7/29/2011

México: Identificando al adversario




Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes”


A la derecha mexicana habrá que reconocerle su enorme capacidad de engaño. Pareciera un contrasentido que, en una sociedad tan empobrecida, la derecha tenga el poder y amenace con mantenerlo mediante una simple alternancia de siglas partidistas. Un significativo porcentaje de la población agraviada no identifica a quienes la agravian; todavía son muchos los que suponen que es “la voluntad de Dios” la que hace que mueran sus hijos desnutridos, pero no la determinación genocida de quienes acaparan los bienes públicos y al público le dejan sólo los males.
La transformación afirmativa de la realidad nacional pasa, necesariamente, por la destrucción del engaño y la formación de la conciencia de la realidad personal que identifique los agravios y a sus autores. Hace falta un gran esfuerzo para agitar la mentalidad y derribar los altares erigidos por el engaño y la desinformación; para barrer la basura que encubre noticias de la catástrofe nacional que se olvida rápidamente; para romper la anticultura del importamadrismo que lleva al suicidio social; para despertar, en fin, el coraje que alimenta los cambios reales.

Se necesita que la gente, en todos los niveles, se entere que los recursos públicos no son propiedad del gobierno sino que son de todos y que, si se los roban o los dilapidan, nos están quitando una parte del derecho común a la felicidad. La televisión nunca va a informar cabalmente sobre el tema; tiene que difundirse de manera directa por quienes apostamos a transformar la realidad ominosa que impera. Que se entere, por ejemplo, que el atraco del FOBAPROA no puede quedar en el olvido como algo que sucedió en el régimen priísta hace más de quince años, sino que es una pesada carga, continuada por los panistas, que cada año nos cuesta más de 700 mil millones de pesos, que pagamos todos con nuestr
os impuestos y que debieran destinarse a tener mejores escuelas y hospitales, pensiones dignas, apoyo a la producción y a la cultura.

El rescate de la banca no fue otra cosa que tomar el dinero público para regalárselo a los banqueros quebrados por su corrupta operación, sin que nadie haya pisado la cárcel por sus fraudes. Tampoco puede caer en el olvido que tales banqueros fueron los amigos de Carlos Salinas, quien les regaló los bancos en la privatización de 1991, sin más mérito que la contribución al financiamiento de la campaña electoral y el solapamiento del fraude electoral de 1998.
La gente necesita comprender que los grandes consorcios no pagan impuestos y que ello implica un robo de los recursos del erario auspiciado por el propio gobierno; que la riqueza petrolera, que es de todos, se utiliza para cubrir el hueco financiero generado por la falta de pago de las grandes empresas o sea que el ingreso petrolero se les regala impunemente. Y, nuevamente, comprender que lo que se les regala a las grandes empresas se le resta a la posibilidad de atender el derecho de todos al bienestar.

A todo esto se agrega el robo tradicional en la obra pública y en las compras de gobierno; en los exagerados sueldos de la alta burocracia (que ha crecido de manera explosiva) y sus onerosas prestaciones. Baste observar lo sucedido en los gastos para celebrar el bicentenario; en el enredo del proyecto de la Estela de Luz en que se fugan cientos de millones de pesos o en el nuevo y lujoso edificio de la Cámara de Senadores, por citar sólo casos de actualidad.

El resultado tendrá que ser que la gente identifique a los causantes de los agravios que resiente, que tienen nombre y apellido y que son unos cuantos. Son la mafia que machaconamente señala López Obrador y que, en consecuencia, aportan las millonadas para evitar el acceso al poder de quien no permitiría la continuación del desfalco del patrimonio de todos. Andrés Manuel convence a quienes le escuchan y le escuchan muchos, pero hace falta que los convencidos convenzan a muchos más. Es tarea patriótica inaplazable.

......

La semana pasada abordé el tema de los agravios que sufre la inmensa mayoría de los mexicanos y de la imperiosa necesidad de romper con la tradicional aceptación de que obedecen a la “voluntad de Dios”. Naturalmente, la referencia apunta hacia el comportamiento de la masa plebeya, aunque la afectación incluye, tal vez de manera diferente, a la clase media que se afana por diferenciarse del pueblo raso. No asumen a la voluntad divina como causante de sus problemas, pero acuden a otra especie de superstición más moderna aunque igual de falsa: la “mano misteriosa del mercado”, ese nuevo dios encumbrado por los sacerdotes del neoliberalismo a ultranza y la globalización.

En ambos casos se aplican catecismos que determinan el carácter fatal de sus dictados, ante los que no queda de otra que la resignación sumisa.
Contra toda lógica, el empresariado nacional pequeño y mediano afectado por la apabullante competencia de lo importado opta por preferir la supuesta “libertad de empresa” antes que la vigencia de un estado que intervenga y regule la actividad económica, aunque sea de manera marginal. Mantienen un criterio de la guerra fría por el que los Estados Unidos se presentan como el baluarte de la libertad, en tanto que cualquier cosa que lo contradiga es “vulgar comunismo soviético” o “nefasto populismo”.

Aceptan una engañosa modernidad sin medir su efecto sobre su viabilidad como empresarios. Aceptan, por ejemplo, la multiplicación de los Wal Mart que, además de arruinar al mediano y pequeño comercio por competencia desleal, arruina al industrial por su marcada preferencia por los artículos importados. Aceptan, como símbolo de competitividad, que los grandes consorcios sean exceptuados del pago de impuestos, sin reparar que tal injusticia les daña en su propia competitividad y en la insuficiencia del gasto público para fomentar el desarrollo; pareciera que lo aceptan con la idea de que la exención se extienda hasta que les alcance a ellos.


Traigo el tema a colación en atención a los comentarios y artículos de opinión que circulan en diversos medios, según los cuales el Proyecto Alternativo de Nación y, personalmente López Obrador, representan una fuerza anti empresarial de corte populista. Inventan que AMLO se refiere a los empresarios como los hambreadores del pueblo; que llegando al poder confiscaría la propiedad privada y se almorzaría los hijos de los ricos. Sandeces propias de sermón decimonónico, absolutamente mentiroso. El proyecto ofrece el mayor incentivo que empresa alguna pudiera anhelar: restablecer y fomentar el mercado interno. De nada le sirve al empresariado nacional un discurso lisonjero ni promesas de la mayor libertad empresarial (al estilo del PAN y del PRI), si las fábricas y los comercios se ven obligados a cerrar por falta de ventas, por el mercado desierto que, parafraseando al Jibarito, “pasa la mañana entera sin que nadie quiera su carga comprar”.

El único y verdadero impulso a la producción es que las necesidades de la gente se puedan convertir en demanda efectiva por disponer de dinero para comprar y, sin adornos falsos, ese es el centro del discurso económico de Andrés Manuel.
De este concepto descienden en cascada los beneficios al conjunto de la clase media: profesionales, trabajadores por cuenta propia, artistas, agricultores y ganaderos, etc. La verdadera mano milagrosa del mercado popular ampliado por medidas que propicien una mejor creación y distribución de la riqueza. A diferencia de la masa plebeya, la clase media se supone ilustrada aunque no ajena a comulgar con las ruedas de molino propaladas por la propaganda oficial. Habrá que afilar el lápiz y el verbo para derrotar los prejuicios y los temores infundados. Si bien se trata de un sector relativamente menor en número, es mayor en cuanto a su influencia efectiva. También es tarea patriótica el involucrarlo en la movilización por la regeneración nacional.

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