12/12/2018

El peligro de la laicidad sumisa



Todo principio jurídico y político con el paso de los años puede cambiar o ajustarse a los nuevos signos de los tiempos. Tal parece que la concepción de la laicidad que ha caracterizado la identidad del Estado moderno mexicano desde Benito Juárez sufre en los hechos cambios y ajustes. Los sectores católicos conservadores demandan mayores espacios en la irrupción de la Iglesia en la vida pública del país. Apela a una laicidad positiva y mayor libertad religiosa. En Francia esa misma derecha demanda políticamente que el Estado haga valer el laicismo histórico para inhibir los signos musulmanes de vestimenta, porque son religiosos, como la burka o el nicab propio de los migrantes en las escuelas y espacios públicos. La laicidad se vuelve de conveniencia, sujeta a los intereses de los actores sean religiosos o seculares. En México, hasta hace unos años, la laicidad sufría la presión de los grupos católicos que demandaban mayor capacidad de incidencia en la esfera pública. Sin embargo, el pragmatismo de la clase política mexicana se convirtió en un nuevo factor de amenaza. Con el fin de legitimarse políticos y candidatos se imbrican con lo religioso para otorgarse plausibilidad ante la ciudadanía o ante el elector. Tal impostura es observada en los casos de Emilio González, ex gobernador de Jalisco, con arrebatos etílicos se enmascaraba de cristero ante el cardenal Juan Sandoval Íñiguez. O Javier Duarte y César Duarte, gobernadores en su momento de Veracruz y Chihuahua, respectivamente, encomendaron su gestión, persona y la propia entidad al Sagrado Corazón de Jesús y a la Inmaculada Virgen María. En magnas ceremonias litúrgicas, ambos gobernantes corruptos se llenaron de misticismo y piedad ante la mirada atónita de la feligresía y complacencia de los obispos locales.
Hay muchos otros ejemplos; sin embargo, destaca que en las campañas presidenciales de 2018 se mostró un fenómeno intempestivo: la notable irrupción de lo religioso en los discursos y actitudes políticas de los candidatos. Como nunca, los contendientes presidenciales hicieron propia la agenda moral y religiosa de la Iglesia católica y de algunas iglesias evangélicas. Los candidatos mostraron apegos conservadores a los valores religiosos y fueron conciliadores con la derecha religiosa e incluso la pentecostal.
Ello nos lleva a una primera constatación. La amenaza al carácter laico del Estado no proviene sólo de los actores políticos, sino también de una clase política ávida de probidad social. Dicho fenómeno no debe sorprendernos del todo, si se tiene en cuenta la irrupción política en América Latina de un tipo de evangelismo político de corte neofundamentalista. Dicha irrupción ha sido política electoral de gran impacto en casi todos los países de América Central, pero igual en Colombia, Chile y, por supuesto, Brasil. Jair Bolsonaro ganó bajo la consigna: Primero Brasil, pero ante todo Dios. El intento del Partido Encuentro Social (PES) en México fue paradójico, pues los evangélicos votaron por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero no por el partido evangélico. El PES tiene una nutrida representación legislativa en las dos cámaras, pero no alcanzó su registro.
AMLO como candidato, tuvo las mayores alusiones y metáforas religiosas en su campaña.
Ésta empezó justo el 12 de diciembre, el día de la Morena, para registrar su candidatura. Sus alegorías religiosas se convierten en prédicas acerca de la moral de la política. El político tabasqueño lamentaba la ruptura entre los principios y el ejercicio del poder en la política. Sus malquerientes lo califican de redentor o mesías tropical, término acuñado por el historiador Enrique Krauze. Pese a las críticas, AMLO proclama llevar la imagen de la Virgen en su cartera para que lo cuide; sin embargo, ante el acuerdo electoral con el PES, AMLO ofreció organizar encuentros ecuménicos e interreligiosos, así como reuniones con creyentes y no creyentes. Ante la militancia pesista, prometió la elaboración de una constitución moral para auspiciar una nueva corriente de pensamiento político, que promueva un paradigma moral de amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza ­y a la patria.
En este trance hay un peligro, como admitir que la sociedad deba construirse sobre los valores religiosos de las iglesias. ¿Se reconfesionaliza la clase política?, ¿habrá que redefinir la laicidad mexicana? Se entiende la preocupación de AMLO por el alejamiento entre moral y política, por el divorcio entre la ética y el ejercicio del poder. Pero, los riesgos son evidentes, la normativización moral del Estado y de sus leyes, acordes con determinada concepción de la religión sobre la moral y el derecho. Esto constituye una modalidad de fundamentalismo ético-religioso con implicaciones políticas heredada de los integrismos tradicionales. Mientras se pensaba que el secularismo de las sociedades modernas reubicaría a la religión en un lugar menos central de la cultura, las iglesias, en especial las pentecostales en América Latina, irrumpen contundentemente en la plaza pública con la fuerza de un voto obediente y disciplinado. La laicidad se vuelve sumisa ante los intereses pragmáticos de los actores políticos y religiosos.

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