los que mandan, sobre todo si ya se van… y no se quieren ir del todo.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

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