9/11/2012

Nueva Constitución


Hace dos años, desde una perspectiva radicalmente transformadora y en el marco de las celebraciones bicentenarias, la Universidad Nacional acogió la iniciativa de organizar un ciclo de análisis sobre la reforma del Estado y el fortalecimiento de la nación. Hoy aparece un libro que contiene la mayor parte de las exposiciones, refleja un alto nivel académico y compendia en un contexto multidisciplinario la tragedia del país.
Su pertinencia es aun más acuciante de lo que entonces fue. Las condiciones creadas en la conciencia pública y en la amarga realidad tras un periodo electoral particularmente errático no parecen abrir un espacio razonable para el optimismo. No podemos, sin embargo, renunciar a la esperanza. Estamos obligados a encontrar los caminos para evitar que los procesos de confrontación en curso y la brutalidad de la violencia cotidiana acaben por demoler el Estado nación. Existe todavía la posibilidad de reformar en profundidad nuestras instituciones y modificar substancialmente las políticas económicas y sociales que nos han encaminado a la ruina moral y material del país. He ahí la gran cuestión que estamos llamados a resolver; mientras más pronto, mejor, ya que el reloj de la historia suele ser implacable.
El problema que encaramos es de mucho mayor envergadura que el anudamiento del diálogo entre los actores políticos y económicos ostensibles. Exige una dimensión de patriotismo y racionalidad que cambie en verdad la correlación de fuerzas y nos conduzca a soluciones de raíz. Una refundación de la república.
La cuestión central es la erosión de la identidad nacional, que según todos los indicios se inició por una infamante desnacionalización y se ahondó en una transición política frustrada y en la ruptura de los nudos básicos de la cohesión social. Una comunidad instalada en el temor y la miseria es presa fácil de cualquier forma de autoritarismo: el mediático, el burocrático, el demagógico, el trasnacional o todos juntos.
El transcurso del siglo XXI ha sido en exceso nocivo para los mexicanos. El saldo de un neoliberalismo subordinado, de una alternancia política primitiva y del enfrentamiento equívoco y asesino entre la autoridad y el crimen han resultado ultrajantes para la población. Padecemos un neocolonialismo en el que no somos beneficiarios de la metrópoli, pero sufrimos todas las consecuencias del sometimiento.
No encuentro un sinónimo mejor para el concepto de reforma del Estado que el de nueva constitución. Imaginar que tan sólo durante este sexenio se han expedido 35 decretos de reforma constitucional que afectaron 64 artículos —casi la mitad de la Carta— y considerar que nada ha mejorado en el orden estructural o funcional del país resulta aberrante.
Es urgente detener semejante destajo legislativo. Iniciar un debate serio e incluyente sobre el futuro de la nación a partir del círculo iniciático de la Universidad. Me refiero a ella en un sentido genérico y sustantivo, porque me parece que el hecho más destacado de los tiempos recientes es la irrupción de los jóvenes en el acontecer nacional, por la suma de conciencias alertas, medios tecnológicos, capacidad sistémica de reflexión y profunda voluntad de autonomía.
Se ha dicho que el relevo generacional en curso otorga una nueva fisionomía a la vida pública del país. Creo en ello y observo la capacidad de crecimiento ideológico y de análisis político que están mostrando. Dejemos a su iniciativa, más que a la de los partidos, la determinación de la agenda nacional. Es claro para ellos que un país renovado demanda un orden constitucional distinto y que difícilmente podemos mantener un discurso democrático en ausencia de requisitos esenciales para la libre competencia política y condiciones mínimas de equidad social.
Los jóvenes han elegido la transformación del sistema de comunicación social como santo y seña de la nueva generación. Apoyémoslos con todo en esa empresa vital. Seamos leales al mandato que otorga vigencia al claustro universitario: el predomino del pensamiento sobre el oscurantismo y la difusión de las ideas como vehículo de libertades. Nuestra mejor herencia será la de edificar, junto con ellos, un proyecto constitucional digno de nuestra vocación humanista y nuestra estirpe mexicana.
Político

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