Cuando los partidos políticos y el gobierno dependen de medios de comunicación extremadamente monopolizados tienen que someterse a sus dictados...
(Foto: Archivo / Cuartoscuro)
Por Pablo Gómez
Joaquín López-Dóriga, uno de los principales vendedores de spots y no sólo de gacetillas, se duele de que las campañas “anodinas y repelentes” hagan derroche de spots porque, según ese eminente politólogo, éstos son “gratis” (Milenio, 26.05.2015). Sin embargo, las leyes y las cuentas no le resultan al conductor de noticias de Televisa: los spots de
los partidos corresponden por entero al tiempo del Estado el cual está
dividido en dos segmentos: el señalado por la ley que es una
contraprestación a favor del fisco pagada por los concesionarios que
usan un bien de la propiedad de la nación y no de ellos; y el lapso de
origen fiscal que resulta de aplicar un derecho convertido en impuesto
a cargo de los anunciantes que debe ser enterado al fisco por parte de
los concesionarios, es decir, es el pago en especie de un gravamen. En
total se trata de menos de 50 minutos diarios pero no son gratuitos.
El Congreso modificó la Constitución en 2007 para eliminar el
sistema de compra-venta de tiempos de radio y televisión con propósitos
políticos y electorales, tanto para impedir la intervención de agentes
adinerados que no fueran participantes directos en la lucha política,
tales como los conglomerados empresariales, como para eliminar un mercado monopolizado
de anuncios políticos en radio y televisión. El sistema de Estados
Unidos ya casi no existe más que en ese país. La mayoría de las
democracias pluripartidistas del mundo ha optado por un modelo regulado
de comunicación político-electoral en los medios electrónicos mediante
el cual a cada partido se le otorga un determinado tiempo. Que en
México se haya optado por el espoteo es algo ajeno al modelo
pues podrían ser mensajes de tres o cinco minutos a pesar de la
eventual protesta de los concesionarios que verían “ensuciada” su
programación. Lo mejor sería optar por mensajes más largos, pero esa es
otra discusión.
López-Dóriga se ha unido una vez más a la lucha en contra del
sistema constitucional de comunicación política en radio y televisión
porque el negocio consiste en vender anuncios. En realidad quienes
están en la conducción de esa campaña que no ha parado desde 2007 son
la mayoría de los concesionarios. Eso de no poder vender spots políticos
cuando éstos abundan ha de ser el peor mundo posible. Es ver pasar
miles de millones sin poder tocar un solo peso. Cualquiera podría
imaginarse el estado de ánimo de los frustrados vendedores. Pero hay
que recordar que ellos venden lo que no es suyo: el espacio
radioeléctrico que es propiedad de todos.
El problema es aún más complejo. Cuando los partidos políticos y el
gobierno dependen de medios de comunicación extremadamente
monopolizados tienen que someterse a sus dictados. En la medida en que
los políticos encuentren mayores espacios propios de comunicación en
esa misma medida tendrán mayor independencia respecto del duopolio
televisivo que aún predomina. Ese fue el otro propósito de la reforma
de 2007. Pero López-Dóriga, como fiel exponente de Azcárraga, nos dice
que la gratuidad de los spots (ya vimos que gratuitos no son)
lleva a que sean muy malos al grado de que nadie por ellos ha de
cambiar el sentido de su voto y ni siquiera decidirse a votar. El
aspirante a politólogo una vez más se equivoca: el deterioro de la lucha política no se debe a los spots,
terreno que es el suyo, sino a otros factores que nos llevarían a
escribir mucho más y en eso estamos. Suponer que la pobreza en el
discurso político obedece a que la propaganda electoral en radio y
televisión no es negocio de los concesionarios es debilitar el análisis
al grado de simplificar tanto todo que nada de lo real puede ser en
verdad criticado. Y esto es justamente el objetivo: la televisión
mexicana está conformada para evitar el pensamiento crítico.
López-Dóriga puede lanzar todas las piedras que quiera y le permitan
pero nunca podría hacer una crítica a fondo de un sistema injusto,
corrupto y antidemocrático como el que vivimos. Al contrario, todo lo
que no sea de su interés mercantil es repudiable. Pues sí, para él. Por
lo pronto, los spots electorales no son mercancías.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario