por Miguel Alejandro Rivera
Son
quinientos diputados y ellos son quienes tienen el control en el
Palacio de San Lázaro. Sean del partido que sean, tienen la atención
los medios de comunicación y prácticamente pueden tenerlo todo al
alcance de una orden. Cada legislatura gana millones y aprovechan sus tres años de reinado para enriquecer sus arcas a manos llenas.
¿Qué dirían los cuadros de Madero,
Juárez, Carranza e incluso Villa o Zapata que se encuentran en las
oficinas de los legisladores si pudieran expresar su opinión de todo lo
que ven?
En San
Lázaro coexisten miles de vidas junto con los quinientos dueños de los
curules; gente sin rostro, sin nombre y muchas veces sin voz; sombras
inadvertidas que subsisten de las pequeñas goteras que se filtran del
erario público y se alimentan de las migajas que no se alcanzaron a
comer los legisladores.
Para quienes viven de un salario bajo y
hacen malabares con él para salir adelante, muchas de las
extravagancias de los legisladores son realmente asquerosas ¿Cuántas
familias en pobreza extrema podríamos alimentar con la corbata de este
diputado o con los zapatos de aquella?
En la reflexión de esta situación es
cuando nos encontramos con Alicia, una alegre señora de sonrisa
incansable, que diario y muy temprano limpia los pasillos, los baños y
las oficinas en cierto edificio de la Cámara de Diputados. Camina a
prisa y muy amable siempre da los buenos días, aunque ella no siempre
obtenga respuesta.
Para muchos Alicia es una mujer más del
servicio de limpieza, para otros seguramente ni siquiera existe, sin
embargo, ella carga más que su carrito donde trae cubetas y la basura
que viene recogiendo; ella debe cargar con su propia historia, la cual
tiene a bien compartir.
“Mis nietas dependen de mí, son
gemelitas. Yo saco a mi hijo adelante que está en silla de ruedas.
Sufrió un accidente, él y su mujer fueron a hacer su tesis a Texcoco y
un señor que venía bien tomado en un carro chocó con ellos en la
carretera. Mi hijo dio volteretas, no alcanzó a sacarle el cinturón de
seguridad a su esposa y ella murió”.
“Mis niñas van a cumplir cinco años. Yo
les digo que le echen muchas ganas a la escuela, que estudien como mi
hijo el de la prepa. Él terminó su prepa pero no tiene para su carrera;
él quiere mecánica automotriz y me dice ’mamá, vamos a juntar para un
carrito para ruletear y ya de ahí yo me pago mis estudios, ya
lo que tú me diste te lo agradezco mucho, de corazón’ yo le digo, ‘es
poquito lo que te di pero con mucho orgullo’, porque soy madre soltera
desde que mi hijo el menor estaba muy chico”.
Después de que su hijo mayor, el padre
de las gemelas, sufriera el accidente que lo postrara en una silla de
ruedas, su esposo volvió y puso a Alicia frente un camino de dos vías
“tus nietas y tu hijo o yo”. De los dos caminos ella eligió el que
incluía a más personas y siguió con su batalla, la cual como bola de
nieve, crecía cada vez más.
No hace mucho tiempo uno de sus ex
cuñados buscó a Alicia para quitarle el terreno donde vive actualmente;
afortunadamente para ella, tiene papeles con los que puede defender lo
poco que tiene. “Yo y mis hijos hasta andábamos sin ropa para hacer la
casa donde ahora vivimos. Yo le puse al papel que soy la albacea y mis
hijos los dueños ¿cómo es posible que me vengan a pelear el lugar donde
vivimos?”
“Mi hijo duró tres años con unos
zapatos, porque se los quitaba, los boleaba y se ponía unas
chanclitas, porque él veía todo lo que yo sufría para que ellos
tuvieran lo que tienen ahora. Mis hijos dicen que se sienten orgullosos
de mí… es que una como madre da todo”. Alicia sonríe satisfecha,
melancólica, pero satisfecha.
Por si no fuera suficiente el peso de
sacar adelante a sus nietas y a sus hijos, en la vida de Alicia existe
otro pendiente muy grande, pues al estilo del “presunto culpable”, su
hermano fue confundido con un sujeto que atropelló a una persona y
ahora está preso en el reclusorio Sur.
Sin el apoyo de su hermano que cumple
una condena ajena, la madre de Alicia debió mudarse de Michoacán al
Distrito Federal, pues aparte de quedarse sola, vendió la casa para
correr con los gastos que traen los procesos penales en México. La
corrupción y las ganas de que los inocentes paguen lo que no deben,
llevaron a esta familia a gastarlo todo. En diversas ocasiones ha
pedido ayuda a los diputados para dar un apoyo a su madre…el apoyo
jamás ha llegado. Alicia le manda cincuenta pesos de vez en cuando, es
todo lo que puede dar.
Cercanos los días al problema de su
hermano y la venta de la casa de su madre, Alicia se entera de otra
noticia: dos de sus sobrinos han sido asaltados y asesinados en
Guerrero “yo quería mucho a esos niños, porque a esos chiquillos los
crié y me dolió mucho enterarme de eso” nos dice con un tono que
pareciera de resignación, de cansancio, de hartazgo.
Para Alicia el país viene “a pique”, es
realista y afirma que el mismo daño hacen los ladrones que hieren que
el que hacen los policías corruptos “porque ahora con mi hijo yo
peleaba para que mantuvieran a mis niñas pero no se pudo porque las
autoridades me quitaron los papeles de accidente y de la muerte de mi
nuera. El mismo Ministerio Público se lo dijo a un policía, que nos
iban a quitar todo, pero yo al momento del accidente estaba aturdida,
no podía creer que mi nuera había muerto, porque ella era huérfana y
siempre me quiso como a una madre…ellos se querían mucho, mi hijo hasta
se quería matar cuando ella murió”, comparte.
La solución, según ella, es el apoyo a
la gente y si pudiera “ayudaría mucho a la gente humilde. A mí me gusta
mucho hacerlo aunque tengo muy poco. Defendería mucho a la gente para
que no los pisotearan como nos pisotean a nosotros”.
Por ahí dicen que la gente de escasos
recursos es la que más tiende a ayudar a los de más, seguramente las
experiencias nos orillan a apegarnos a ciertos comportamientos. La
mujer con la que conversamos es muy humilde y dice que sería feliz
ayudando a la gente, sin embargo llegó a un lugar donde se puede
encontrar lo que sea menos humanidad.
La empresa que contrata al personal de
limpieza de la Cámara de Diputados recortó algunos pesos de su salario,
para ciertas personas quizá esa cantidad no sería nada pero para ella
significa mucho
“No es justo porque uno está ganando
poco y aparte le quitan. Tiene poco que me descontaron cien pesos.
Supuestamente nos dijeron que era de un seguro. Fui a reclamar al banco
y es mentira, nos sacaron la cuenta en el banco y mi hijo me explicó
que era mentira eso del descuento, lo descuentan los mismos de la
empresa que nos está contratando, gente que trae sus carros del año y
sus celulares fregones”, reflexiona.
Así es, cien pesos. Usted que lee esto piense rápidamente en qué gasta
cien pesos: cigarros, cervezas, una camisa, una propina, los apuesta,
se compra galletas ¿en qué gasta cien pesos?… para muchas personas como
Alicia, un billete rojizo con Netzahualcóyotl impreso significa
bastante.
Dado su bajo salario, esta mujer tuvo
la idea de recolectar botellas de plástico salidas de la basura para
tener un ingreso extra y sacar para los pasajes, no obstante hace no
mucho la seguridad de la Cámara no le permitía llevárselas “antes la
policía se me ponía al brinco por llevarme la botella; ‘yo les decía,
pues si es basura’ y fuimos a hablar con el comandante y se nos puso
peor. La mera verdad es injusto que hagan eso con la gente pobre sólo
porque no tenemos estudios”.
“Una siempre anda buscando de donde
sacar una lanita más, porque cuando no tengo dinero hasta se hace un
nudo en la garganta cuando mis niñas piden que un yogurt, que unas
galletitas… nos están pagando mil 960 pesos a la quincena, no alcanza
para nada” reflexiona entre risas nerviosas.
¿Por qué cree que sea tan diferente el sueldo de ustedes al de un diputado? Le pregunto. Ella responde:
“Yo pienso porque uno no tiene
estudios, pero yo he estado razonando eso y digo: no tiene uno estudios
pero hace el esfuerzo para que esté limpio aquí y ellos son muy
volubles, a uno le tratan mal y la mera verdad eso está mal, porque
somos seres humanos, somos lo mismo. Ese es mi pensar, no deben de
sobajar a la gente que no tiene estudios, somos como cualquier ser
humano”.
Quizá Alicia no sabe que en esta
legislatura cuarenta y cuatro de los diputados federales no cuentan con
una licenciatura, lo cual nos indica que el nivel de estudios de la
personas no es un requisito aquí en el Palacio para que una persona
pueda ganar más de cien mil pesos al mes.
Alicia insiste en que “todos los seres
humanos somos iguales” y no aprueba la disparidad en las clases
sociales, sin embargo aquí en San Lázaro la realidad viene de frente,
pues mientras los legisladores comen en onerosas reuniones, la mayoría
de las personas que visten el mismo overol azul que ella, comen en los
pasillos, los jardines e incluso en las escaleras.
La charla se vuelve dispersa, pues el
lugar en el que nos encontramos comienza a invadirse de personajes
extraños a nuestra plática. Ambos sabemos que podremos conversar en
otro momento; le agradezco la confianza que ha tenido y prometo dos
cosas: la primera es que cambiaré su nombre, no la culpo, trabaja en un
lugar donde para sobrevivir debes ser desconfiado; la segunda: “si un
día tu historia se publica, te la imprimo y te la traigo”.
Alicia se pone en marcha con su mechudo
en la mano, sube unos cuantos escalones y manos a la obra, vuelve a su
empleo de todos los días, en el cual se mezcla con las mismas vidas
anónimas de siempre, las historias detrás de los quinientos dueños de
las curules.
Sirvan estas líneas para conocer una
historia más de entre millones de mexicanos que no han sido tocados por
el dedo bendito de un puesto político o de la vida sencilla del
burócrata o el empresario; sirva pues este texto como un homenaje a los
que trabajan todos los días, a todas horas por un sueldo paupérrimo
para llevarles algo de comer a sus familias… porque nadie ha elegido
nacer con hambre ni padecer las tragedias como las que ha pasado la
misma Alicia, quien antes de alejarse del todo, gira, me mira sonriente y dice “de verdad que lo que he vivido, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”.
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