9/09/2012

37 Festival Internacional de Cine de Toronto; Reflejos del pasado


Leonardo García Tsao
Foto
El actor estadunidense Andy Samberg posa con los personajes de la cinta Hotel Transilvania, la cual se presentó ayer en el 37 Festival Internacional de Cine de TorontoFoto Reuters

Toronto, 8 de septiembre. Lo malo de la abundan-te programación de Toronto es la difícil se-lección entre varias posibilidades atractivas, que se proyectan a la misma hora o sus horarios se empalman, puesto que asistir a las exhibiciones públicas implica un esfuerzo épico por lo complicado que es conseguir un boleto, las opciones se limitan a las funciones de prensa e industria.
Aún así uno corre con suerte si ha elegido bien. Uno de esos casos fue la francesa Après mai (Después de mayo), de Olivier Assayas. De tintes autobiográficos, la película se sitúa en 1971 –o sea, después del emblemático mayo del 68– para centrarse en la figura de Gilles (Clément Metayer), un adolescente que ha terminado el bachillerato, cuya participación en el activismo político se filtra a sus intereses en el arte… y en las mujeres.

Si bien el contexto de los años 70 está perfectamente bien recreado –como sucedía en Carlos (2010), la anterior realización de Assayas–, el director no juega la carta de la nostalgia y la referencia fácil a signos culturales. Por ejemplo, la banda sonora no está integrada por el consabido desfile de éxitos setenteros, sino por canciones de intérpretes menos conocidos, como The Soft Machine, The Incredible String Band, Nick Drake y Kevin Ayers, por ejemplo. Asimismo, otros tópicos de la época como la atracción por las drogas, el cine de la liberación, las filosofías orientales y la unión libre son parte del tapiz, no detalles centrales de la acción. Como es natural en una obra inspirada en una experiencia propia, Après mai divaga tanto como su protagonista en lo que se decide dedicarse al cine. Pero esa sincera búsqueda vital de lo que realmente cuenta es universal para cualquier joven en cualesquiera tiempo y lugar.

El pasado también pesa en la película bosnia Children of Sarajevo (a saber cómo se traduce su título original Djeca), segundo largometraje de la realizadora Aida Begic. Siguiendo la pauta que los hermanos Dardenne emplearon en Rosetta (1999), la cámara en mano sigue de manera incesante la frenética actividad de Rahima (una intensa Marija Pikic), una joven huérfana de la guerra que debe cuidar a su hermano adolescente (Ismir Gagula), cada vez más tendiente a las malas mañas, al mismo tiempo que se desempeña como cocinera en un restaurante.
Aunque han transcurrido 17 años de que culminaron las hostilidades, el panorama sigue siendo de un estado de guerra. Begic sitúa sus acciones en las festividades de fin de año, bajo el constante estallido de cohetes, para ilustrar cómo las heridas síquicas no han sanado en la población. Y menos cuando ésta se enfrenta a una realidad de crisis económica y corrupción generalizada (en este retrato de la sociedad bosnia, es difícil diferenciar a los funcionarios de los hampones). Para Begic el sueño de la nueva Bosnia está lejos de cumplirse; si bien, guarda un poco de esperanza en la solidaridad entre familiares y vecinos.

Un detalle curioso de esa mezcla entre críticos y distribuidores, habida en las funciones para acreditados, consiste en escuchar conversaciones también referidas al cine, pero en otros términos. Cuando un crítico pregunta de quién es la película, se refiere al director. Cuando lo hace un distribuidor generalmente significa la compañía que la vende. Además las opiniones varían en enfoque. Los primeros hablan de cualidades formales o temáticas, los segundos del potencial comercial del producto. Eso sí, los distribuidores son mucho menos pacientes que los críticos y son los primeros en abandonar una función si no le encuentran mayor atractivo.

lgtsao@hotmail.com
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