8/21/2019

La telepredicación: obsolescencia y laicidad



La pretensión de las iglesias por poseer medios de comunicación, como radio y televisión, se antojan aspiraciones tardías en el mundo actual de Internet y las nuevas plataformas. La terquedad ha durado lustros, mismo que las nuevas tecnologías están rebasando la eficacia y penetración de los medios tradicionales. Los jóvenes habitan otros espacios a los tradicionales. Entonces, ¿por qué algunas iglesias se empeñan no sólo estar presentes en los cuadrantes, sino en la posesión de medios? Es una cuestión de poder. Los medios son símbolo de estatus como lo ha hecho valer en Brasil la Iglesia Universal del Reino de Dios, al poseer la segunda cadena de televisión más grande el país. En 1989 compraron la Red Record por 45 millones de dólares y pagaron otros 300 millones de dólares de deudas que la emisora paulista tenía, siendo así la estación de difusión de programas religiosos con mayor parte en su programación. Sin embargo, para poder ser competitiva esta cadena tuvo que adecuar su programación como cualquier emisora comercial con novelas, deportes, series y concursos.

La iglesias en México ya están presentes en los medios ante el disimulo de las autoridades. El tema de fondo no es el acceso de las iglesias a los medios, sino la posesión de estaciones y canales de penetración masiva. La difusión de doctrinas, creencias y proselitismos en los medios es una realidad desde hace décadas. El acceso existe y depende de la capacidad económica de cada confesión. Basta sintonizar muy noche televisión y radio para encontrar una variedad de programas religiosos. Televisa vende su barra a la mencionada iglesia brasileña, Iglesia Universal del Reino de Dios, que en México se llama Pare de Sufrir, una bizarra mezcla de religión y mercado, de empresa eclesial e iglesia empresarial. Y que en Brasil apoyó de manera decidida al triunfo de Jair Messias Bolsonaro como presidente. Por otra parte, Televisa desde 2008, ha emitido más de mil capítulos de rústica moralina, nos referimos a la serie La Rosa de Guadalupe. En cada capítulo se relata un milagro realizado por la Virgen, como fuente de inspiración y esperanza de la fe popular. Las limitaciones de la ley no han sido obstáculos para que iglesias tengan diversas difusoras de radio, piratas o bajo prestanombres. 

La Iglesia católica maneja estaciones religiosas a través de asociaciones civiles en apariencia entidades no religiosas. En el sureste y Pacífico norte hay docenas de radios evangélicas que operan de manera irregular. En la televisión de paga se difunden decenas de canales religiosos cuya producción se origina desde otros países. Valdría la pena preguntarse por qué los distintos gobiernos han tolerado la notoria violación a la ley y a la laicidad mexicana. En el portal de María Visión, canal católico que opera desde Edomex, Jalisco y Ciudad de México, se lee: “A tres meses de haber salido al aire el 11 febrero de 1994, día de Nuestra Señora de Lourdes, nos convertimos en una señal satelital trasmitiendo a través del satélite Morelos II con un potencial en señal abierta de 4.5 millones de telehogares en el ámbito nacional y 1.5 millones en el internacional”. Otra modalidad son los acuerdos y convenios entre estaciones comerciales y asociaciones religiosas. Los concesionarios comerciales venden sus espacios al aire a programas de contenidos religiosos de corte proselitista que vulnera la equidad que debe garantizar el Estado. Además de Televisa y Tv Azteca, destacan las radios de alcance nacional, como Radio Fórmula o Radio 620. Insistimos: ¿la Secretaría de Gobernación se hace de la vista gorda desde hace lustros y tolera en cientos de emisiones difundidas en todo el país? ¿Los prestanombres son salidas leguleyas? Como el bochornoso caso de IFT que otorgó una concesión a una asociación civil evangélica llamada La Visión de Dios.

Gran parte de la oferta religiosa en el espectro radioeléctrico goza de muy baja audiencia. Hay que expresarlo con claridad, no estamos ante emisiones estimulantes. Por el contrario, priman el tedio y los discursos excluyentes. En el mejor de los casos, un rosario patético de relatos moralinos. Muchos son homófobos, cargados de odio que ahora tanto lamentamos.

Una tarea central de toda Iglesia es el proselitismo. La complejidad de nuestras sociedades ha obligado a las instituciones religiosas a replantearse cómo ganar adeptos. La pastoral parroquial, la palabra escrita y el contacto personal puerta en puerta desde hace décadas resultan métodos insuficientes. La comparecencia religiosa en los medios, desde la década de 1970, fue considerada una presencia estratégica. La respuesta fue la exaltación del carisma. Las iglesias electrónicas explotaron a sus telepredicadores y la Iglesia católica enalteció la figura del papa Juan Pablo II como superestar. Los riesgos de la comercialización y la banalización se hicieron patentes. Hasta principios de siglo tal aspiración era justificada. Hoy me pregunto su eficacia ante las nuevas tecnologías.

Frente al caos de la simulación, no tendría problema que se legislara el acceso a las iglesias, siempre que se hiciera sobre el piso parejo. La laicidad del Estado no establece distingo ni privilegio a ninguna Iglesia aunque sea mayoritaria. Ante casi 9 mil registros de asociaciones religiosas, ¿el Estado podrá responder con equidad para que los mensajes proselitistas sean transmitidos bajo principios de igualdad? ¿Qué criterios proporcionales se aplicarían? Si la Cuarta Transformación concede medios a algunas iglesias, favorecerá inequidad. Diversas minorías se verían discriminadas, religiosas y seculares, de tomar una decisión el gobierno deberá conformar un esquema equilibrado y equitativo.

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